Por José Jaime Ruiz
En El problema de los tres cuerpos, la reciente serie de Netflix, se alude a la navaja de Occam: si escuchas sonido de cascos, no es un unicornio, es un caballo. El principio de Guillermo de Occam es usado regularmente contra el irracionalismo y el universalismo: “es un principio de parsimonia y austeridad que busca evitar la proliferación innecesaria de elementos en las explicaciones, según la divisa económica: lo que puede hacerse con poco es inútil hacerlo con más. Una formulación más socorrida en la filosofía es la de no multiplicar entidades sin necesidad”.
En el mundanal ruido de la política mexicana hay que afeitarse bien con esa navaja o, en todo caso, exhibir los pelos de la burra en la mano. En la crónica de una derrota anunciadísima de Claudio X./óchitl, vale destacar no la refutación sino la anulación de la realidad, el fanatismo político como exorcismo de los demonios de la 4T, la invención de un mito autocomplaciente y las campañas negras como presurización de los iracundos. Enrabiados, divididos, la derrota les provoca espuma biliar. Después del 2 de junio los vencidos podrán multiplicar las explicaciones de su descalabro. Por ahora su tentativa se reduce a embaucar a los incautos, a los pendejos, con la esperanza falsa, inútil, de que aún pueden ganar.
Frente al Estado social de la 4T la oligarquía propugna por un Estado de seguridad, una regresión al modelo del PRIAN donde el poder político (la coacción física) y el poder ideológico (persuasión) eran poderes sujetos al poder económico. Desmantelar el modelo neoliberal no ha sido fácil, todavía la Suprema Corte de Justicia y una gran cantidad de magistrados y de jueces orbitan bajo el influyentismo de la delincuencia de cuello blanco y la llamada delincuencia organizada. No se trata de regresar a un Estado autoritario, a ese ogro filantrópico, sino de ser una república de contrapesos, no de sujeción de los poderes públicos a los poderes privados. Democratizar al poder judicial es urgente, por ello la pertinencia del Plan C.
La derrota de la derecha es irreversible, irrefutable. La división entre Marko Cortés, Alejandro Moreno y Xóchitl es obvia, ellos ya ganaron, Gálvez ya perdió. La charola de Claudio X. González está abollada, ningún empresario va a desperdiciar su dinero apoyando a una perdedora. Los merolicos de los medios de comunicación ni imponen agenda ni logran credibilidad, su estigma de tendenciosos y corruptos los elimina.
Ante la inminente derrota, la oposición no tiene otra salida que atizar el golpe blando: las denuncias de corrupción contra los hijos de Andrés Manuel López Obrador; las intrigas y propiciar el miedo en los ciudadanos (el slogan de la campaña de Xóchitl); desinformar-desinformar-desinformar; denunciar la falta de “libertad de expresión” y, al mismo tiempo, censurar La Hora Nacional; conflictos y movilizaciones callejeras (Layda Sansores); protestas por demandas no relacionadas (Ayotzinapa, madres buscadoras). Atizar el golpe blando, su virulencia.
Y, sin embargo, es demasiado tarde para los conservadores. Este arroz ya se coció. Los pelos de la burra en la mano de la intención de voto lo demuestran, hasta el Grupo Reforma lo reconoce. Como el principio de la navaja de Occam, no hay que explicar de más, la herramienta científica de la verificación está frente a los ojos de todos; la mirada derrotada de Xóchitl, también. La navaja de la economía del pensamiento que existe desde su manejo pragmático contra la especulación y la reacción, por eso Wittgenstein: “Ese es el sentido de la navaja de Occam (Si todo funciona como si un signo tuviera una referencia, entonces tiene una referencia)”.
El referente signo electoral de los tiempos, esos pelos de la burra en la mano: la derrota anticipada de Claudio X./óchitl; la victoria anticipada de Claudia Sheinbaum Pardo. Y Claudia arrasa si y sólo si fructifica el Plan C. En efecto, no solamente el cambio de gobierno sino la toma de poder. En una frase: ir por todo.