Por José Francisco Villarreal
Hace algunos años, muy temprano por la mañana, antes de abordar, un taxista me confesó que venía de pasar la noche con su novia y estaba un poco desvelado. Le pregunté si podía manejar así. Como aseguró que sí, pues abordé. Fue un viaje con una charla bastante divertida donde me enteré que el joven era un médico titulado pero sin empleo. En otra ocasión el chofer de un taxi, de los verdes, me dijo entre la charla que era arquitecto. Era un hombre maduro, con experiencia en su profesión, pero se quedó sin trabajo y tuvo que rentar el vehículo para mantener a su familia. Y así me encontraba con frecuencia profesionistas de todas las edades. ¡Lamentable!
Esto sucedía antaño, en la Edad de Oro de los regímenes mexicanos, cuando no llegaba todavía don Andrés a “descomponerlo” todo y sumirnos en la angustia, la miseria, la corrupción, el desprestigio mundial y el suicidio civil. Todos éramos felices, ricos y con un futuro prometedor… ¡Por supuesto que es sarcasmo! Aquella edad de oro era en realidad de pirita, el oro de los tontos. Sólo que cuando todo está estable, solemos sentirnos seguros, así estemos de puntas en un pie y al borde de un precipicio. El sobresalto sucede cuando perdemos pisada y caemos, ya sea del lado de tierra firme o del lado del abismo. Esto pasa hoy, cuando perdimos el precario equilibrio que teníamos y estamos cayendo. Y todavía no sabemos hacia dónde caemos. Creo que la sociedad mexicana está en ese tránsito, y los más espantados son los que están más lejos del suelo. Total, millones no pasaríamos de una simple luxación; malo los que se precipitan desde las alturas, ¡saben que les esperaría un soberano porrazo!
Es interesante cómo vivimos engañados con ese pasado feliz. Tenemos una historia de masacres, abusos, inseguridad, corrupción, fraudes electorales, pobreza, enfermedad, desastres económicos, represión, injusticia. Con la 4T no se ha enmendado esa historia, si acaso algunos aspectos han mejorado. Se necesitarían muchos años para corregir los errores cometidos durante décadas. Hacen falta muchas otras “T”, de cualquier color, pero ninguna “X” transgénica. Y tal vez el principal error es que nos hayan convencido de no participar en el gobierno, de conformarnos con votar y aguantar callados a quienes elegimos. Seguimos creyendo en ese pasado feliz, pero parece que no entendemos el motivo de esa felicidad. No es que fuéramos felices antes, es que somos felices hoy, y cada día. Es prácticamente la misma felicidad que experimenta un náufrago cuando avista un barco de rescate: la felicidad de los sobrevivientes. Es tanta, que olvidamos lo que nos amenazaba.
No es que fuéramos felices, es que somos afortunados al superar todas las desgracias y todos los desgraciados gobiernos. Un devoto debería dar gracias a Dios. En estas circunstancias, deberíamos cuidar nuestra narrativa sobre la felicidad. No es la que nos proponen como una imposición los medios y los políticos. Simplemente al leer la nota diaria sobre el juicio de Genaro García Luna podemos recordar de dónde venimos; años y años sin limpiar la fosa séptica. Hasta los medios han caído en el desprestigio. Ya no sabe uno a quién o qué creer. ¿Por qué debemos creerles el mito de la pasada Edad de Oro? Enredados en campañas poco discretas, alargan su autoagresión tan elaboradamente como el seppuku, el suicidio de los samuráis, aunque aquí no sea honorable. Recién leí una nota en un medio de comunicación donde, a mitad de la nota, al mencionar a uno de los que la generaron, aclara que el fulano es presentador de un noticiero de televisión, acreedor de varios premios de periodismo, que incluyen un manojo de Emmys, un premio Edward R. Murrow, otro del Club de Prensa de Los Ángeles, y uno más de “Golden Mic” (Sic)… A menos que el periodista cante muy bonito, tal vez se querían referir a los Golden Mik Award, de la Radio and Television News Association del sur de California; o bien no quisieron confundir el premio con el Mike (Pompeo), cuyas memorias desencadenaron la información. El currículo es excesivo pero la nota es interesante, se trata de un presunto contubernio muy secreto de Marcelo Ebrard con el gobierno de Trump sobre migración, que es confirmado por Martha Bárcena, exembajadora de México en Estados Unidos. La nota es sobre la entrevista del laureadísimo periodista a la señora. Insisto en que la entrevista es interesante e ilustrativa sobre la política exterior mexicana. Pero lo que me parece triste, si no es que también ridículo, es que se adorne al entrevistador con títulos, preseas y medallas. ¿Es tan pobre la credibilidad del medio y/o del periodista como para tener que recetarnos a media nota un currículo que no aporta nada a la información porque sólo califica al fulano? ¿Un currículo es garantía de probidad, honradez, ética? Un cualquier “juan pérez” en las redes sociales, sin más trayectoria periodística que un álbum de fotos con sus mascotas o de su viaje a la Playa Bagdad, puede hacer comentarios que tienen más peso por sí mismos.
No cuestiono al periodista sino la necesidad de ese medio en afirmar tan churriguerescamente su credibilidad, aunque puede entenderse porque el juicio de García Luna ha dejado al medio como trepadero de mapaches. La entrevista era buena, al menos digna de analizarse. Las fuentes eran válidas, dos testimonios: el libro de un ex secretario de estado gringo y el dicho de una ex diplomática mexicana. El entrevistador no tenía más que terciarse el chal y decir: “¡Apoco! ¿Y luego?”. Todo muy digno de ser atendido, revisado y cotejado, aunque hubiera hecho la entrevista “juan pérez”, el turista de la Playa Bagdad. A menos, claro, que se pretenda imponer esa información como una verdad absoluta sustentada no en los hechos sino en la trayectoria de un periodista. Lo que, por supuesto, es un atentado a la libertad de prensa, porque al periodismo le pasa lo mismo que al poder, cuando se personaliza, se degrada.
En este endeble equilibrio, es peligroso adoptar la narrativa mediática y política de que antes estábamos mejor, y que podemos avanzar bajo la guía de los mismos de antes. Eso es cinismo en estado puro. Mala táctica; píldora intragable así esté bien dorada. Los nuevos de ahora tampoco son la panacea, son la expectativa. Aunque muchos proceden del mismo pasado tenebroso que queremos dejar atrás, la dinámica es distinta, y por más que se nos quiera convencer que están dejando al país en ruinas, la verdad es que si fueran tan incompetentes, hubiéramos estado diezmados desde antes de la pandemia. Más admirable porque lo que se ha hecho ha sido con el freno de la oposición puesto. Así que estamos ante la certeza de una edad de oro falso y la expectativa de una continuidad por ahora divorciada de ese pasado nefasto y nefando. La oposición no está generando expectativas ni ha roto con su pasado que cada día se exhibe en todo su repulsivo esplendor. Si al final de este sexenio los mexicanos tenemos aunque sea una mínima certeza de mejoría en cualquier ámbito, no habrá promesa de Edad de Oro que valga para convencernos de desandar el camino que nos llevó a esa mejoría. Los medios ya no son tan buenos aliados para imponer una narrativa feliz, porque los regímenes impusieron y personalizaron vocerías en ellos, y el descrédito es mil veces más contagioso que la viruela simiesca. La oposición no tiene ningún espejo en dónde reflejar ese pasado boyante, porque la gente sólo ve en el reflejo a las mismas caras de siempre y con el mismo maquillaje. No hay otra opción que proponer expectativas y demostrar sin dudas que son capaces de darle continuidad a lo poco o mucho bueno de este régimen. Es decir, proponer una 5T. Esa sí que sería por lo menos el inicio de una edad de oro, la que nunca hemos tenido aunque nos quieran convencer de lo contrario.