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Marianne Faithfull: cantante de la inocencia y la experiencia

Por José Homero

En Los polvos blancos de Arthur Machen, la hermana del protagonista advierte que en la mano de este ha aparecido una mancha, semejante a una quemadura. Ese sello indica que el joven, otrora dedicado estudiante de leyes, ha sufrido una experiencia degradante. La vida de Marianne Faithfull (1946-2025) admitiría leerse con tales claves: el tránsito de la inocencia a la experiencia. Si la narradora del relato de Machen deduce que el estigma de su hermano revela un pecado nefando, en la cantante, las marcas patentizaron que la antigua rubia de grandes ojos azules y voz angelical no era más una criatura de ensoñaciones, sino una sobreviviente de la adicción, de las calles, de los abortos y del desamor.

No es casual que resumiera su carrera hasta entonces —1965-1995— en un álbum de reverberante nombre, Songs of Innocence and Experience, guiño a una de las obras más famosas de William Blake, al cual le han puesto música desde compositores clásicos, como Ralph Vaughan Williams y Benjamin Britten, hasta Allen Ginsberg. La dualidad que cifraría la trayectoria de Marianne Faithfull quedó asentada desde su debut. Andrew Loog Oldham, quien la descubrió en una de esas fiestas que convirtieron a Londres en el epicentro de la música y la contracultura, la vislumbraba como una estrella en el rutilante firmamento pop que ya contaba con varias británicas. Manager de The Rolling Stones, le pidió a Mick Jagger y Keith Richards que le escribieran una canción. La elegida fue “As Tears Go By”, la cual no solo se convertiría en el primer éxito de Marianne, sino en su emblema, a tal punto que la grabaría en tres distintos momentos de su vida. Ávido de que enamoramiento se tradujera en un suceso comercial, su descubridor y representante le encomendó versiones de piezas recientes, como “Down Town”, el trepidante éxito que un año atrás, 1964, había convertido a Petula Clark en una celebridad en varios idiomas “Can’t You Hear My Heartbeat”, de The Herman’s Hermit y “I’m a Loser” de The Beatles; además de reinterpretaciones del cancionero francés. Y sumó melodías de dos célebres compositores, Burt Bacharach y Jackie DeShannon, hoy injustamente olvidada; publica MILENIO.

Sin embargo, la joven de apenas 18 años se empecinó en que su disco de presentación no fuera exclusivamente pop, sino que incluyera las baladas tradicionales y los éxitos del folk que interpretaba en aquellos hoyos beatniks de Reading. En una resolución insólita, en vez de combinar sus intereses en un solo disco, la compañía discográfica decidió que aparecieran, simultáneamente, dos, el homónimo Marianne Faithfull y Come My Way, con lo que se convirtió en la primera artista en debutar con dos álbumes, los cuales no eran, como solían, el mismo material con el título cambiado y si acaso una o dos piezas distintas, sino que, efectivamente, eran dos obras diferentes, que asentaban que la rubia de grandes ojos azules y boca frutal no pretendía ser una estrellita, sino que poseía personalidad propia.

Más que en el cancionero pop, es en el registro tradicional donde mejor se aprecia la melancólica belleza y la tesitura de Faithfull. Gran ejemplo es su interpretación de “Fare Thee Well”, elegíaca canción que data del Romanticismo, cuyas notas altas le permiten desplegar su rango vocal. Además de esa evocación etérea que la música y su voz configuraban, la lírica folk remite a paisajes bucólicos pletóricos de rocío o niebla, riachuelos y parajes boscosos, vientos y pajarillos, con lo que se completa cabalmente el campo simbólico de inocencia, delicadeza y espiritualidad que distingue el primer arco temporal de la trayectoria y vida de Marianne.

Aun cuando podemos circunscribir la existencia de la artista a dos polos, lo cierto es que así como desde su génesis coexistieron la faceta pop con la orientada al folk y la tradición, había desde aquellos años juveniles una pizca de perversidad. Una prueba de ello se encuentra en la versión de “Can’t You Hear My Heartbeat”, en cuyos compases finales, si escuchamos con atención, la escucharemos gemir orgásmicamente; eco acaso de su devoción por los lujuriosos fraseos de los intérpretes franceses, otra tendencia que moldeó su estilo. Asimismo, sus versiones de “Monday Monday” de The Mamas & the Papas y “Yesterday” de The Beatles denotan una oscuridad y profundidad que contrastan con su juvenil y cristalino timbre, y en general con la frivolidad e ingenuidad de los sesenta.

El derrotero vital después de su publicitado rompimiento con Mick Jagger en mayo de 1970 y tras diversos sucesos que la convirtieron en una infame celebridad, pareciera igualmente delineado desde su juventud. Víctima de la adicción a la heroína, vivió durante un par de años en las calles del Soho —un famoso video de Derek Jarman alude a ello, con sus tomas de Piccadilly Circus y de la lavandería en la que le dejaban lavar sus prendas—, aun cuando nunca estuvo tan desprotegida como formula la leyenda —moldeada por ella misma en su autobiografía—. Historia que pareciera acatar fielmente las etapas del mítico camino del héroe, tras esa oscuridad, en la que sufrió desde un intento de suicidio, un aborto, anorexia nerviosa y laringitis, Faithfull comenzó su regreso a la tierra. Perséfone arrebatada por el tenebroso Hades de las drogas y la enfermedad, venía del inframundo y su primer disco en casi una década, Dreamin’ My Dreams, de 1976, mostró que la otrora chica angelical educada con monjas, era ahora una mujer madura, aun cuando no había cumplido los 30 años. Testimonio de esa ordalía era su voz, que como la marca delatora en el cuento de Machen, indicaba una transformación; la huella de una temporada infernal. Solo que, a diferencia del personaje, Marianne no se precipitó al abismo, sino que supo emerger.

No solo el espíritu de la época, con su intrínseco elogio de la violencia y su clima de desesperación, parecía idóneo para la nueva voz y personalidad de la cantante, sino que su asociación con Chris Blackwell, propietario de Island Records, y con Barry Reynolds, contribuyeron a que el séptimo disco, Broken English, publicado en 1979, fuera su obra maestra. Varios éxitos definitorios, lejos de aquellos de los sesenta, aparecen aquí: la homónima “Broken English” con su apremiante riff y una interpretación casi animal, “The Ballad of Lucy Jordan” —o su reelaboración del folk con timbre de ultratumba—, “Witches’ Song” y, particularmente, su obscena y visceral “Why D’Ya Do It», que, como la balada de Lucy Jordan, es también un reclamo de reivindicación feminista.

Con la voz destrozada y en el rostro cicatrices, consecuencia de escoriaciones autoinfligidas, Faithfull se convirtió, a partir de entonces, en un ejemplo de resistencia. Así como había sido modelo del Swinging London, en el segundo acto de su existencia fue el paradigma de una mujer que atravesó las diversas etapas del rock, desde el pop hasta el postpunk y desde el folk hasta la música de cabaret, y logró entronizarse como una deidad por derecho propio, respetada por Nick CavePJ Harvey y Jarvis Cocker, entre muchos más. Si su belleza la había convertido en una estrella, esa experiencia que Walter Benjamin consideró esencial en el aura de la obra de arte, la asentarían como una de las grandes artistas del rock. Su muerte sólo contribuirá a asegurar la permanencia de su legado.

Imagen portada: Especial

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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