Por Félix Cortés Camarillo
Gelsomina, que con su ridículo bombín en la cabeza sigue soñando con ser la elegida del padrote mayor, pega sin gracia al tamburo y grita al mismo tiempo con su aguda vocecita de Giullieta Massina E’ arrivato Zampanò! mientras en el fondo se escuchan los violines magistrales de Nino Rota, el musicalizador de cabecera de Federico Fellini.
Sí, es la combinación de los cuatro talentos, Federico, Giullieta Massina, Anthony Quinn y Nino Rota en La Strada. La Calle.
Muchos años después, con el pretexto de celebrar el fracaso de la empresa petrolera de México, y uno de los mitos geniales del priísmo mexicano, nuestro Zampanò, irritado porque los mexicanos de a pie, los que no vamos al Zócalo en autobús pagado “por las dietas” de los legisladores del partido de gobierno, le hemos ganado lo que él consideraba su patrimonio indiscutible, la calle. La Strada.
No cabe duda de que el presidente López tiene muchos motivos para sentirse iracundo. Su mayestática conducta sigue topándose con obstáculos que él considera menores como los que no dejan implementarse a su modo el destazar del INE o la descomposición desde sus propias tripas de la SCJN, por el camino de la plagiaria mayor de este país, la magistrada Esquivel.
Pero el dolor mayor no es ese.
Lo que tiene superarchirecontraencabronado al presidente López es haber perdido la calle, su coto de caza favorito; el que le llevó a llenar, dice él, sesenta veces el Zócalo. La calle que cerró cuantas veces quiso, sin que le molestara el pétalo de un tolete policial.
Tal vez porque él personalmente no dormía en las carpas de la avenida Reforma.
Por todo lo anteriormente dicho, mañana sábado 18 de marzo la Plaza Mayor de nuestro país se llenará hasta el infinito de la bandera de su ombligo y más allá, como diría Disney. Centenares de miles de voluntarios mexicanos ya están en camino a la celebración del ego presidencial que no recuerdo mayor desde la alabanza de los banqueros, que ya vienen de regreso de Mérida para estará en la cita histórica, le dieron a López Portillo cuando les quitó sus bancos.
¡E’ arrivato Zampanò! La Strada es suya y así lo celebrará.
Mucho ojo. El artista de La Strada no soportaba al bufón que de él se reía. Aunque Gelsomina le siguiese amando. Con su bombín ridículo y sus sueños.
PARA LA MAÑANERA, (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Huele a gas. Ese dicho popular, que se acomoda a cualquier situación que se ubique entre los extremos de una flatulencia humana o el tardío aviso de una explosión doméstica, se ha convertido en un mal chiste político en Monterrey. Nunca hemos tenido aire límpido para respirar desde que la Fundidora Monterrey todas las tardes vaciaba su escoria en los terrenos que hoy dedicamos a la avenida de don Félix Uresti Gómez, iluminando de rojo el cielo regiomontano, y la fama cementera del estado nacía a mordiscos del bello cerro de Las Mitras, por allá donde los Elon Muskes hacen su nido.
Nunca hemos respirado, sin embargo, aire tan pútrido como el de hoy. Sí, huele a gas. Shakespeare diría que hay algo podrido en Dinamarca y que hasta el Obispado está llegando. Y todos buscan a un culpable. ¿Será la pinche llovizna que el otro día humedeció las calles de la capital e hizo emanar pestes de las alcantarillas? ¿Acaso es cierto el rumor de que una pipa de gas víctima de chorrillo circuló por la zona metropolitana apestando nuestras narices? ¿O son las emanaciones sulfúricas de un pésimo crudo que se procesa en la refinería de Cadereyta las responsables? ¿Serán las hermanas de la caridad de la Ternium las que nos ensucian el aire?
Seguramente son todas ellas y ninguna. La culpa es de los regiomontanos por tener el gobierno que nos merecemos.
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