Por Félix Cortés Camarillo
Andrés Manuel López Obrador en una larga carrera política ha logrado generar una indiscutible popularidad en las mayorías desposeídas y un ejército uniforme de seguidores entre la clase media largamente engañada y frustrada, gracias a la difusión de supuestas virtudes, que a base de la repetición constante de su inexistente práctica se convirtieron, siguiendo a Goebels, en verdades.
Esas cualidades que atribuye el hoy presidente López a su movimiento y a sí mismo van de probidad a la lealtad; de la austeridad mal llamada republicana se ha llegado al discurso absurdo de la pobreza franciscana en un ejercicio de política oximorónica. San Francisco tiene que ver con el martirologio, la fe y el masoquismo pero nada con la política que es la ciencia de buscar, tomar y ejercer el poder en una sociedad.
En el trasfondo de esas supuestas virtudes se encuentra la transparencia. De hecho, y solamente en teoría, la transparencia es el motor principal que origina la llamada mañanera, una simple y sencilla conferencia de prensa, si se puede diaria, para informar puntualmente a la ciudadanía al tavés de los medios de todas las acciones de gobierno, su fundamento y su ejecución. Eso fue el origen de esta forma tradicional de la demagogia desde los tiempos en que AMLO gobernaba la capital de la República, cuando surgieron las mañaneras.
La transparencia ha sido cotidianamente ausente en esta modalidad llamada “de comunicación circular”. Los hechos duros, sólidos y con fundamento, son sustituidos por “yo tengo otros datos”. Las cifras son constantemente inexactas o vagas y los calificativos denostadores anteceden a la mención, genérica o particular, de personas o entes que no comulgan con la doctrina oficial: siempre va un “corrupto” antes del nombre, para predisponer la percepción del referido.
Leí recientemente que si en el siglo pasado el mayor temor de los gobernantes poderosos eran las armas nucleares, en nuestro tiempo su némesis mayor es el armamento cibernético, el hackeo, que es un robo inteligente, de su información más preciada y su peligrosa difusión transparente. Uno de los recientes ejemplos más difundidos ha sido la intromisión a diferentes almacenes de datos del gobierno de los Estados Unidos por Julian Assange, creador de una red de espionaje cibernético bautizada como WikiLeaks, que encueró datos supuestamente secretos del gobierno americano.
Julian Assange, pintoresco personaje, fue acusado en Estocolmo por supuestamente haberse llevado a la cama en su cuarto de hotel a una o dos mujeres suecas, adultas y conscientes de lo que hacían. Entre las perlas de la acusación se incluye el haber apoyado “todo el peso de su cuerpo” sobre el de la mujer durante el acto sexual. Me cae.
El australiano fue detenido en Londres a petición de Suecia. Se asiló en la embajada de Ecuador en la capital del Reino Unido; Ecuador le dio la ciudadanía y el asilo político, luego se los retiró; los policías británicos entraron a la embajada y lo llevaron preso. El gobierno de Estados Unidos trata por todos los medios de que extraditen a este hombre de 51 años para castigarlo por andar de chismoso. Como nuestros vecinos tienen vigente la pena de muerte, el proceso de extradición es un engrudo mal batido.
Por si todo esto fuera poco, el presidente López es un defensor de Assange: no solamente le ha ofrecido pública y repetidamente asilo y abrigo en México. Trajo también al padre de este hombre y a su hermano al informe de septiembre de este año a la capital.
Vamos, toda una historia digna de telenovela o película barata. Creo que ya se hicieron dos. No he visto ninguna.
Lo que es la venganza de la transparencia. El presidente López, defensor apasionado de Julian Assange y de su robo de información es hoy víctima de otro ladrón de esos amores; una red llamada Guacamaya ha dado a conocer, vía Carlos Loret de Mola, información secreta -de la que dice tener un chingo más- sobre temas tan sabrosones como la oculta salud precaria del presidente López o los celos entre los privilegiados secretarios de la Marina y de la Defensa Nacional.
Y esta telenovela apenas comienza.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, y dolorosa vergüenza para los militares muertos: mi carro, que es modesto y viejo, tiene en el tablero un indicador que me hace saber cuándo hay que ponerle gasolina para que pueda seguir andando. ¿Sería muy oneroso ponerle tal dispositivo a los helicópteros de las fuerzas armadas. Nos evitaríamos muertes, vergüenza y ridículos nacionales.
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