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Última entrevista con ‘Cholain’ Rivero, el intelectual del boxeo

Era la última semana del mes de septiembre y Mérida había despertado soleado. Aquel sábado otoñal, después de varios intentos, finalmente estaba a punto de cristalizarse la entrevista a un personaje yucateco de dimensión mundial: Jesús Rivero el Cholain, apodo con el que se dio a conocer dentro y fuera de los cuadriláteros. El camino para llegar a quien fuera el manejador del excampeón mundial de boxeo Miguel Canto, requirió de la generosidad de varias personas para localizarlo, entre ellas la del ex secretario técnico de Deportes del Ayuntamiento de Mérida, Jesús Aguilar y Aguilar, pues Cholain, de 94 años, estaba retirado y no daba entrevistas. Me interesé en el personaje a partir de la ponencia “Box y literatura. Mérida, tierra de campeones” del periodista y editor José Luis Martínez S. en el marco del Septiembre Cultural organizado por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y UC-Mexicanistas; publica MILENIO.

“No, señorita, ya no recibo a nadie, a mi edad las entrevistas no me interesan, ya no estoy en condiciones para esas cosas, solo estoy esperando que mi tocayo Chucho baje de la cruz para llevarme”. La ironía al otro lado de la línea telefónica era una de las ocurrencias de un descreído de la existencia de Dios —como en una ocasión le dijo el ex campeón mundial de Óscar de la Hoya, otro de sus discípulos: “Don Cholain Rivero, usted ha sido el mejor entrenador que he tenido, pero la única cosa que no me gustó de usted, es que era ateo”.

Después de esa primera llamada, gracias a su hija Raquel siguieron varias más hasta que la mañana del 28 de septiembre me recibió en su casa, estaba sentado en su mecedora con su característica boina, rodeado de posters, fotografías de las peleas, cuadros y casetes con música de Rubinstein, Vivaldi, Bach, Mozart y del que consideraba especial, Beethoven, por el virtuosismo de sus nueve sinfonías. “De qué quiere que conversemos”, esa frase directa fue tomando variados matices. Cholain lejos del ring y los reflectores disfrutaba del campo, por eso compró terrenos para sembrar y construir casas para pasar tiempo en familia cuando regresaba después de pasar meses en distintos países en los que Miguel Canto iba a defender su título de campeón mundial de peso mosca, como Japón donde residió largas temporadas. Al regresar, dice: “Personalmente me iba a Oxkutzcab [a 111 km de Mérida] a buscar los injertos de mandarina, de naranja, de mamey… todos los árboles que había ahí [en sus terrenos] yo los sembré, les hice sus pocetas, el sistema de riego…, luego [los frutos] se los regalaba a mis amigos”.

Cuando hablaba de boxeo se emocionaba, elevaba la voz y movía los brazos con distintas rutinas. Lo hacía con la certeza de quien sabe todos los recursos para ganar. Era un hacedor de campeones y a Yucatán le dio la gloria de un lugar mundial en el deporte. “En el boxeo no hay secretos, hay técnica. La habilidad para tirar el golpe y esquivarlo se aprende, hay muchas combinaciones para fintar dependiendo de los movimientos del adversario. Jugando, jugando es una forma de boxear, como cuando los niños van brincando, tirando y empujando. Hay que aprender a mover los brazos, ahora solo se cubren la cara. Cuando regresé de México, después de estar durante cinco años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en el área de Historia, me fui a Campeche, después volví a Mérida y puse un negocio de aluminio. Ahí me fue a ver el papá de Guty Espadas que supo que sabía de box y me pidió que yo entrenara a su hijo. Fui a la Plaza de Toros donde estaba con su entrenador Vicente Pool, quien me pidió que le enseñara unos movimientos. En las escaleras se encontraba un muchachito que luego se me acercó y me dijo: “Quiero que me enseñe lo que le está mostrando a Guty”. Era Miguel Canto. Yo hice a Miguel Canto, primero campeón nacional y luego mundial”.

La memoria no le fallaba a Cholain. Enérgico, rememoraba detalles de los encuentros con los que Canto fue escalando, peleas que lo llevaron al máximo reconocimiento: ingresar en 1988 al Salón de la Fama del Boxeo Mundial en Nueva York. Fechas, nombres y circunstancias estaban vivos, por eso ahora se negaba a ver a Miguel, quien padece Alzheimer: “Lo evito, es muy triste, quiero evitar que pase un mal rato”.

Orgulloso recordó sus días de estudiante en la UNAM. “Elegí Historia porque lo abarca todo, literatura, filosofía, geografía. Estudiaba Derecho en San Ildefonso cuando hubo el cambio a Ciudad Universitaria y ahí me pasé a Filosofía y Letras a estudiar Historia, porque me interesaba tener cultura. En los pasillos saludé a mi único conocido yucateco, Juan García Ponce, al que no veía desde que salimos del quinto de primaria en el Centro Universitario Montejo, pero nos reconocimos”. En la carrera se decantó por el marxismo cuando recibió la catedra de Wenceslao Roces, quien había sido subsecretario de Educación Pública durante la República Española, exiliándose en México debido a la Guerra Civil. Roces, después de vivir en la Unión Soviética, al llegar a México, además de sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras fue traductor en el Fondo de Cultura Económica de La fenomenología del espíritu de Hegel, un ejemplar del cual le dedicó a su discípulo en 1966, y también tradujo, entre otras obras fundamentales del pensamiento filosófico y político, El capital, de Carlos Marx.

A pesar de sus estudios, Cholain no se olvidó del box, pues si bien no participó en ninguna pelea en la capital del país, frecuentaba los gimnasios en su tiempo libre. Debido a su experiencia como boxeador y universitario, cuando se dedicó a entrenar ponía énfasis en la técnica, y en la lectura: “Yo quería que mis boxeadores también leyeran, por eso siempre traía un libro conmigo, trataba de despertarles el deseo por leer, pero ellos tenían otros intereses: la familia, la casa, el coche que iban a comprar, las novias, estaban pensando cómo ganar peleas para tener dinero, pero yo les hablaba de economía, de política; según se fueran dando las noticias yo hacía comentarios, algo se les quedaba, como mi ateísmo, era mi obligación hablarles de la creación de los dioses por el hombre… [UlisesArchie Solís leyó algunas cosas mientras lo entrenaba en Guadalajara, pero después tres años me fui de esa ciudad y ya no sé. También entrené al Canelo [Álvarez] es buen peleador, escoge bien a sus contrincantes, es natural, ninguna empresa quiere que pierdan sus boxeadores. A Óscar de la Hoya también lo entrené, yo no quería, pero me convencieron y logró derrotar a [Julio CésarChávez. Conmigo siempre tuvo victorias”. A pesar de que estuvo varias veces en el mismo lugar que el polémico y poderoso promotor Don King, nunca cruzaron saludo: “Él sabía quién era yo”.

Don Jesús insistió para que su hija Raquel y Ana, la esposa de esta, me enseñaran su biblioteca con más de cinco mil volúmenes, fue ahí donde recibió hace un par de años a Óscar de la Hoya que llegó a visitarlo durante la pandemia. En su acervo se puede apreciar la colección de la revista Proceso desde 1977 hasta 2009, obras de Copérnico, Demóstenes, Darwin, Engels, obras completas de Carlos Marx y Vladimir I. Lenin, León Trotsky, Antonio Gramsci, Mao Tse Tung, Kim Il Sung. Libros de Criminología, Religión, Política Mundial, Historia Universal, Ballet, Ópera, Teatro, Cuento y Poesía cubren las paredes. Pablo Neruda, Martín Fierro, Eduardo Galeano, Gustave Flaubert, Honoré de Balzac, Alejo Carpentier, Rómulo Gallegos, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Gabriela Mistral, entre otros autores alojados en libreros perfectamente ordenados. Su último deseo fue donar integra su biblioteca a la Universidad Autónoma de Yucatán, el cual se concretará antes de que finalice este año.

Durante tres horas de conversación, Cholain Rivero rememoró su infancia, su juventud, los sabores y sinsabores de la vida, como su viudez (su esposa Margarita murió en 1996); nos tomamos fotos y entre chascarrillos compartimos en el mismo vaso la fresca limonada que le preparaba su hija todos los días porque le gustaba mucho. Me despidió tarareando con una entonación perfecta “Celeste Aída” aludiendo a mi nombre, aria de la ópera de Giuseppe Verdi, grabación que conservo como un regalo de la vida. Cinco días después cumpliría 95 años y en menos de dos meses, en la madrugada del jueves 14 de noviembre, murió lúcido en los brazos de su amada Raquel. Fue la primera y única vez que coincidimos, en la que quedó la promesa de una segunda visita que ya no fue posible. La última vez que abrió su corazón a un medio, la última entrevista.

Aída López Sosa

Escritora, su libro más reciente es la novela ‘Púrpura encendida’ (L. D. Books, 2024).

Imagen portada: Especial

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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