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López Obrador, ¿buen líder?

Por Carlos Chavarría

Cuando se ocupan posiciones que entrañan el poder público, es poco probable que mostrar los más íntimos pensamientos y deseos agregue algo de valor al resultado final, respecto a cómo quiere ser recordado, el que ejerce el control de los hilos gruesos y sutiles de todo el entramado.

De hecho, el control del carácter personal y sus ismos, es casi un requisito de la posición de cualquiera que se precie de ser un buen líder. Es así, porque primero se debe mantener el espíritu de cuerpo, requerido para sostener la motivación de los seres humanos comprometidos con el resultado final, que debe gratificar a todos.

Todos los humanos, aprendemos desde muy corta edad, que incluso en los juegos entre iguales existen reglas que parecen absurdas cuando no nos favorecen, pero aceptamos someternos por elemental necesidad de continuar en el juego, y no romper con la cohesión del grupo o ser rechazados por el mismo.

Huelga decir que un buen líder lo será, sólo sí, entre otras cualidades, es coherente entre lo que dice y lo que actúa, sobre todo en los temas de cuidar los valores morales que se pregonan desde las posiciones mas altas del poder.

Theodore Roosevelt dijo: “… un buen líder es aquel que escoge a los mejores hombres para la tarea que debe hacerse y evita meterse con ellos en tanto hacen su trabajo”. Un buen líder es capaz de aprovechar al máximo y de manera óptima las aptitudes de aquellos a quienes dirige, siempre respetándolos como lo que son: quienes le han puesto en posición de poder.

Un líder que no sabe motivar esta perdido. La motivación a otros es la base de todo en la actividad humana, es adaptarse y reinventarse a pesar de las circunstancias. 

«Las personas le echan la culpa a las circunstancias. No crean en las circunstancias. Las personas que avanzan buscan las circunstancias y si no las encuentran las crean».
George Bernard Shaw.

«La función de un líder es elevar las aspiraciones de las personas y liberar sus energías para que traten de realizarlas». David Gergen.

La elemental tarea de todo hombre, y en especial los políticos, es mejorar el estado actual de las cosas: pensar diferente es perder el tiempo.

Cuando alguien que ocupa una posición de liderazgo inculpa o incrimina de las cosas, siempre, a otros, quiere decir que es una persona que no asume su propia responsabilidad en lo que le ocurre personalmente, o en lo que ocurre en general, en el mundo que le rodea.

En realidad, el victimismo crónico es una patología, es cuando la persona insiste en culpar continuamente a los demás de los males que padece. Además, esta forma de afrontar el mundo, de por sí, conduce a una visión pesimista de la realidad, que produce malestar, tanto en la persona que se queja, como en quien recibe la culpa.

En muchos casos, la persona que abraza el victimismo crónico termina alimentando sentimientos muy negativos, como el odio y rencor, que desembocan en un victimismo agresivo. Es el típico caso de quien no se limita a lamentarse sino que ataca y acusa a los demás, mostrándose intolerante e intransigente, y vulnerando continuamente sus derechos como personas.

«Cuando un hombre no sabe hacia dónde navega, ningún viento le es favorable»
Séneca

Fuente:

Carlos Chavarría

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Autor: lostubos
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