Por Francisco Tijerina Elguezabal
Silencio ruin, silencio cómplice, silencio lleno de impunidad que da para mucho en qué pensar.
A más de un mes y medio de que 250 asistentes a una boda y otro número indeterminado de huéspedes del Hotel Ambassador resultaron intoxicados, es fecha que las autoridades de Nuevo León no han dado a conocer la causa del suceso y mucho menos si fueron aplicadas sanciones a los responsables.
Como en los viejos cuentos de brujas: “Nadie sabe, nadie supo” y por lo que se aprecia “nadie sabrá”, la realidad de aquel fatídico sábado en el Ambassador en el que una boda estuvo a punto de terminar en tragedia.
Primero suspendieron las operaciones del restaurante y cocina del conocido hotel, luego pasaron los días; después clausuraron el hotel completo y de la nada lo volvieron a abrir sin dar ninguna declaración.
El silencio abre la puerta a la especulación, misma que no puede ser otra que un arreglo indebido.
Lo primero que debería estar aclarado, desde hace ya muchas semanas, es el dictamen de las autoridades de Salud que con simples análisis clínicos y una investigación somera entre los asistentes, podría dar con la causa que provocó la intoxicación masiva, pero hasta ahora siguen callados.
Además, con ese elemento en mano, el Ministerio Público debería actuar en consecuencia e imponer las sanciones a que hubiere lugar al o los responsables.
Pero apostar al olvido es deporte que se ha puesto de moda en México y especialmente en Nuevo León. En ese mismo cajón están las muertes de varias mujeres, Debanhi incluida, y un montón de delitos del que nadie sabe absolutamente nada.
El silencio es en si mismo una forma de comunicación, una actitud, una respuesta que no dice nada y al mismo tiempo dice mucho.
¿A quién y por qué protegen nuestras autoridades?
En un caso tan sonado los nuevoleoneses merecemos conocer la verdad, saber con exactitud lo que ocurrió y conocer el castigo impuesto a los responsables.
El informar y castigar a los responsables no es un favor que nuestras autoridades nos hacen, es una responsabilidad que tienen para con la sociedad y es clarísimo que están faltando a ella, convirtiéndose en cómplices de la comisión de los delitos que hubiere en el citado caso.
“No hay crimen perfecto” dice el refrán y tarde o temprano se conocerá la verdad de este caso, como también se sabrá a quién, cuándo, cómo y con cuánto, le taparon la boca para ocultar lo que pasó ese día en el Ambassador.
Cuestión de esperar.