Por Félix Cortés Camarillo
Hace medio siglo que los norteamericanos instituyeron el tercer jueves de mes de noviembre como una de las más importantes fiestas cívicas de su cultura que de tan nueva carece de fechas de celebración, como el Día de Acción de Gracias. Extrañamente, esta festividad es la única que convoca a la mesa a la mayor parte de los miembros de la familia, una institución bastante deteriorada en la sociedad de nuestros vecinos.
Los jóvenes cuyos padres tienen los recursos para solventar una educación superior, en cuanto concluyen la media, lo que se llama en inglés High School, procuran inscribirse en una universidad lo más posible alejada del núcleo familiar. Los de Florida buscan entrar a las de Los Ángeles o San Francisco; los sureños quieren ir a Minnesota o Nueva York, los de Nebraska al punto más austral que encuentren en la oferta universitaria. Nada que los tenga a distancia corta de su familia. A ella la verán, y con desgano, solamente el Día de Acción de Gracias. Nunca se volverán a encontrar, con excepción de bodas y funerales.
Tiene sentido. La cena del día de ayer conmemora la sumisión de los habitantes originales del este del país ante sus colonizadores europeos, que los obligaron a sentarse a su mesa y adoptar su Dios. Al igual de las fiestas de muertos -el Halloween, vaya- tiene sus raíces calladas en los ciclos agrícolas, cuando se acerca el invierno y es preciso almacenar granos y otras viandas. De ahí que las calabazas maduras y las mazorcas de maíz dominen la escenografía y la cocina.
Todo ello documenta que ayer Norteamérica haya celebrado una de sus fiestas más contaminada de política, cuya raigambre es la hipocresía.
En coincidencia nos dijeron que ayer, por lo menos en México, era el día para remembrar la lucha en contra de la discriminación y la violencia que ejercemos cotidianamente en contra de las mujeres. Mujeres que son precisamente las que tienen que enfrentar la primera violencia a las que se les somete, que es la económica: todos los días tienen que estirar más el gasto con una inflación que ya superó los siete puntos y si siguen en esa tendencia anualizará más del doble.
Ya yo no hablo de la otra violencia, de la verbal y física que sufren nuestras hembras, que llega a la humillación, los golpes, la explotación, la agresión sexual y en número cada vez más grande, la muerte. Una muerte que suele ser a golpes, cuchilladas o estrangulamiento.
El gobierno del presidente López proclama su vocación a defender a las mujeres de todas esas violencias de la manera más hipócrita, en el discurso. Se exhibe como modelo de funcionaria a una atleta que ha manejado a su antojo e incapacidad el deporte de nuestro país. Se presume como conquista de las mujeres el nombramiento a puestos importantes en el gobierno a personas cuyos principales atributos los tienen entre las piernas y no entre las orejas, y una extrema docilidad y lealtad ciega al presidente. Lo demás es discurso, como el de Vicente Fox que inauguró el mexicanas y mexicanos. Sólo les falta que en el juego de naipes el rey y la reina valgan lo mismo. Por decreto.
Haz lo que digo, no lo que hago. Ese es el principio sobre el que se basa la ética de los tiranos. Y vaya que lo estamos asimilando.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Alguien tiene que recordarle al presidente López que la función primordial del Banco de México es controlar la inflación. Él, observando sus actos, finge no saberlo.
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