Por Eloy Garza González
Yo me leo rigurosamente todos los libros de Cristina Rivera Garza, apenas salen al mercado. Los leo con devoción. Me parece una de las narradoras mexicanas vivas con las propuestas más originales. Es única en su transgénero literario.
Por eso, las acusaciones que le hicieron algunos críticos oficiosos cuando publicó su libro sobre Juan Rulfo titulado “Había mucha neblina o humo o no sé qué” (2016) me parecieron tan agresivas y tan fuera de lugar que defendí su postura en aquel entonces a capa y espada.
Pero el libro más reciente de Cristina: “El invencible verano de Liliana” (2021) me ha provocado un desvelo de dos noches seguidas hasta terminarlo en pleno éxtasis. Al final me parece de entre toda su bibliografía, este es uno de los que más me han calado cada uno de mis huesos (y les recuerdo que cada quién tenemos, o deberíamos tener, en teoría, 206 huesos). Al mismo tiempo, fue para mí una experiencia que me removió las tripas, tremendamente triste. Cristina contagia una indignación ilimitada y al mismo tiempo muy reflexiva.
Admiro la valentía de Cristina de abrir las cajas donde su familia había depositado las pertenencias de su hermana difunta, llamada Liliana (cartas, notas, libros, tarjetas, diarios), hace treinta años.
Liliana era una veinteañera inteligente, aspirante a arquitecta por la UAM y decidida a cumplir a como diera lugar un doctorado en Londres.
No lo logró. Un día de 1990 (casualmente el mismo en que cumplía años mi papá, Eloy Garza, el 16 de julio), Liliana fue asesinada por su ex novio de la preparatoria, un acosador. Liliana fue víctima de feminicidio. Violencia de género.
El asesino decidió que si no era con él, su acosada no se iría a ninguna parte, más que fuera de este mundo. Así que la mató cruel, salvajemente.
En aquel entonces, a este tipo de asesinatos se les denominaba “crímenes pasionales”, término estúpido con el que la prensa de la época intentaba en cierta manera justificar las motivaciones del criminal. Inexplicablemente, el feminicida de Liliana sigue prófugo.
Hay que encarar el dolor con valentía; afrontarlo colectivamente nos alienta a repudiar los crímenes impunes.
El verano de Liliana es invencible, como lo es el de todas las víctimas a quienes se les ha privado violentamente de sus vidas. A su manera, la memoria es justiciera.