Por Francisco Villarreal
Llovió en Monterrey… No en toda el área metropolitana. Aquí en casa apenas si notamos que había chubasco tormentoso en alguna parte. Ni siquiera olía a tormenta. No el famoso “petricor”, ese husmo que desprende la tierra seca cuando llueve (neologismo popularizado por las trivias en redes sociales). La tormenta huele intensamente, un olor a metal resucitado en el laboratorio de Víctor Frankenstein. A las primeras gotas de lluvia, gruesas y escandalosas, mi agüelo lanzaba el reclamo a San Pedro: “Que llueva donde hace falta”. En cambio, mi agüela olfateaba el aire electrizado y pronunciaba la piadosa rogativa: “¡Jesucristo nos ampare!” Sí fue escuchada porque a ninguno de la familia nos ha partido un rayo… todavía.
Astuta mi agüela. Apeló al mayor juez, el que se dice va a juzgar a vivos y a muertos en el Juicio Final, aunque será un poco juez y parte. Un amparo sonsacado a tamaña magistratura no tiene manera de ser apelado en otro tribunal, ni siquiera en Nuevo León, donde cuenta la leyenda que hay algún juez muy acomedido. Hacer de cuenta yo frente a un pastel de chocolate. Sólo espero que el mítico juez cuente con suficiente azúcar para encubrir el amargor del cacao jurídico.
En un texto anterior que mandé a la papelera de reciclaje por pura inseguridad, hablaba del amparo. Escribí que ya era más un instrumento para la impunidad que un recurso para defender nuestros derechos. Prácticamente todos los políticos señalados o acusados por cualquier delito o pecado mortal o venial, acuden de inmediato ante un juez para ampararse. No acuden a Jesucristo, como mi agüela, por obvias razones. Además, se ha perfeccionado su uso para detener actos de la autoridad, a veces justamente, a veces no, pero generalmente como un boicot faccioso y político que demerita la legitimidad del amparo.
En aquel texto vaporizado, yo no me refería al amparo contra el Tren Maya. Sigue sin gustarme la idea de partir la selva, pero menos me gusta hacerle el juego a la ya de por sí devastadora industria turística en el Caribe maya. Tampoco escribía sobre el “diminuto” líder nacional del PRI, porque al final, su “amparo” nuevoleonés contra algo que sucedía en Campeche, no tiene mayor efecto en la condena pública que, por desgracia para Alito, sus cuates y sus “brothers”, es una condena inapelable hasta en el remoto caso de que sea injusta. Por cierto, durante la reciente visita de Alito a Nuevo León, fue bastante notorio su tamaño como líder. Antes de que Proceso le tomara la medida a su ataúd, se vio ya bastante diminuto frente a muchos priistas locales, desde los más prominentes hasta los menos recomendables.
Escribía entonces sobre la artera exhibición de funcionarios públicos que ganan más que el presidente. Lo de “artera” es por no decir “certera”. No es la primera vez que don Andrés los exhibe. Tampoco creo que le interese que los aludidos se rebajen el sueldo. Exhibe a funcionarios públicos que no sólo no obedecen la ley, además la combaten con kriptonita legal: el amparo. En otras palabras, expone un sistema administrativo injusto y al margen de la ley. Reiterar lo ya sabido, y además afianzarlo con las insultantes pensiones a ex mandatarios, es un marco apropiado para el siguiente paso de su “austeridad republicana”: la “pobreza franciscana”.
Es curioso que mientras la economía mundial es un desabrido polvorón, la economía de México, pese a los pesares que padecemos, sigue siendo muy atractiva para inversionistas y ladrones. La “oposición” misma no busca tanto el control político sino económico. Si don Andrés cediera ante exigencias e intereses de los grandes capitales nacionales y extranjeros, sería el prócer y no el inquilino incómodo de Palacio Nacional. Hasta Nuevo León sería morenista. Para la aparente estabilidad económica (comparada con otros, EEUU, por ejemplo), como que no suena lógico que se dé ese paso a mayores restricciones en el gasto oficial. A menos que…
Estamos en un momento crítico para la política mexicana. La oposición, aun cuando sea regida por empresarios, no es tan tonta (salvo algunos, generalmente líderes nacionales). Para la sucesión presidencial en el 2024, sólo puede apostar a desmantelar la unidad morenista, bastante precaria, por cierto. Sabe también que no puede salir con su batea de babas y presentar candidatos impresentables. Los propios partidos opositores coligados se mantienen unidos por obra del señor X, porque cada uno, hacia dentro, no están tan estables. Aun así, su estrategia parece seguir tercamente en sus campañas de descrédito, sus malabarismos legales, y un INE desacreditado sobre todo por sus omisiones y opulencia. La “oposición” no puede ofrecer ningún retroceso ni en obras, ni en estructuras administrativas, ni en medidas de austeridad, ni en programas sociales. Ofrecer un retroceso sería un suicidio electoral. Sólo puede partir de la línea que ha estado marcando este régimen. Saben, además, que los medios han perdido credibilidad. Las redes sociales, benditas y malditas, afectarán cualquier intento de control mediático en este y en cualquier régimen. ¿Entonces?
La “pobreza franciscana”, no es una medida administrativa. Con el sólo nombre sugiere una identidad con la mayoría de los mexicanos que, si bien somos muy republicanos y necesariamente austeros, somos más franciscanos en la pobreza, muchas veces de solemnidad. Sobre una identidad así asumida, es fácil convocar a la mayoría hacia un objetivo común… por ejemplo, el voto. La oposición, por el contrario, hasta ahora insiste en regresar a la “edad de oro”, lo que para millones de mexicanos significa una endeble estabilidad, una profunda desigualdad y una dolorosa injusticia. Se ha identificado más, y lo presume, con el poder económico, la xenofilia, y exgobernantes cuestionados y todavía cuestionables. Así que, mientras la “oposición” sigue ciega, elitista y sometida a liderazgos tiránicos o tontos, mientras sigue cocinando estratagemas en el Poder Judicial (y Electoral, que también lo es), la 4T busca lo más simple: el voto, y de ser posible, masivo, es decir, incuestionable.
Pero la vida es una tómbola, dijo sabiamente Mona Bell. Quién sabe qué táctica resulte más redituable en las urnas. Eso sí, aunque la “oposición” triunfe en el 2024 con una propuesta antípoda a la 4T, seguirá siendo una oposición mediocre, lo que nos garantizaría un gobierno democráticamente mediocre. “¡Jesucristo nos ampare!”, diría mi agüela, porque no habrá nadie ante quién apelar.