Por José Francisco Villarreal
Aunque no es característica exclusiva de los mexicanos, el mundo supone que consumimos picante. En Asia también consumen picante, aunque tal vez no en cantidades salvajes como nosotros, pero hay algunos chiles asiáticos realmente potentes. A pesar de mis achaques gástricos, consumo picante, aunque no en golosinas dulces, frutas o postres. Eso sí, nunca me atrevería a morder un chile verde, prefiero “torearlos”. Dicen que los chiles “toreados” pican más. A menos que de niño me hayan vulcanizado la lengua y no lo recuerde, a mí no me parecen más picantes pero sí más sabrosos. Supongamos que es verdad que los chiles “toreados” pican más, entonces debemos suponer también que saben menos. Porque la capsaicina enloquecida adormece la lengua a toda sensación que no sea el picor. Admitiendo estos supuestos, como recurso gastronómico no es tan bueno. Enchilarse demasiado equivale a hacer gárgaras con esencia de clavo o lidocaína.
“Torear” chiles también tiene usos nada gastronómicos ni anestésicos. La prueba ha sido esa “mañanera” donde don Andrés dictó una lista de “corcholatas” de la oposición.
La lista sería la envidia de Mel Brooks para un remake de “La loca historia del mundo”. No porque los enlistados sean ridículos, no todos, sino porque don Andrés sigue jugando al gato y al ratón con sus fervientes opositores. ¡Se le pasó de salsa al presidente en sus chanchamitos de esa mañana! De nuevo, y a despecho de sus amados disidentes, vuelve a dictar la agenda opositora. Ahora sí que, “toreando” los chiles de la oposición (sin albur, conste).
Ese testimonio y mea culpa de Elena Chávez, cuyos frutos perversos ya cosechan algunos, se ha quedado minúsculo contra la mentada lista de “corcholatas”. En la misma dinámica subjetiva que Elena, don Andrés expone la lista con más retórica chusca que pruebas. Por lo menos a él sí se le da el sentido del humor, a Elena sólo el sinsentido. El esfuerzo sobrehumano, o mejor dicho sobrenatural, de algunos columnistas, calumnistas y políticos por imponer mágicamente como verdad los desahogos de Elena, tiene dos grandes obstáculos. El primero que es un testimonio sin pruebas. El segundo que se tomaron demasiado literalmente el Génesis. Sí, Dios creó todo al nombrarlo. Pero en humanos y espíritus chocarreros, verbalizar deseos no los hace reales, ni siquiera los poetas pueden hacer eso. Además, cometen el error de tomarse en serio.
Por el contrario, don Andrés ya les tomó la medida. La lista de “corcholatas” opositoras es puro pitorreo. Aunque dicen que entre burla y broma, la verdad se asoma. Eso sí, era perfectamente previsible que la oposición se esponjara de indignación. Como la lista es una puerilidad sin mayores consecuencias, parece que se inclinan a “devolver el golpe” a partir de ese bestseller que dicen que circula más digitalizado y gratis. Espero que doña Elena no tenga demasiadas pérdidas y recupere al menos la inversión. El problema sigue siendo, a pesar de la seriedad de quienes ya ponen ese libro junto a la Biblia y el devocionario, que se están tomando en serio un mal chiste (el libro) y una burla (la lista). Insisto, la oposición sigue siendo reactiva ante don Andrés, quien, por supuesto, ya lo sabe y lo aprovecha muy bien. Esta táctica la ilustraron hace más de un siglo don Iván Pávlov y sus “perrhijos”. Aquello de la campanita y el perro, que no era campana sino metrónomo y fueron varios perros, Tsygan, Laska, Yastreb, entre otros.
Así don Andrés se la ha pasado “toreando” chiles desde hace mucho, y sus opositores caen redonditos en la trampa. O más bien, cuadraditos, porque han sido sus mentes cuadradas las que han desmantelado sistemáticamente a la oposición como fuerza política legítima y necesaria, para llevarla al terreno del vodevil de carpa, con la diferencia de que las carpas sí eran divertidas. El esfuerzo “literario” de Elena y la nueva nueva nueva alianza de Claudio, no se ven como una oposición seria, por más esfuerzo y recursos que se les invierta. Ahora menos, cuando don Andrés, guasón que es, se pone a “torear” chiles en la mañanera. ¡Qué irrisión!