Por Félix Cortés Camarillo.
Niña de Agua,
te crecerán las alas y tu vuelo
Víctor Manuel, Niña de Agua
Como si la clerecía católica tuviese necesidad de un mayor desprestigio, han circulado ampliamente las declaraciones –hechas en Brasil– por el cardenal italiano Giovanni Battista. La contundencia de su pronunciamiento merece reproducción. “Violar a una niña es menos grave que un aborto”
Se refería don Juan a un caso ocurrido en 2009, como han referido los tripulantes de las redes sociales a los que les ofende la protesta que esta salvaje declaración provoca. Hace diez años el cura carmelita brasileño José Cardoso Sobrinho, actualmente arzobispo en el estado de Pernambuco, declaró excomulgados en automático a la madre y los médicos que realizaron un aborto a una niña de nueve años que había sido violada por su padrastro y estaba encinta esperando gemelos. Battista lo que hizo fue referirse al caso, añadiendo que “es triste, pero el verdadero problema es que los futuros gemelos eran inocentes, tenían derecho a vivir”. En Brasil el aborto es legal en las circunstancias por las que la infeliz muchacha tuvo que pasar.
A mayor abundamiento, Cardoso Sobrinho sucedió a dom Hélder Cámara, uno de los principales promotores de la teología de la liberación en Brasil, a la muerte de éste en 1999. Sobrinho se dedicó a desmantelar su legado ideológico y doctrinario.
Sobre la célebre excomunión, Sobrinho aseveró en su momento, en un tono que nos recuerda pronunciamientos en nuestro país: “El derecho de Dios es superior a cualquier ley humana. Cuando una ley humana –es decir una ley que entra en vigor gracias a legisladores humanos– sea contra la ley de Dios, esa ley no tiene valor. Los adultos quienes aprobaron, quienes realizaron este aborto han incurrido en la excomunión”.
¿Algo que agregar?
El pasado día dos de mayo, Ana Lucía Salazar, una joven que se dice cantante y conductora de televisión –no me consta pero no lo dudo– denuncia la violación de la que fue objeto en Cancún entre 1991 y 1992, cuando ella tenía ocho años. Afirma que su agresor sexual es el sacerdote Fernando Martínez Suárez, de la infame agrupación Legionarios de Cristo. Agrega que, en el Colegio Cumbres de la Ciudad de México, asociada a esta orden religiosa, este hombre cometió crímenes similares y que para encubrirlo la iglesia lo mandó a Cancún y luego a Salamanca, en España.
Las reacciones en las redes sociales no se hicieron esperar; la más obvia, por frecuente, es ¿por qué esperar veintiocho años para denunciar tan grave agresión? Máxime si, como la mujer afirma, ha tenido siempre el apoyo de su familia, que permanentemente creyó su narrativa.
La Congregación de los Legionarios de Cristo –que no se nos olvide el Padre Maciel– emitió un comunicado en el que afirma dos cosas: que por sus vías iniciará una indagatoria, y que el sacerdote Martínez Suárez tiene hoy 79 años –no hay edad para la impunidad ni la clemencia en estos delitos– y que no ejerce más el sacerdocio y vive en un retiro cerca de Roma.
Todos los que tenemos la fortuna de tener hijas somos muy sensibles al tema. Los que a lo largo del tiempo hemos descubierto las falsedades de la Iglesia hemos sido particularmente cuidadosos con el entorno de nuestras niñas.
No todos lo pueden hacer. ¿No debe el Estado hacerse cargo?