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Por Carlos Chavarría

La obsesión en política no es algo nuevo, la historia registra todo tipo de personajes capaces de cualquier cosa con tal de sacar adelante algún propósito ideológico y/o material.

Ejemplos de lideres obsesionados abundan en el mundo y en nuestro país, desde las desgastadas  monarquías europeas, las revoluciones fallidas, como la bonapartista, y hasta nuestros tiempos, con Stalin, Mao, Hitler, Castro, y llegando a Trump y  otros más.

En tanto no se revelen y divulguen  informes diferentes, Gustavo Díaz Ordaz estaba obsesionado y motivado con la idea de que estábamos bajo alguna amenaza comunista y basándose en sus muy especiales razonamientos rompió con todas las formas y equilibrios hasta desembocar en la triste matanza del 2 de Octubre.

Luis Echeverría se obsesionó con crear todo un sistema económico paralelo al libre mercado, pero dirigido desde el Estado como medio para enfrentar la inestabilidad económica mundial de sus tiempos y lo hizo de manera tan irregular que se destruyó a sí mismo y dejo al país en la ruina económica.

Por lo regular, en política los participantes buscan agradar a sus electores cumpliendo con una oferta electoral coincidente, sí, con algún marco ideológico, pero siempre atado y adaptable a la realidad alcanzable. Sin embargo, las obsesiones ideológicas como tales, casi siempre representan una ruptura con la realidad imperante y por ello todo el tiempo se deforma y se trata de acomodar a la racionalización que hace el  mismo obsesivo.

La obsesión ideológica desactiva los procesos autoregulatorios sostenidos por la moral y les permiten conductas poco éticas sin autorecriminación alguna. Las personas obsesionadas se sienten todo el tiempo amenazados por cualquier información que significa crítica para su ideología y eso los conduce hacia reacciones autoritarias.

Los individuos obsesionados ideológicamente alteran sus relaciones sociales haciéndolas que graviten solo con personas que les dan por su lado y se aíslan del mundo real.

Las obsesiones ideológicas son inmunes a cualquier estrategia de comunicación que pretenda disuadirlos de sus inclinaciones y por lo tanto no negocian ni siquiera el cambio de una coma en sus posiciones y todo les causa reacciones irritables en tanto no concuerde con sus motivos más íntimos que nunca revelan.

No podemos ni debemos engañarnos, las obsesiones ideológicas nunca llevan a nada bueno, menos tratándose de cuestiones de orden público.

En México estamos viviendo una etapa dirigida por un grupo de obsesionados ideológicos organizados en dos grupos antagónicos bien definidos pero que no aciertan a concretar en pocas palabras sus marcos de pensamiento, manteniendo una dialéctica maniquea en extremo y sin beneficios reales para el país.

Se sostienen  cosas tan absurdas como que sea posible reducir la pobreza sin crecimiento económico o, por el contrario, que la excesiva concentración de la riqueza es la salvación de todos los males y símbolo de todas las libertades, a pesar de las realidades lastimosas de nuestras comunidades.

Los dos grupos hablan de la corrupción como la fuente de todos los males que nos aquejan, pero ninguno mueve un dedo para cambiar la malas prácticas que están a la vista de todos. Se sacan trapos sucios todos los días unos contra otros, pero se refugian en los mismos dioses del poder y abrevan en las mismas corrientes de actuación cotidiana de mentiras y medias verdades.

Todos se desagarran sus vestiduras en elogios y en defensa de la democracia, por cierto la dama más prostituida de nuestra historia, que les da la llave mágica para acceder al poder ilimitado, que les concede una marco legal amañado para dictarlo o disfrazarlo todo.

Los obsesionados piensan que con un paragüitas de puro papel y engrudo van a poder vencer al huracán económico, político y social que ya deja ver sus poderosos vientos y, mientras tanto, nosotros pensamos movernos a contrapelo de la realidad sin faro alguno que nos mantenga al menos en un rumbo determinado y cierto.

Fuente:

Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: stafflostubos
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