El Volkswagen Tipo 1, el ‘vocho’, ya no es alemán: es mexicano. O al menos así se entiende en un lugar conocido como Vocholandia, una de las últimas y más sólidas trincheras de este automóvil que se dejó de producir en Europa en 1974, y hace 18 años en México; publica MILENIO.
Pero aquí, en el barrio capitalino de Cuautepec de Madero, este automóvil aún es epicentro de la economía y los sentimientos, herramienta clave para el trabajo y el billete, el mercado, la escuela o el amor.
En algunas colonias de la alcaldía Gustavo A. Madero, como Malacates, Tlalpexco, Vista Hermosa y Benito Juárez, se calcula que hay un vocho por cada ocho habitantes, si se toma en cuenta que en esas demarcaciones hay unas 32 mil personas y alrededor de 4 mil autos compactos.
En un día cualquiera el taller Karol Vidal puede tener en cirugía hasta cuatro vochitos. Esto significa que los mecánicos sudan la gota gorda bajo el sol inclemente de la primavera de la Ciudad de México; que los signos vitales de los escarabajos heridos están en alerta máxima y sus respectivos dueños con el alma en un hilo ante la desgracia de la avería.
Pero José Luis Vidal, dueño del negocio de reparación, está tranquilo. Desde el local que usa como centro de operaciones observa la calle, donde están dos de sus trabajadores tendidos cerca de un montón de fierros, patas arriba: discos de clutch, martilleras, bombas de aceite, tubos, bielas, cigüeñales, cajas de velocidades…
“No sabré mucho de mujeres, pero de vochos sí sé”, advierte Vidal con socarronería.
Después de 35 años de arreglar Volkswagen Beetle, de tocarlos, desvestirlos, meterse y hurgar sus entrañas, sabe muchos de sus secretos y reconoce en el escarabajo a un guerrero que no se detiene ante los empinados cerros de la alcaldía Gustavo A. Madero, la lluvia ni el uso permanente.
“El vocho es inmortal”, sentencia a MILENIO.
En el marco del 70 aniversario de la llegada del primer vocho a México el 21 de marzo de 1954, este diario realiza un recorrido por algunas de las principales colonias de Cuautepec, donde se encuentra la mayoría de los vochos del país concentrados en una sola zona.
Aquí prácticamente no hay ni una calle que no tenga como trasfondo a un Volkswagen sedán dando tumbos. Ruidosos, suben y bajan las colinas con sus atropellados diseños producto de la reconstrucción por partes. Es posible que a un solo vehículo le precedan hasta seis modelos y colores diferentes, una puerta de uno, la ventana de otro, el motor de 1994, los espejos de uno de los años ochenta…
—¿Qué harán cuando ya no haya piezas? —se le pregunta a Vidal.
El mecánico resopla impaciente, previo a su respuesta. Lo que va a decir es obvio para los habitantes de Cuautepec y cree que debería ser también manifiesto para todos los mexicanos.
Razón de vivir
El Día de San Valentín, la marca VW suele emitir un comunicado oficial para reconocer el amor que tienen los mexicanos por el Volkswagen Tipo 1 —el nombre oficial— y teoriza sobre los secretos del éxito de su afamado escarabajo por estas tierras.
Algunas veces se discierne que los #VWLovers encontraron un automóvil robusto, económico, de fácil manejo y con gran soporte técnico de servicio. Otras ocasiones se resume que es un asunto de nostalgia, “quizás fue el primer auto que tuvo papá, mamá o abuelos”. También se aventura que “puede ser que en él aprendieron a manejar o que haya sido testigo de la primera cita”.
En cambio, para los habitantes de Vocholandia, no hay más misterio en el cariño que tienen por el escarabajo que la utilidad en el día a día en pleno siglo XXI.
Para entenderlo basta asomarse al paradero de taxis de la esquina de Morelos y Estado de México a las 14:00 horas, donde el 99 por ciento de las unidades son vochitos.
Una mujer con libreta en mano intenta anotar los destinos a los que se dirige a los pasajeros pero no se da abasto. Escribe garabatos, abre las puertas, grita “¡el que sigue!”, y así avanzan los sedanes por decenas. Uno tras otro, entre vetustos ronquidos que son al mismo tiempo garantía de potencia para los usuarios.
Padres que hicieron una pausa en su trabajo para recoger a los niños de la escuela; abuelas a contrarreloj rumbo a la cocina; secundarianos atrasados al turno vespertino, despistados que se encuentran por ahí. Todos con prisa por las estrechas calles de la norteña Gustavo A. Madero.
“Aquí el vocho es una necesidad”, reconoce Polette Huerta, una ama de casa que avanza en la fila. “Hay mucho tráfico y si esperas el camión tardas tres veces más, ¡va tan lento!”.
Lo mismo pasa con los coches más grandes: se atoran en todas partes y por ello las familias locales optan por el sedán. De hecho, es difícil que haya alguien por estos rumbos que no tenga al menos un pariente con un vocho y sus respectivas historias.
Polette, por ejemplo, no cuenta actualmente con un escarabajo, pero sus padres sí tuvieron uno cuando ella era niña. Recuerda que en él se subían hasta 12 primos para ir a ver a la abuela. “Es increíble como le cabe tanto”. Ahora su hija monta el de su sobrino.
En 2022, la alcaldía Gustavo A. Madero calculó que había alrededor de 2 mil escarabajos que se utilizaban como medio de transporte y emprendió un programa para emplacarlos y así saber quiénes eran los dueños, los choferes y las unidades. El alcalde dijo que buscaba dar seguridad con ello.
Dos años después, el tema sigue en las mismas. No por incumplimiento de las autoridades que, efectivamente, “regularizaron” a muchos, sino porque diariamente aparecen nuevos frankensteins de vochos armados a retazos y nuevos conductores para autoemplearse.
Quieren dinero rápido para comer, pero no pueden pagar todos los trámites oficiales de emplacamiento, por tanto, siempre andan en un limbo.
“No podemos ir tan lejos”, advierte Edy Yescas, quien invirtió 27 mil pesos en su “nuevo” vocho y ahora trabaja hasta 45 viajes al día de 30 pesos cada uno, para pagarlo y llevar dinero a casa para sus tres hijas y esposa a quien, por cierto, conoció un día que salió a dar una paseo en el sedán y la vio caminando por la calle, hermosa y dispuesta.
“Aquí puedes manejarlos sin problemas pero si quieres ir al centro de la ciudad, no paran de molestarte las patrullas de tránsito porque la mayoría somos carros irregulares. No tenemos pagadas las tenencias ni las verificaciones porque no te alcanza el dinero. Entonces, los viajes pueden ser de entre 10 minutos o media hora máximo para no salir de la zona”.
Los taxis de vocho, que llegaron a ser un icono de la capital del país, se usaron para transporte público en toda la ciudad hasta diciembre de 2012. Después de esa fecha, los permisos para los sedanes de dos puertas y techo redondeado expiraron.
Las autoridades argumentaron razones de seguridad y ordenaron la sustitución gradual de los vochos por vehículos de cuatro puertas; armonizaron las normas para que los taxis en circulación no tuvieran más de 10 años de antigüedad.
Hasta ahí la teoría y la ley están en armonía; pero en la práctica Vocholandia tiene su propia realidad. No se sabe con exactitud cuántos bichos siguen dando rueda.
Los habitantes calculan que además de los 2 mil taxis que la alcaldía reconoce, hay otros dos mil más de uso privado, y entre todos ayudan a renacer de las cenizas a máquinas vulnerables, como cuando Alemania, tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial, renació de las cenizas en parte ayudada por los vochos.
Ferdinand Porsche presentó su proyecto del primer “auto del pueblo alemán” en 1934 pero la producción no despegó hasta nueve años después. VW cuenta que después de las tristezas de la guerra, las personas “se armaron de valor y optimismo para buscar entre los escombros de la fábrica destruida, piezas útiles y fabricar con ellas otra vez automóviles”.
Siete décadas después y a 10 mil kilómetros de distancia, Jorge Rivero también buscó sus propias piezas y encontró en otro vocho su propio renacimiento.
Toda su vida había sido chofer de un autobús, pero en la última revisión médica le detectaron tener presión alta y con ese diagnóstico representaba un peligro para los usuarios porque en cualquier momento podría darle un soponcio al volante y estrellarse por ahí con todo y pasajeros.
“Ya no me quisieron renovar el tarjetón”, cuenta. “Por eso compré este carrito y aquí andamos, generando desde hace cuatro años y no he descarrilado a nadie”.
Jorge Rivera tiene tanto cariño por el sedan como cualquier vocholandense que se respete. Proclama que “hay que ser agradecido”, y apapacha a su escarabajo. Aguza el oído para escuchar cuando este le habla para advertir que algo va mal. Si lo ignora, el auto puede dejarlo tirado con todo y clientes. “Estos carritos son de batalla, pero si los trata uno mal o no les hace caso, ¡uy¡, te botan: están peor que una mujer”, define medio en broma.
Después arranca otro día más de trabajo en Vocholandia.
Historia con cupido motorizado
México ha sido el baluarte del vocho desde que desembarcó por primera vez, cuando el país tenía 30 millones de habitantes y por sus carreteras sólo circulaban cerca de medio millón de coches en su mayoría lujosos, camiones de carga y autobuses.
Fue en la Primera Exposición de la Industria Alemana en la Ciudad de México cuando trajeron tres unidades: Sedán, Panel y Combi, recuerda Javier Díaz Lechuga, gerente de relaciones públicas de la marca VW.
Las primeras negociaciones con el gobierno mexicano para la autorización de las importaciones que participarían en la exposición, fueron difíciles.
“Aunque se sabía del buen comienzo de ventas en los Estados Unidos y en Brasil, la entrada al mercado mexicano podía considerarse como una gran aventura financiera”, recuerda.
Al principio se importaron los coches desde la fábrica de Wolfsburg, en Alemania, pero la respuesta del mercado fue tan positiva que en 1962 se levantó una planta propia de ensamble: Promexa.
Ese año, un decreto presidencial para la industria automotriz empujó a VW a producir el 60 por ciento del costo total aquí y así se ensamblaron por primera vez más de 50 mil vochitos en Xalostoc, Estado de México. Un año después se mudó la planta de producción donde está actualmente, en Puebla.
VW cerró su fábrica en Wolfsburg en 1974, dejó Europa y apostó por México. Previo a esas fechas se fabricaban 11.9 millones de vochos, principalmente en el país germano; 15 años después, José Luis Vidal, el mecánico de Vocholandia, ya les metía mano: medio mundo tenía un sedán y hacía falta “ponerlos al tiro”.
“Nadie me enseñó, los conocí poco a poco”, cuenta con voz de especialista.
En 1992 se alcanzó en este país la cifra de producción histórica de 21 millones debido a otro decreto que daba ventajas al auto popular. Fue entonces cuando México se inundó de vochos. Luego el crecimiento se estancó poco a poco, entraron competidores –como el Chevy, de General Motors, o el Tsuru, de Nissan– hasta que el 10 de julio de 2003 se dejó de producir.
“México fue el último lugar donde se fabricó”, subraya el vocero de VW. También es el país más aferrado y Vocholandia, hoy, es uno de los pocos territorios donde su uso es cotidiano y donde los mecánicos especializados en estos sedanes son oro molido.
“¿Que dónde encontramos las piezas para arreglarlos?”, se cuestiona Vidal al retomar la pregunta planteada por este diario.
“¡En todas partes!, las hay en los talleres mecánicos, por internet, en los deshuesaderos y, últimamente, ya las están fabricando. Hay por lo menos dos lugares que conozco. Será muy tecnología alemana pero el mexicano es muy inteligente y ya está haciendo sus propias piezas”.
Por tanto, “la vida eterna del vocho está garantizada”, concluye mientras baja y sube sutilmente la cabeza en un lenguaje corporal que añade “es obvio”.
Javier Díaz Lechuga, el representante de VW, reconoce que hay una fabricación extraoficial de piezas a la que denomina “After market”. Como VW ya no fabrica las piezas, admite que “es un área de oportunidad”.
Y en Vocholandia lo saben.
Imagen portada: Especial | MILENIO