Por Félix Cortés Camarillo
Dicen que con el avance de la tele, la radio, internet, y todo lo demás el periódico va a desaparecer.
Anoche tuve que limpiar el espejo de nuestro baño. Nada serio: un chorrito de Fabuloso, que ya está en la picota, y dos, tres pasadas. Para terminar el secado, no tuve más remedio que acudir a una plana entera de uno de los diarios que llega a casa.
Inevitablemente me recordé de los vidrios de la primera oficina en la que trabajé, sobre la avenida Morelos, y que se pulían con papel periódico. Ese que ya está a punto de desaparecer. Al menos en su función primigenia.
No pude evitar evocar las tardes, no tan frecuentes por cierto, de gélidos vientos atacando en la casa las puertas de madera y postigos que daban a la calle de Aramberri. Entonces, mi padre cocinaba un engrudo ligero y con mis hermanos y varias brochas gordas tapizábamos con hojas de papel periódico cuidadosamente las rendijas para que no se colara el frío.
Cuando a no sé quién se le ocurrió que los cristianos no podían comer carne los viernes, a mi padre se le presentó una ocasión más de empleo. Mi papá salía furtivo de madrugada al mercado Colón a auxiliar en el descame y fileteo de piezas que me parecían enormes de merluzas o sabe Dios qué pescados. A media mañana yo le llevaba el lonche –tan gringo, ay- y regresaba con los filetes y las cabezas a la cocina de la casa. En papel periódico.
Mi mamá nos ponía periódico dentro de los zapatos para acabar con la humedad en tiempos de lluvias. También envolvía en papel periódico los aguacates para que maduraran.
Cuando, tarde, comenzó a tener perros, los ahuyentaba a periodicazos, envolvía en papel periódico las piezas valiosas de su cristalería en las incontables mudanzas que tuvimos. En más de una ocasión hicimos piñatas con papel periódico. En otras, usé un periódico para ocultarme en un café.
Finalmente, aunque les dé pena admitirlo, el periódico nos ha servido, en rectángulos aparruchados y humedecidos, para el aseo de una de nuestras partes menos apreciadas de nuestro cuerpo.
Creo que soy periodista.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Nikola Tesla fue el mayor genio desconocido de la electricidad, entre otras cosas porque no tenía un buen publicista ni un ávido pirata que se robara patentes ajenas, como lo tuvieron Edison, Graham Bell y otros figurones de la historia falsa. Nació en lo que hoy es Croacia y pasó a la historia como súbdito del imperio Austrohúngaro. Bueno, pues anda por ahí un picaflor de altas esferas –vamos, hasta espaciales- que se llama Elon Musk. Amenaza, para beneplácito de muchos, con instalar una mega fábrica de automóviles eléctricos en México, para suplir de esos entes al enorme mercado de los Estados Unidos. El primero en buscar el anzuelo fue el gobernador de Nuevo León, quien ya asume que aquí se va a instalar un kloster de vehículos de ese tipo. La precipitación de Samuelito provocó que el presidente López le pusiera un estáte quieto: Nuevo León NO TIENE AGUA para beber. Mucho menos para proveer del líquido no solamente a la planta de Tesla, sino a todos los que vendrán a trabajar ahí, y que necesitan de servicios que ya quisiera Santa Catarina que el gobernadorcito le diera.
felixcortescama@gmail.com