El Museo de las Artes en Guadalajara exhibe ‘Recolectoras’, que muestra facetas apenas valoradas de la cantante chilena como creadora visual y manual.
Por Elisa Montesinos
Capaz de romper una guitarra en la cabeza de más de uno, de recorrer los campos chilenos con lo puesto y sin financiamiento para recopilar cantos populares antes que se perdieran, Violeta Parra es el ejemplo de una artista completa, genuina y capaz de encontrar lo universal en lo local. A 58 años de su muerte, sus canciones siguen acompañando a manifestantes de distintos países en las luchas por la igualdad de género, la justicia y los derechos humanos. La décima edición de la Feria Internacional de la Música de Guadalajara FIM GDL, que anteriormente homenajeó a la compositora estadunidense Patti Smith, está dedicada a la creadora chilena, destacando su influencia en las artes musicales y exhibiendo tres de sus obras plásticas, junto a fotografías de la compositora y carátulas de sus discos. Paralelamente, se exhiben piezas realizadas por la creadora musical y visual chilenomexicana Mon Laferte, para generar un diálogo transgeneracional entre ambas. La muestra, inaugurada a fines de febrero, se extenderá hasta mayo y solo en su primera semana fue visitada por más de cinco mil personas.
Desafiando al machismo
En enero pasado, la última versión del Congreso Futuro organizado por el Senado chileno comenzó con un acto musical que a través de la inteligencia artificial traía al escenario a Violeta Parra en cuerpo presente. La audiencia pudo verla cantar junto a su nieta Javiera Parra, para luego desaparecer, dejando una estela imborrable. Así de imponente es la figura de la cantante, compositora, poeta y artista visual que impacta de manera transversal en distintas áreas y disciplinas, incluso en un acto de divulgación científica.
Quienes la conocieron la describen como menuda, baja, de larga cabellera desgreñada y vestida de manera que hoy sería considerada hippie. Sin embargo, al llegar a cualquier lugar enamoraba a hombres, cautivaba a curadoras y periodistas, y se hacía amiga de artistas e intelectuales.
Desde su fundación en 2015, el Museo Violeta Parra ha velado por la difusión de su obra. La directora de la entidad, Denise Elphick, reflexiona respecto a la llegada de sus creaciones visuales a México: “Es un hito muy importante para profundizar en la dimensión integral de su legado. Violeta es una de las creadoras más influyentes de la música popular latinoamericana, pero también es una artista visual excepcional que no fue reconocida en su momento. La obra de Violeta tomó valor con el pasar de los años, pero en una primera instancia fue muy difícil para ella abrirse paso para ser respetada en el círculo acotado y muy machista de las artes visuales en Chile”.
Violeta Parra fue una artista completa y multidisciplinaria que no le temió a ningún formato y que supo indagar en la tradición chilena y latinoamericana, pero además agregar de su propia cosecha. Las versiones de sus temas son incontables. Su canción más grabada, “Gracias a la vida”, ha sido interpretada por Mercedes Sosa, Joan Baez, Susana Baca, Lila Downs y Chavela Vargas, entre muchas otras. En 2020, la cantautora Natalia Lafourcade incorporó el tema “Qué he sacado con quererte” en el álbum Musas, inspirado en compositoras latinoamericanas. Se trata de una canción de desamor profundo, que también grabó Mon Laferte, quien ha manifestado su admiración por Violeta Parra.
Ni ingenua ni primitiva
En su labor de investigadora y recopiladora, Violeta Parra recorrió localidades buscando a cultores y cultoras del canto popular chileno. Logró reconstruir canciones a retazos, con fragmentos recogidos en distintos lugares, agregando lo propio para llegar a una versión final. Para la curadora de la muestra Recolectoras, Beatriz Burgos, esta característica es uno de los rasgos más notables de su obra. “Pienso que Violeta es una artista que no ha sido lo suficientemente estudiada y divulgada en relación a lo contemporáneo. Se adelantó de manera inimaginable a su época. Los currículums en las escuelas de artes visuales aún la omiten cuando se trata de estudiar a las artistas visuales. En sus prácticas podemos evidenciar que el concepto de autor único, muy propio del arte moderno, se disuelve para dar paso a creaciones recreadas sobre la base de fragmentos de múltiples autores, lo que es muy propio del arte colaborativo en el arte contemporáneo”.
En Guadalajara, Denise Elphick pudo ver in situ las reacciones de curadores, artistas y público frente a estas obras que fueron desmerecidas o ninguneadas por la crítica y la academia por no adscribirse a cánones y ser realizadas con los materiales que Violeta Parra tenía a la mano. Podía bordar con retazos de hilos en sábanas y cortinas, construir máscaras o relieves en papel maché, hacer cerámicas en greda y pintar en cartón. Una de las obras textiles, La huelga de los campesinos, generó, en opinión de Elphick, un espacio de reflexión y de conexión emocional. De 190 x 320 centímetros, la pieza retrata a quince figuras bordadas que representan a trabajadores agrícolas y a sus herramientas de trabajo. “Esta experiencia me hace pensar que Violeta Parra es un puente entre generaciones, que logra ser un conector entre el pasado y el presente para proyectar el futuro. Su obra sigue inspirando a nuevas generaciones de toda Latinoamérica”, señala. Pese a un primer momento en que sus creaciones plásticas no fueron bien recibidas por los círculos artísticos que la calificaron de “ingenua” y “primitiva”, la tozudez y confianza en sí misma la llevaron a seguir adelante hasta obtener reconocimiento en las grandes ligas del arte.
Yute, alambre y al Louvre
Veintiséis obras bordadas en sacos de yute, 26 óleos y trece esculturas en alambre mostró la artista chilena en el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre en la década de 1960. Fue la primera latinoamericana en lograr una exposición individual en ese museo, toda una proeza para una mujer crecida en una familia de tradiciones campesinas, que pasó la infancia y la juventud con penurias económicas. El catálogo es un modesto librito de tapas en cartulina roja. En su interior, la curadora francesa Ivonne Brunhammel señala que Violeta Parra no era una desconocida en Francia, sobre todo para los amantes de la música popular. La curadora se dejó cautivar por su obra plástica. “Instintiva y voluntariosa, Violeta Parra se apodera del mundo y de él hace su obra. Anima, da movimiento a todo lo que ella toca. Da una vida precisa, original, a las palabras y los sonidos, las formas y los colores. Es una artista total. Música, pintora, escultora, ceramista, poeta, en fin, como su hermano Nicanor y su amigo Pablo Neruda”, escribió en el catálogo, situándola en el más alto nivel del arte mundial.
En sus últimos años de vida, tenía el ambicioso proyecto de convertir una carpa en un sector recientemente urbanizado de la precordillera de Santiago, en un espacio artístico para la música, las artes visuales y la gastronomía, una escuela de artes populares. Para estos fines, el paso por el Louvre resultaba vital. La investigadora Daniela Fugellie, en su artículo “Les Tapisseries Chiliennes de Violeta Parra”, analiza cómo la artista logró introducir la cultura popular en un espacio de élite. “Violeta Parra logró que una expresión cultural presentada como espontánea, ingenua y vinculada a los sectores más pobres de su país, ingresara al Louvre, poniendo en conocimiento del público parisino —como también posteriormente en la televisión suiza— la riqueza de esta cultura y las difíciles condiciones materiales de vida de las clases populares de Chile. Y si era posible que la cultura popular chilena invadiera simbólicamente el Louvre, entonces también podría invadir Chile”.
Al mostrar su obra visual, tanto en su país como en el extranjero, la artista estaba presente bordando, tocando y cantando, y hasta bailaba y cocinaba. Ofrecía así una experiencia completa, tal vez muy adelantada para el momento. Pese a lo auspicioso de su paso por Europa y a haber conseguido en concesión gratuita el terreno para instalar su carpa en Santiago, el público escaseaba y hubo noches en que la música y la comida eran para los mismos artistas. Violeta Parra comenzaba a sumirse en una depresión que la llevó a atentar más de una vez contra su vida, hasta que el 5 de febrero de 1967 tuvo éxito al dispararse en la sien.
Del museo a las calles
Tras su muerte, la obra pictórica y textil pasó muchas peripecias, sobre todo después del golpe de Estado de 1973 en Chile. Con el regreso de la democracia, las piezas pudieron reunirse y se realizaron exhibiciones en Buenos Aires y La Plata, Madrid, Estocolmo, Nápoles, La Haya y Washington, entre otras ciudades. En 1997, arpilleras y pinturas volvieron a París en una exhibición póstuma en el Museo de Artes Decorativas en conmemoración de los 80 años de su nacimiento, con la participación musical de sus hijos Ángel e Isabel.
El 2015, la Fundación Violeta Parra creó, con ayuda estatal. el museo del mismo nombre en el centro de la capital chilena: un monumental edificio que albergaba obra visual y musical de la artista. Con el estallido social de 2019, el museo quedó en el epicentro de las batallas campales en las que la ciudadanía resistía la violencia policial, y el edificio fue quemado, al igual que el metro, hoteles y un centro cultural, sin que hasta la fecha la justicia haya determinado responsables. “Con los primeros piedrazos en los ventanales empecé a darme cuenta de que la Violeta ya no estaba más en ese lugar, y que una fuerza indomable la estaba sacando de esas paredes de cemento. La Violeta estaba en la protesta social y sus canciones se cantaban y tocaban junto con las de Víctor Jara en las calles de todo Chile”, escribió recientemente Tita Parra en el periódico El Mostrador.
Parte de la obra de la compositora se trasladó al Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile, mientras en el edificio quemado se realizan actividades con la comunidad a la espera de un nuevo destino. Críticos a la institución han catalogado al edificio como un “museo fantasma”. Su hija y su nieta, las cantantes Isabel y Tita Parra, se distanciaron del proyecto que contribuyeron a crear, impulsando la fundación de la Casa Violeta Parra dentro de la Universidad Católica y llevándose las obras a ese nuevo espacio. Y es que el espíritu libre, múltiple y subversivo de la Viola chilensis, como la nombrara su hermano, el laureado poeta Nicanor Parra, escapa a instituciones y funcionarios. Fue, sin duda, una especie única e irrepetible que logró situar el arte popular como arte mayor. Su capacidad para transformar lo cotidiano en arte, su mirada crítica sobre la sociedad y su apuesta por la memoria y la justicia la convierten hoy en referente ineludible que sigue rompiendo esquemas e inspirando a nuevas generaciones.
Imagen portada: Especial