Por Carlos Chavarría.
Hay que agradecerle a López Obrador que por fin descorrió el velo de falso pudor que siempre ha ocultado el rostro verdadero del presidencialismo en México y que por desgracia él tampoco quiere ni siquiera moderar.
Todos nos expresamos mal del presidencialismo y sabemos que es mala cosa para la democracia que todo se concentre en una sola persona. Es de risa que los políticos de todas las corrientes hablan del autoritarismo de López Obrador, pero en realidad es una tragedia que se asuman en realidad como lacayos del presidente de turno y acepten; como siempre lo han hecho; los designios del número 1 del poder.
Desde siempre el presidente de México ha sido una especie de vértice del poder. Los generales revolucionarios diseñaron el poder en México como una suerte de porfirismo con elecciones, pero con la misma concentración de poder del dictador.
No importan las promesas de campaña, los valores o la ética, el poder presidencial apabulla a todos y se puede meter en todo, aunque las leyes digan otra cosa. Fue así desde el origen y lo seguirá siendo si acaso se toma en cuenta que los ahora morenistas; mayoría en el congreso federal; no son en nada diferentes a los diputados que aplaudían las tonterías y exabruptos de todos los regímenes del viejo PRI
Si, hay mucho que agradecerle al actual presidente. Antes de López Obrador, los presidentes mantenían las formas, parecían hasta decentes, pero al final hacían lo que les daba su gana. Ahora AMLO ni siquiera le importa parecer, lo que le importa es ejercer y no cambiar el enorme poder presidencial.
Igual que todos los que le precedieron, ocultan su ignorancia o una gran malicia cuando usan falsos dilemas como única respuesta argumentativa frente a la realidad que los apabulló en su momento. Lo mismo hicieron Díaz Ordaz ante el Movimiento del 68, López Mateos antes los médicos y los ferrocarrileros, Echeverría contra los empresarios, y López Portillo cuando expropió la banca, no sabían que hacer, pero ejercieron el poder presidencial sin importar las consecuencias, ahora es lo mismo.
Poner a los interlocutores a escoger entre legalidad o justicia, autoridad o desorden, obediencia o riesgo, y muchos casos más, son ejemplos decantados de quien no sabe que hacer o está ocultando lo que en realidad quiere llevar a cabo.
El presidente López Obrador quiere regresar al estado de cosas en la educación anterior a las reformas impulsadas por el ex presidente Peña Nieto pero no quiere someterse al enfado de tener que lidiar con los procesos legislativos y hasta la constitución le parece un estorbo y decide ordenar que ya no se apliquen la leyes relativas a la reforma educativa y su argumento es que la reforma no fue justa y debido a que (falso dilema) la justicia está por encima de la ley decide ya no cumplir con la ley.
En esta tesitura discursiva; por cierto, aplicable por cualquier ser humano a su sino y circunstancia; esconde la realidad de su incapacidad para operar en defensa del reclamo por una mejor educación y tomar la decisión de más beneficio para la mayoría de los mexicanos a cambio de cumplirle una promesa a sus aliados de la CNTE que no son sino unos anarquistas de los que ahora tanto abundan.
Todo el discurso del gobierno no es sino una recursión de falsos dilemas que pretenden explicar su incapacidad para resolver y decidir entre cursos de acción que no converjan en sus muchas absurdas promesas de campaña.
Pero al final hay que darle las gracias porque al menos ahora nos dicen de frente que todavía somos súbditos de un monarca.