Por José Jaime Ruiz
Como si fuera el Indio Azteca del centro de Monterrey, el centro social Stock and Woods, en Santiago, albergó la fiesta de cumpleaños del diputado priista Heriberto Treviño, convirtiéndose en el mayor Club de Toby político que existe en Nuevo León. El patrón hegemónico patriarcal solo le dio acceso a las masculinidades; lo femenino, proscrito. Nuestros políticos, entrenados en la misoginia sistémica, bebieron whisky, tequila, cheve, sin faltar la carne asada, los cabritos y la pachanga amenizada, obvio, por grupos de música norteña.
El evento no fue un festejo privado entre familiares y allegados, la fiesta fue un mitin donde la elite política se regocijó de sus diferencias públicas en un fiestón pretendidamente privado. Como la vida pública debe ser cada vez más pública, Heriberto Treviño tendría que rendir cuentas de los costos del festín, transparentarlos. No lo hará: vicios públicos, ¿virtudes privadas?
Se dice que lo cortés no quita lo valiente, en este caso el interés no quita lo indecente. Enemigos públicos, negociadores de festín: ahí el secretario de Gobierno (política) Javier Navarro; el tesorero Carlos Garza Ibarra (lana) , también ahí. Y la hermandad de los líderes de los partidos en el ágape, como Hernán Salinas (PAN), José Luis Garza Ochoa (PRI), Eduardo Gaona (MC en el Legislativo; Horacio Tijerina ni sus luces ni de bruces). Presentáneos, los vicegobernadores de Nuevo León, Francisco Cienfuegos y Zeferino Salgado.
Susana Rostagnol se preguntó: “¿Qué es el Club de Toby? En la versión original de la tira cómica, se denomina Boy’s Only Clubhouse (Club Exclusivo de Varones). Se trata pues de un lugar donde los varones se juntan entre ellos, separados dramáticamente de las mujeres; definido como un lugar exclusivo para los varones, donde las mujeres son excluidas… Vale la pena resaltar el término construcción (de la identidad masculina) en contraposición a cualquier posible esencialismo. El género es una construcción cultural a partir de sexo biológico y desarrollada en el devenir de las relaciones sociales, constituyendo una forma primaria de relación de poder”.
Hay mítines que se excusan en fiestas. Y el festín de Heriberto Treviño fue, sin duda, un mitin político que atenta, no solo simbólicamente, contra la movilidad política de las mujeres: subrepresentación, (des) apoderamiento, reuniones falocráticas, subordinación, exclusión, dominación, supremacía viril, inferiorización, colonización.
En “La tercera mujer. Permanencia y revolución de lo femenino”, Gilles Lipovetsky nos escribe que “En el plano que nos ocupa, la mayoría de los testimonios de las mujeres políticos concuerdan: ellas no poseen exactamente las mismas motivaciones que sus colegas varones, no mantienen idéntica relación que éstos con el poder político. Tales diferencias se han descrito a menudo: las mujeres políticos son más pragmáticas y menos arribistas que los hombres, se muestran menos fascinadas que ellos por el juego del poder, no les preocupa tanto alcanzar puestos como imponer sus ideas y realizar avances concretos”. Lo leo así: los hombres se enriquecen con los puestos; las mujeres enriquecen la vida pública.
Desde hace un chingo, John Stuart Mill aseguró que el “culto que el monarca o el señor feudal se tributaron a sí propios es muy análogo al culto que el macho se consagra y a la apoteosis que hace, con arrogancia cómica, de su masculinidad”. Exacto. Como el hombre, desde el mandato de la masculinidad, se exige probarse hombre todo el tiempo (Rita Segato), se trata de desmontar ese mandato, el mandato de la “dueñidad”. El festín del centro social Stock and Woods –después de más de 50 años– comprueba la vigencia de la consigna feminista del Mayo del 68 francés: “El poder está en la punta del falo”.