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Por Francisco Tijerina Elguezabal

El arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta. // Herbert Von Karajan

Es común que en las campañas los equipos, pero sobre todo los candidatos, den por hecho que lo saben todo, lo pueden todo y casi nunca es así.

Sí, han sido lo suficientemente listos para llegar hasta ese punto, pero eso no significa que tienen idea de cómo llevar la estrategia de una campaña política ganadora, como tampoco entienden de temas jurídico-electorales, administrativos, de comunicación y tantas cosas más.

Es cierto que es su futuro el que está en juego, pero por ello mismo es que deben buscar el apoyo de los mejores en cada área e intervenir sólo en contadas ocasiones, pero la mayor parte del tiempo dejarse guiar y apoyar.

Más allá de los mensajes, las líneas discursivas y la estrategia, quiero centrar mi atención en un punto medular de las campañas de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, me refiero a la forma en que ambas pronuncian sus discursos públicos.

Seguramente en algún momento de sus carreras ambas han recibido algún entrenamiento en medios y tienen idea de cómo lidiar con reporteros y entrevistadores, pero es más que evidente que ninguna de las dos ha tenido una capacitación para utilizar su voz como una herramienta para convencer a los públicos en eventos abiertos.

Más grave aún, el hecho de que sus encargados de marketing utilicen fragmentos de sus discursos para elaborar mensajes para la TV y redes sociales, spots en los que el tono, color, fraseo, intención y vibración no aparecen por ningún lado.

Todo lo dicen igual, todo te sabe a lo mismo, no emocionan a nadie y terminan por aburrirte por lo que dejas de escucharlas. Son monocordes, incapaces de explotar su rango vocal, pero más allá de ello, carecen de un sentido de imprimir a cada frase o palabra una intención que busque penetrar en la mente de los receptores a fin de ganar votos.

Hablan, repiten, pero sin poner sentimiento y sin buscar el convencimiento y así acaban por fastidiar a la audiencia que al término de los eventos no es capaz de recordar una frase, un momento, un concepto.

Te revientan su perorata al mismo ritmo de principio a fin, sin idea de para qué sirven los espacios y los silencios, de cuándo hay que acelerar y cuando disminuir la velocidad de las palabras, de cuándo es necesario emplear un tono grave. Confunden la enjundia con gritar y no es lo mismo.

A Claudia y Xóchitl les falta dirección, guía, entrenamiento, capacitación y junto con ellas a sus equipos de creación de contenidos y redacción de discursos para, desde el papel mismo, hasta llegar al teleprompter o el apuntador, encontrar la manera de que sean capaces de convencer a su auditorio de lo que están proponiendo; son más aburridas que un mesero de cantina recitando las marcas de cerveza que tienen para ofrecer.

Hablar ante un micrófono es un arte y en ello la comprensión del discurso juega un papel fundamental para desde ahí marcar toda una estrategia de cómo se debe proyectar a los oyentes.

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// Francisco Tijerina

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Autor: stafflostubos
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