Enrique Patrón de Rueda festeja 45 años de carrera y 75 de vida. Lo hará como director concertador de Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, su compositor de cabecera, cuyo centenario luctuoso coincide en noviembre con su debut en Bellas Artes en 1979; publica MILENIO.
En entrevista, Patrón de Rueda (Mazatlán, 1949) cuenta que tiene la tendencia a ser pucciniano en todo lo que hace e inclusive impuso ese sello en el polémico y legendario concierto con Juan Gabriel en Bellas Artes , justo en mayo de 1990, como director huésped de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN).
Sobre el exotismo en las óperas de Puccini ¿cómo lo lleva a la orquesta y a los cantantes?
Uno como director concertador tiene que estar buscando exactamente esos efectos, orientales que le dan ese selló tan importante a la música de Puccini. Él, efectivamente, era muy exótico a la hora de componer, especialmente en Madama Butterfly, en Turandot y en La fanciulla del West. Depende de dónde ocurriera la trama, Puccini siempre buscaba esos efectos en su música; aquí en Madama Butterfly incluso hay danzas japonesas en el primer acto.
«Es una maravilla. Yo no lo llamaría tan exótico, sino que tiene una paleta de colores, claro, siempre con el toque japonés y oriental. La partitura es súper compleja, en ritmos, en armonías, en cambios de tonalidad, del color de la escena; eso es lo que hace muy complicado el trabajo del director, porque tiene que sonar como si fuera muy fácil».
¿Y se siente más feliz cuando dirige a Puccini o cuando dirigió a Juan Gabriel?
No hay comparación (risas). Los dos tienen su lugar muy especial en la historia y en mi corazón.
Su concierto con Juan Gabriel en Bellas Artes es legendario.
Le puse mi sello pucciniano a ese concierto. Tengo una tendencia a ser pucciniano en todo lo que hago. Me gusta la pasión, que haya drama, amor, sensualidad. Y pues la música de Juan Gabriel está llena de eso. Pero, no me preguntes de eso, qué bárbaro. El concierto de Juan Gabriel sí fue parte de mi historia, y él tiene un lugar en la historia, entre los tesoros de México, es indiscutible eso, nadie se lo puede quitar. Y ese concierto quedó en un lugar histórico que nadie se lo puede quitar.
En varias familias mexicanas, ese concierto se pasa en Navidad.
Y ya pasaron 34 años. En ese momento ese concierto fue muy, muy atacado. No después; antes de hacerse, hubo mucha gente que se opuso, fue un escándalo en realidad. Originalmente el maestro Luis Herrera de la Fuente iba a ser el director de la OSN, él era el titular; y, a la mera hora, cuando vio las cosas tan fuertes, no quiso. Me dijeron a mí. Y yo dije: “Yo le entro. Why not?”
¿Cómo planteará la teatralidad de Puccini en las funciones?
La música de Puccini es totalmente teatral. Todo: un acorde, una nota, siempre tienen una razón de ser. Aquí hemos trabajado con un equipo maravilloso, ejemplar. La Filarmónica de las Artes, de un grupo privado (Grupo de las Artes), pone el ejemplo de cómo tenemos que seguir haciendo las cosas, no estar esperando a que el gobierno nos dé. Estoy maravillado de todo lo que hacen.
En 2023 vimos Florencia en el Amazonas, donde se vinculaba mucho con Puccini.
Todos los compositores de ópera contemporáneos que han trascendido tienen mucha influencia de Puccini. Y eso de que se acabó la gran ópera italiana con Puccini, pues depende de cada quien. Pero, Puccini sí dejó un camino muy grande, un ejemplo muy fuerte a seguir.
Madama Butterfly aborda temas muy fuertes y vigentes, con fuerte crítica.
Sí, es una crítica muy fuerte. No puedo decir que es un enfoque de feminismo, porque Cio-Cio san es una mujer totalmente abnegada, entregada al amor, aunque al final de alguna manera se venga de Pinkerton. Hay una gran crítica social en el fondo, igual que en Turandot.
Aunque Turandot sí tiene una postura feminista.
Es que en Turandot están los dos extremos: la abnegada hasta el último momento, Liù, capaz de sacrificar su vida por amor; y Turandot, que vive engañada y traumada por lo que el ultraje a una antepasada.
Y usted ¿qué ha sacrificado por la música?
Tienes que renunciar a muchas cosas: a la vida social, a andar en cosas que te hagan perder el tiempo. Por ejemplo, Madama Butterfly, yo la he hecho muchísimas veces, es de las óperas que más he dirigido; sin embargo, le tengo un gran respeto, y cada vez que la dirijo, la vuelvo a estudiar de cero, porque está llena de trampas, no trampas puestas por Puccini, pero es muy complicada y puede uno rodar y hacer rodar a la orquesta.
¿Qué tipo de trampas?
Por ejemplo, tienes una orquesta enorme. Y uno como director de repente sientes el sonido de la orquesta y quieres más. Y se te olvida que allá arriba tienes voces humanas. Entonces, muchas veces tienes que sacrificar el ego del director —que ese ego es muy cierto— y bajarle y ponerte al servicio de los cantantes. Eso es un sacrificio, a veces, porque la música te pide más y no lo puedes dar.
«El sacrificio del estudio, el sacrificio de viajar, de vivir en hoteles, de presentarte siempre ante orquestas y elencos diferentes. Pero, al final, es una profesión que a mí en lo personal me ha dado muchísimas cosas. No dejo de agradecerle a Dios, a la vida, de darme la oportunidad de estar en esto y de seguir haciéndolo y que me siga gustando y apasionando tanto».
Cuándo escuchó por primera vez Madama Butterfly, ¿qué sintió?
Escuché Madama Butterfly cuando estaba muy chico. Y, la verdad, no le entendí. Escuché “Un bel di vedremo”, y me encantó; escuché el dúo de amor, y me encantó. Pero, de ahí en fuera, todo se me hacía tan extraño, exótico, como dices tú. Con los años lo entendí, sobre todo cuando me enfrenté a esta partitura en 1982, que fue la primera vez que la dirigí con Guillermina Higareda (1939-2005), que era una gran Cio-Cio san.
¿Qué exige usted al elenco y a sus músicos en esta Madama Butterfly?
A todos les exijo que den lo mejor, que toquen las notas como son, que me den expresión, que me hagan emocionar. Que no se emocionen ellos porque no van a poder cantar, eso es algo muy difícil para los cantantes. Dhyana Arom es una cantante súper dotada, con una voz muy particular, una gran artista, tan profesional.
«Igual Gerardo Reynoso, nuestro Pinkerton. Tenemos un gran elenco. Frida Portilo, que hace la Suzuki, tenemos un gran Goro (Alberto Galicia), Sharpless (Vladimir Rueda), Bonzo (Gerson Milán). Y el Coro de las Artes es maravilloso, de puros solistas.
Y usted como persona, como artista ¿no odia a Pinkerton?
Pues no. Es que él también tiene sus rasgos de bondad y de amor. Es un ser humano soberbio, enajenado consigo mismo, pero de esos hay muchos, es un rasgo normal en la humanidad. Claro que uno no aplaude esas actitudes, pero así es.
«Y también la manera de ser extrema de ella, tan sacrificada y tan inocente, pues es otro extremo. Cuando le pregunta a Sharpless que cuándo anidaban los ruiseñores en América, y ya tenía tres años esperando a ver cuándo anidaban ahí (risas).
Es la ingenuidad de su edad, la historia empieza cuando Cio-Cio san tenía 15 años y eso lo pregunta a los 18.
Claro.
¿Cómo acercaría a los jóvenes a la ópera desde su cotidianidad?
Pues “O mio babbino caro” (Gianni Schicchi, Puccini) ha estado en miles de comerciales; igual el brindis de La traviata y “La donna e mobile” (Rigoletto, Verdi).
En El rey del barrio, Tin Tan hace una maravillosa parodia de “Sempre libera” de La traviata con Vitola.
Sí, así es, es maravillosa. Yo les diría a los jóvenes que no deben escuchar eso que es un efecto dominó en la ópera: “Ay, no, la ópera es aburrida”; “ay, no, en la ópera salen unos gordos a cantar…” Eso se lo han transmitido y no se han dado la oportunidad de ir y de probar. Cualquier persona que se sienta aquí y escuche “Nessun dorma” (Turandot) o “Un bel di vedremo” es imposible que no se emocione, imposible, porque la belleza de esa música es tal, que va directo a tu corazón.
«Claro que hay gente que es realmente indiferente a esas cosas, así es, así somos los humanos. Pero, la última barrera que había entre el público, el público popular, y la ópera, era la traducción, que no se entendía lo que se cantaba, pero ahora en todas las óperas hay traducciones y subtitulajes simultáneos. Las historias son como una telenovela o una historia de amor».
¿Algo que le quede pendiente por hacer?
Me queda pendiente ver que tengamos un presidente de la República que le guste la ópera. Que apoye la ópera. Que diga: “México es un país de cantantes de ópera”. No hemos tenido un presidente así, que se dé cuenta de la gran riqueza de voces que tenemos. Quisiera un gobierno sensible, que se dé cuenta de la diversidad de país y de gente que tenemos, con tantas formas de ser y con tantos gustos. Y que, por favor, inculquen a la juventud el arte.
«Esa va a ser nuestra salvación. Por descuidar eso, estamos pagando un precio muy alto. Y también tristemente la gente se ha alejado (de la ópera), porque también no ha habido cosas como en el pasado. No es bueno hablar de que el pasado era mejor, pero en el pasado se hicieron cosas maravillosas en México; sin embargo, México sigue produciendo grandes cantantes y cantantes y cantantes, más que futbolistas».
¿Qué sugeriría para cambiar la visión de gobernantes hacia el arte?
¡Qué pregunta tan difícil!
Con 45 años de carrera ¿puede decir qué es tan difícil de contestar en esa pregunta?
Ya te lo puedo decir, porque yo estoy ya más allá de todo. Para mí es frustrante y duro ver que los funcionarios sean tan insensibles al arte, que no les importa, que piensan que es un gasto innecesario, nomás para darle gusto a un grupo. Siento que esa es una gran falta de sensibilidad. Regreso a lo que te dije: el precio de no exponer a los jóvenes, a los niños, al arte y a la cultura, lo estamos pagando con tanta violencia, con tanta violencia entre los jóvenes.
«(Mira) los conciertos a los que van y cómo se comportan. Duele y preocupa. Pero, claro que hay esperanza. En diciembre, el gobierno de Ciudad de México me invitó a dirigir un concierto en el Zócalo, con fragmentos de El cascanueces, high lights clásicos; había 80 mil personas, y las 80 mil personas estaban encantadas. Repetí el programa en Iztapalapa, y la gente estaba también encantada. A veces subestimamos a la gente, a veces lo que le hace falta a la gente es la oportunidad de probar lo bueno».
Con esto no queda sino preguntarle: ¿Alguna vez se ha sentido Fitzcarraldo con la ópera?
Toda mi vida.
Imagen portada: Octavio Hoyos | MILENIO