A mediados de enero de 1994, cuando apenas se había decretado el cese al fuego entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Ejército mexicano, universitarios fueron a Chiapas con ayuda humanitaria para los damnificados por el conflicto armado, rompiendo por primera vez el cerco militar. Una de ellos era Marta Durán de Huerta; publica MILENIO.
Por azares del destino, y en medio de la selva, apareció el subcomandante Marcos, quien amablemente se reunió con los estudiantes; Marta Durán le pidió grabar la charla sin pensar que terminaría en un libro.
En entrevista con MILENIO, la periodista habla de la nueva edición de aquel proyecto que ahora se titula Conversación en la montaña A 30 años del levantamiento zapatista (De Bolsillo)
—¿Cómo fue el encuentro con Marcos?
Juntamos medicinas y comida para llevarla a las comunidades que habían quedado atrapadas en el fuego durante el levantamiento, sobre todo muy agredidas por el ejército. Terminando de descargar granos, maíz, frijoles y en el camino de regreso al camión en el que íbamos se nos apareció el subcomandante Marcos y quedamos muy impactados, porque eran los primeros días del 94, todo estaba fresquecito y comenzamos a platicar. Yo le pregunté si podía grabarlo porque yo ya colaboraba como periodista en algunos periódicos y me dijo que sí.
—¿ De qué hablaron?
Fue una plática de lo más sabroso y maravilloso que no tenía que ver con la coyuntura política sino con las comunidades. Él llegó como nosotros a la selva de chavo y tuvo que aprender todo. Más que nada fue platicar sobre lo que es realmente el zapatismo ¿cómo viven las comunidades? ¿qué es lo que quieren? ¿cómo se han organizado?, porque cuando llegó el sub, ahora capitán Marcos, ya estaban organizadas, era elemental para sobrevivir en la selva siendo tan pobre y además viniendo de distintas regiones cada uno y con distintos idiomas.
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Sobre aquel insólito encuentro, Marta Durán de Huerta hizo un artículo para un suplemento cultural y después convirtió aquella charla en un libro que se llamó Yo, Marcos, uno de los pocos testimonios que existían. Solo Vicente Leñero (1933-2014) y Blanche Petrich habían logrado platicar con Marcos.
—¿Es el primero que habla de Marcos y el EZLN?
Fue el primer libro que salió, fue una emoción y una catástrofe económica porque el libro no se vendió, iba de mano en mano, pero nunca fue la intención hacer negocio con eso; el editor sacó unos cuantos centavos pero el éxito político fue enorme en muchos lugares porque había un cerco informativo donde el gobierno te pagaba por hablar mal de los zapatistas, te daban una lanota, el doble de tu sueldo a los enviados especiales y algunos corresponsales corruptos por dar una versión favorable al gobierno y para denostrar a los zapatistas, los cubrían de insultos y de mentiras, pero la gente quería saber qué diablos estaba sucediendo con los zapatistas.
—¿Por qué crees que no se vendió tanto en aquellos años?
La primera versión se llamó Yo, Marcos, así le puso el editor pese a mi oposición absoluta y estuvo muy poquito tiempo en distribución, pero a finales del año pasado, los editores de Random House me propusieron publicarlo y hacer un prólogo que contara qué ha cambiado con los zapatistas en 30 años, qué pasó con las comunidades y ésa es la novedad. Hicieron algunas alianzas con partidos políticos y ONGs, pero finalmente se cansaron y se encerraron, a mí me parece que fue un error que se hubieran encerrado tanto tiempo, pero lo que hicieron fue consolidar muchos de los proyectos y cosas que habían empezado desde hace 40 años como: salud, educación, cooperativas, justicia y les ha funcionado muy bien porque son extremadamente organizadas y creativas.
—¿Crees que sirvió para que la gente se enterara de lo que sucedía?
El librito sirvió mucho, roló y la gente se enteró de quiénes eran los zapatistas. Un movimiento indígena, que, aunque tenga armas, no las ha usado desde el 12 de enero de 1994. Los zapatistas no secuestran, no ponen bombas, no se financian con narcotráfico; organizan una cascarita de fútbol, hacen fiestas con marimba y tamales. Los zapatistas son otra cosa.
—Conversación en la montaña habla solo de Marcos.
El libro no está enfocado en el sub pero él nos va a platicar de ese mundo indígena que lo adoptó y del que se volvió puente y traductor. Él no es el jefe, el caudillo, el titiritero como le dicen en algunos lados, no, las comunidades son las que deciden todo y la opinión del sub pesa mucho, pero él se retiró precisamente porque la prensa siempre lo buscaba. Él era el bocado más apetitoso de los zapatistas y la gente se enfocaba en el sub y no en el movimiento. El libro es para hablar de los indígenas, del movimiento, de los zapatistas, de lo que quieren y de lo que no quieren.
—¿Qué piensas del movimiento 30 años después?
La utopía sigue, sigue entre ellos. Que en las ciudades sabemos poco, no nos enteramos y que se nos vinieron abajo muchas utopías de cambio y democratización, eso es una cosa, pero ellos siguen teniendo muchos sueños. Además tienen cosas cumplidas y trabajaron como locos para conseguirlas con una manera de organización, acción social y política y proyectos productivos que están funcionando, que no fueron reconocidos por el gobierno, por los Acuerdos de San Andrés, que los distorsionaron y nadie votó por la autonomía, pero ellos siguen su camino. No los reconocen, nadie se entera, pues qué lástima, nosotros (ellos) seguimos haciendo lo que queremos.
—¿Y volviste a ver al subcomandante Marcos?
Sí, muchas veces, pero ya no da entrevistas y ni siquiera deja que le saquen fotos. Pero en los zapatistas hay una propuesta interesante, es una historia viva de México, es un proyecto que mucha gente no creyó en él pero yo sí creí y vi los resultados. 30 años después ves que nunca mintieron, que siempre fueron derechos y ahora el problema es que están bajo el fuego del crimen organizado igual que el resto de Chiapas. Pero estoy segura que les va a dar mucho gusto que alguien les haga caso y que no sea para atacarlos o injuriarlos, sino contar las cosas como son.
Imagen portada: Especial | MILENIO