Por Félix Cortés Camarillo
Poca cuenta nos damos de la manera e intensidad en que la llegada a nuestras manos de un adminículo de la tecnología ha tenido en nuestra conducta social e individual.
Yo de estadísticas no sé mucho, pero me basta con salir a la calle para constatar que todo el mundo -signifique eso lo que signifique- tiene un teléfono de los llamados celulares y lo usa constantemente en cualquiera de sus funciones sin importar la actividad supuestamente principal que en al mismo tiempo realiza.
No me estoy quejando. Ese fenómeno solamente me enoja cuando por atender una llamada o escribir un mensaje se conduce un automóvil poniendo en peligro la salud y la vida de los demás y la propia.
La existencia de los teléfonos móviles ha tenido una consecuencia esencial en un proceso socialmente profundo al darle a la información un cariz democrático. El transeúnte se convierte de pronto en reportero gráfico de ocasión, editor de su propia historia, editorialista y radiodifusor individual, con calidades éticas y estéticas variadas pero con efecto social meco.
Hay otras manifestaciones mencionables de ese pequeño intruso. Ha logrado exterminar el arte de la conversación: no puede haber imagen más irritante que la de una familia en torno de la mesa, con cada uno de sus integrantes concentrando su atención en la pantalla y el pequeño teclado que sostiene en sus manos. Las mismas conversaciones telefónicas, con el cálido tono que nos deja escuchar la voz del ser querido, han sido sustituidas por los mensajes escritos, y estos a su vez por abreviados criptogramas enemigos de la sintaxis y la ortografía esenciales.
Pero hay algo más profundo, a mi entender: el concepto del tiempo, que ha cambiado a causa de la velocidad trastornada a la que vivimos hoy. Apenas estamos digiriendo el presente desagraciado cuando ya se nos vino encima el futuro y así empujamos al ropero viejo del pasado lo que apenas estábamos viviendo. Y en ese embutido de contenidos vivenciales que no merecen permanencia, la memoria se hace cada vez más pequeña.
De pronto meten a la cárcel a un ex procurador de la República y a las pocas horas sacan de prisión a una ministro de altos vueles en el gobierno Dentro de un rato esos datos dejarán su lugar a otros. Más nuevos, más frescos, más perecederos.
¿Alguien recuerda que diez mineros siguen desde hace tres semanas sepultados en un pozo que no merece el nombre de mina de carbón en Coahuila, y que no se ha hecho maldita la casa por sacar esos cadáveres?
La memoria nos está traicionando.
O tal vez la traición es de parte nuestra.
PILÓN PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Es notable como se comprimen los tiempos políticos. Gracias a la famosísima Mañanera nos enteramos que Jesús Murillo Karam, en una sola conferencia de prensa hace un par de años, pudo informar, inculparse, ser juzgado y condenado en voz del tlatoani en turno de los mexicas. Y luego dice el presidente López que no hay linchamientos políticos.
felixcortescama@gmail.com