Por Francisco Villarreal
Mi hermanita, en tiempos del jardín de niños, inventó una palabra: “Leta”. En realidad, era un nombre propio que a veces era un adjetivo, y se refería a su reflejo en el espejo. No sé si compartió eso con niños o niñas de su edad. A veces nos poníamos a platicar con la niña Leta, donde, claro, mi hermanita me traducía lo que Leta decía. Muchos años después descubrí que no era una palabra nueva y que existió hace siglos como nombre propio, femenino (no sé si todavía, en algún idioma). También supe que no es inusual adjetivar por medio de sustantivos e incluso nombres propios. Mi hermanita no descubrió el hijo negro, sólo uso su imaginación para comunicarse. Cuando ya no fue útil, Leta desapareció. Pasó lo mismo con los “corfixios” de Manuel Valdés, los “bisbiritos con quincornios” de mi querida Rosy Rojas, y un montón de términos más. Y es muy probable que pase lo mismo con la pachanga chacotera del “no binarisme”.
Mi objeción sobre los términos no binarios con “E”, no es por la exigencia de un grupo social a ser reconocido y respetado, es por la intransigencia tanto de los proponentes como de los académicos (Idéfix es más prudente respecto a los árboles y el almuerzo). Detractores, defensores y ofensores de la RAE y las demás academias, cruzan armas que sólo sacan chispas, fuegos de artificio. No se trata de encontrar un nombre nuevo para algo que no existía, se trata de algo que siempre ha existido y que nadie se atrevió a considerar seriamente. El habla nos ha dado alternativas no muy agradables ni adecuadas. Otras incluso, cuyo sentido estricto acabó siendo despectivo. Y otras más de plano ofensivas. En general ha sido formas verbales, sustantivos y adjetivos, a veces usando recursos del idioma, a veces distorsionándolos. No lo tengo claro, pero no sé que ahora se haya planteado una propuesta lógica, lo que implicaría una revolución lingüística porque no se trata de crear palabras nuevas sino introducir una dinámica en la declinación de las palabras, y no caprichosa como la “E”. No es accidental que no exista diferencia genérica en el idioma español en el diálogo simple (yo, tú), y sí en cuanto se empieza a declinar sobre una tercera persona o un grupo (él, ella, ellas, ellos, nosotros, nosotras, vosotras, vosotros… y el cómodo ustedes). La Creación y la creación inician en la primera persona del singular, se ajustan en la segunda, y se complican en las demás… Es como manejar un tráiler.
La precisión en la diferencia de géneros masculino y femenino, académicamente tautológica y nacida de una exigencia social (sí, exigencia), representa una reivindicación para el lenguaje binario que había girado en torno al género masculino como matriz lingüística. Algo cuestionable si se considera que la matriz genética humana es femenina. Precisar ahora géneros no binarios (porque no se trata de uno sino de varios) no es lo mismo… ¿o los ponemos a todos en un bloque, como en un campo de concentración? Desde las lejanas raíces indoeuropeas, no sé que estuvieran contemplados en el lenguaje articulado, sólo en el significativo. ¿Cómo declinamos el “Yo” sin involucrar a otros? Uno puede declararse genéricamente masculino, femenino, o cualquier otra variedad, pero hasta el “Yo” binario es una tontería. No existe un “Yo” gramatical genérico; es funcional, depende un poco de “negociar” con el “Tú”, y mucho más con los “Él” y “Ella”. No se puede definir el “Yo” por el género sino por la noción de sí mismo; “sentirse” mujer, hombre, ambos o ninguno, no es necesariamente serlo, y aún en el ejercicio individual electivo de la personalidad o la sexualidad, el parámetro es el mismo: el binario.
No, no estoy a favor de un heterocentrismo lingüístico que atomice a grupos sociales tan importantes. No son excepciones, e históricamente nunca lo han sido. Tal vez no se consideraron a sí mismos como grupos sociales o no les permitieron serlo. Pero su existencia se ha determinado a partir del modelo binario. No son nuevos géneros, ni siquiera son una nueva sexualidad. No es lo mismo reivindicar lo femenino en el lenguaje, que ya tiene todos los elementos para hacerlo, que incluir nuevos géneros. Se les puede definir como se asumen, pero incluirlos en el idioma es otra historia. Tanto lo masculino como lo femenino existen por si mismos; quienes quieren definirlos por oposición son idiotas que sólo alimentan el enfrentamiento y la discriminación. Cada uno tiene todo el derecho a ejercerse social y lingüísticamente, y tiene instrumentos de sobra para hacerlo. En cambio, lo no binario siempre estará determinado por lo binario. Su personalidad siempre dependerá de eso. Y no sólo en lo lingüístico, también en su realización.
Hay quienes aseguran que el lenguaje inclusivo no binario no trata de imponerse. Sí lo hace, porque involucra a todos y no sólo al grupo que lo eligió para autodefinirse. ¿Se requiere una precisión genérica adicional en el idioma? ¿Para qué? ¿Para incluirse excluyéndose siempre respecto a lo binario? Si evolucionáramos como especie hacia una mayor variedad de géneros con funcionalidad social propia, entonces sí, habría que considerar, seria y sabiamente, la creación de algunos pronombres adicionales antes que tatuar morfemas hasta a las enchilades. Reciclar argumentos similares a los bien sustentados argumentos feministas es tramposo, sólo puede conducirnos a crear un dialecto exclusivo y excluyente. Porque el feminismo intenta incluir, no segregar.
Y aquí vamos de nuevo, Idéfix (Dogmatix). ¡Otra vez Babel! Donde le hicieron caso a don Nimrod que, por muy rey que se sintiera, no era más que un cazador jugando a ser arquitecto. Nunca pensó en que lo que daba consistencia a su reino no era un edificio, ni una bonita corona, sino un idioma. Y no se incluye dispersando.