Por Francisco Villarreal
En uno de los raros momentos de ocio que me invento, me puse a ver una vieja película mexicana, antes de que me le imponga aranceles el demente de Mar-a-Lago. La cinta es “El Santo Oficio”, de Arturo Ripstein, en cuyo guion intervino también el poeta José Emilio Pacheco. El impacto fue un poco distinto de cuando la vi en pantalla grande, creo que en el cine “Araceli”, y estrenaba yo mi mayoría de edad y mi incipiente criterio. No quiero insultar a los conocedores, pero la película me gustó, lo que implica que me parece buena. Lo curioso es que me hizo recordar a Lacho Salazar y un texto suyo que ha permanecido en mi trastabillante memoria durante décadas. Lacho narró el asesinato del inquisidor español fray Pedro de Arbués, cometido por un grupo de sicarios en una de las catedrales metropolitanas de Zaragoza. Fray Pedro ya había sufrido atentados, por lo que vestía una cota de malla bajo su hábito, pero los sicarios lo sabían y lo apuñalaron en el cuello. Sobrevivió el señor apenas unos días, murió tal vez por obra más de sus médicos que por hipovolemia o los sicarios, pero fue resucitado por la Iglesia Católica como santo por obra del Papa Pío IX, beato, concediéndole, entre otros, el patronazgo de la gripe. No me veo encomendándome al inquisidor cada que me limpie los mocos en el ya tradicional acceso de la herética y relapsa gripe que padezco cada año, normalmente en verano.
No entiendo cómo a la Iglesia Católica le entusiasma tanto canonizar a personajes impresentables. San Pedro de Arbués no sólo dirigió una institución que causó horrendas masacres, también fue un buen pretexto para que el muy católico rey Fernando de Aragón impusiera su voluntad sobre el reino, un “Trump” de aquellos tiempos. Por fortuna el Trump de estos es un ignorante y no tiene idea de quiénes eran Fernando “El Católico”, o su hijo Carlos I, también muy católico. Ambos reyes españoles fueron muy ingeniosos y eficientes en eso de las deportaciones o la eliminación de “inmigrantes”. Fueron el azote de judíos y musulmanes, e incluso de cristianos, pero eso sí, con órdenes ejecutivas inapelables y con la bendición de la Iglesia Católica. Lo bueno que Trump es tan limitado que no entendería el tejido fino de aquellas políticas. Lo malo es que tiene de asesor a Stephen Miller, más ingenioso que Trump en las artes oscuras de la falacia y la ficción política. Miller bien podría ser el protagonista de Nosferatu 2, sin necesidad de tanto maquillaje y, todavía mejor, sin aranceles. Además, merecería el papel protagónico también si se llevara a la pantalla la vida de San Pedro de Arbués. Yo, y muchos estadounidenses, disfrutaríamos muchísimo el fatal epílogo en la Catedral Metropolitana de El Salvador, en Zaragoza. Tampoco despreciaría escenas del par de días en los que agonizó el “santo” en cuidados intensivos en medio de sangrías, cataplasmas, ventosas y rezos. Hablo de la ficción cinematográfica. No le deseo la muerte a Stephen Miller, aunque tampoco le deseo lo mejor. Y jamás lo felicitaría en su cumpleaños.
Entre las ocurrencias de su eminencia gris, más bien negra muy negra, andaba con la intención de quitar al Poder Judicial gringo algunas facultades para que sean ejercidas por el presidente Trump. Por ahora las cámaras legislativas gringas están sobrerrepresentadas por lacayos de Trump, así que la última trinchera contra su autoritarismo dictatorial está en los tribunales. Ya le han bloqueado algunas de sus demenciales “órdenes ejecutivas”, aunque el antipapa de Washington suele hacer como que la Virgen le habla y sigue adelante. Es verdad que, dado que el nombramiento de jueces en Estados Unidos es muy disparejo, hay jueces y tribunales enteros que son feligreses también de la religión MAGA. Además el contrapeso judicial es débil, no porque les falte autoridad sino porque de alguna manera Trump y sus sicarios se las han ingeniado para impedir que la ejerzan. A la fecha, Trump sigue caminando por la cuerda floja del juicio político y la eventual destitución. En los tribunales gringos hay jueces demócratas, jueces republicanos (MAGAs), y jueces jueces. Tan sólo en los criterios para impedir la cacería de migrantes se nota la tendencia. Muchos olvidan que la Constitución de los Estados Unidos de América se creó por y para inmigrantes, y hay garantías desde el siglo XVIII que en pleno siglo XXI incumple un presidente que juró cumplir en su reciente toma de posesión. Si revisamos la constitución gringa garantiza el “debido proceso” a individuos, así, en general, sean o no ciudadanos estadounidenses.
Aunque la nazificación de Estados Unidos es preocupante, me incomoda más lo que sucede en México. Teníamos y aún tenemos un Poder Judicial coludido con intereses no con las leyes. Cada que se anuncia la captura de un capo importante, busco en los medios a ver qué juez ignoto lo ampara o libera. La norma ha sido esa durante años. Todavía habrá jueces, magistrados y ministros corruptos que busquen, desesperadamente, tal vez no descarrilar la elección, pero sí mantenerse dentro del aparato judicial. La elección popular de juzgadores es importante, pero tiene sus asegunes. Aunque se ha hecho mucha publicidad sobre el tema, a veces a contrapelo con el INE, todos sabemos que vamos a elegir jueces, magistrados y ministros, pero pocos saben quiénes son los candidatos, ni sus nombres ni su trayectoria. No se trata de identificarlos con la 4T sino de rechazar a quienes han incurrido en conductas condenables e incluso sospechosas. Como la mujer del César, no sólo deben ser impolutos, también deben parecerlo. Aunque la oposición sigue manteniendo su rechazo a la elección judicial, lo hace con menos vigor, por consigna nada más. Su estrategia debe ser otra. Desde las mefíticas cloacas de la corrupción, sea de partidos, empresarios o criminales, tratarán de impulsar e imponer juzgadores estratégicamente. Por esto, aunque el proceso es necesario, es sumamente difícil. Si alguien ha tratado de quitar el cochambre de una sartén sabrá a qué me refiero: quedarán “prietitos” rezagados y rayones en las superficies buenas. A la larga tendremos que tirar el cacharro y conseguir otra sartén.
En lo personal creo que tendremos que elegir a nuestros candidatos casi por tanteos. Hasta donde nuestro acceso a la información de los candidatos nos lo permita, será mejor ser cuidadosos en tres tipos específicos de juzgadores. Los de la Suprema Corte de Justicia, por supuesto; los del Tribunal Federal Electoral, naturalmente; pero con mayor cuidado a los del Tribunal de Disciplina Judicial. El problema es que estamos acostumbrados a la saturación de propaganda electoral, lo que nos facilita ahorrar tiempo al decidir. Una versión democrática del refrán “El que tiene más saliva traga más pinole”. Los juzgadores mexicanos han estado distantes de la gente durante décadas y décadas. Incluso pocos se enteraron cuando el entonces presidente Ernesto “el zombie” Zedillo desmanteló a la SCJN para imponer ministros. Una acción digna del más refinado dictador y que envidiaría Donald “El Antipapa” Trump si se informara en lugar de inventar información. Para un elector genérico, puede tener algún sentido elegir entre unos pocos reconocibles a ministros de la SCJN, y a magistrados del TEPJF y del flamante Tribunal de Disciplina Judicial. Pero en las magistraturas regionales del TEPJF, las de circuito, y juzgadores de distrito, estarán en ceros: Fulanos votando por menganos, zutanos y perenganos. Por eso no nos queda más remedio que tener un poco más de cautela a la hora de elegir entre los candidatos al tribunal que se encargará de vigilar que jueces y magistrados no caigan en las viejas prácticas corruptas, ni los nuevos ni los corruptos de siempre que logren infiltrarse de nuevo en el Poder Judicial. Un viejo fiscal estadounidense dice que la toga negra puede llegar a ser purificadora. Un juzgador podrá llegar a su silla salomónica con compromisos políticos de otro tipo, pero una vez con su investidura, las leyes son un compromiso supremo, la unción “Qui tollis peccata mundi”. No siempre pasa así, pero en tribunales estadounidenses empieza a suceder. En México esperamos muchos, muchísimos años para que esa “purificación” sucediera, pero no sucedió. Por eso fue la Reforma Judicial, por eso son las elecciones judiciales, por eso necesitamos jueces que vigilen y sancionen a los jueces… al menos por ahora.