Por Félix Cortés Camarillo
La mayoría de los observadores críticos de la sociedad mexicana contemporánea ha estado convencida de que tenía que darse un punto de inflexión en la línea ascendente primero y estable después de la aceptación entre las más amplias capas de la población. No era posible sostener un discurso basado simplemente en atribuir todos los males de este mundo a selectos gobernantes del pasado, sin poder mostrar logros concretos y realizaciones sólidas; manteniendo falacias como los cien compromisos del zócalo, de los que según el presidente López sólo faltan dos por cumplir.
Ayer ese discurso se aferró a la misma mecánica. Es cierto que en lo que va del sexenio se han registrado más homicidios que en todo el sexenio de Felipe Calderón: lo que pasa es que Genaro García Luna ocultaba y falseaba las cifras de entonces. No es cierto lo que dicen los norteamericanos de que casi la mitad del territorio nacional escapa al control de las autoridades y está en poder de los narcos, es menos. Aún así, la culpa es de Genaro García Luna, quien protegía a unos narcos y perseguía feroz y sanguinario a los otros.
Es la simplificación más elemental y frágil. Seguramente si hay un repunte de la ahora epidemia de Covid es culpa de García Luna. Si falta agua en Nuevo León es por el contubernio de García Luna con Calderón. Si la violencia está desatada en todo el país es por culpa de García Luna, ya que un mal tan enraizado no se puede acabar en un sexenio.
Yo creo, y también lo deseo, que ese punto de inflexión se ha dado con el asesinato de los dos sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara. Ya ha comenzado el presidente López a pasar por debajo de la puerta la sugerencia de que es García Luna el culpable final de esa cadena de violencia, simultáneamente con la afirmación de que no va a cambiar su política de abrazos no balazos para los criminales, como el que balaceó a los dos curas.México es, admitámoslo ya, un estado fallido, un territorio ingobernado e ingobernable, poblado por millones de mexicanos que ya no podemos tragarnos la píldora de que todo se lo debemos a García Luna. Ya chale.
El asesinato de los dos sacerdotes en Chihuahua tiene una mayor trascendencia no sólo por la especial natura, prestigio e investidura de las víctimas. Ratifica lo que hemos venido diciendo por todo lados los que no somos equipo de porristas de la cuarta simulación. Cosa que admitió ayer sorpresivamente el presidente López. En una abrumadora mayoría de medios de comunicación, de periodistas e intelectuales serios, la condena es unánime. “Estoy en minoría”, confesó. Y me siento muy orgulloso de ello.
Es correcto y se agradece.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, usted menciona que el general Marcelino García Barragán comandó las operaciones la noche de Tlatelolco, ejecutando las órdenes de su jefe Gustavo Díaz Ordaz. Obviamente usted sabe que el general García Barragán fue abuelo del señor García Harfuch, eficiente y serio jefe de la policía de la CDMX, que debiera hacerse cargo del gobierno de toda esta metrópoli.
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