Por Félix Cortés Camarillo
La intensa y comprensible ira que en los mexicanos ha provocado el vil asesinato de 39 migrantes asfixiados y calcinados en la cárcel ilegal del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez, solamente se incrementa con la actitud obcecada del presidente López que se niega a hacer por lo menos un simulacro de justica –que en este país se llama venganza- castigando a alguno de los responsables de la desatención criminal demostrada hacia las víctimas.
“Hay que esperar a que termine la investigación”, insiste Lopitos, como si existieran dudas sobre la negligencia criminal de estas cárceles ilegales e inmorales y lo que en ellas sucede, solamente para dar satisfacción a las exigencias del gobierno de los Estados Unidos que prefiere que otro haga el trabajo sucio de contener, detener y expulsar a los pobres braceros del sur. Y de aquí también.
La obvia y sencilla solución a esta tremenda crisis de gobernabilidad, la mayor que ha sufrido el presidente López y su pandilla, era el sacrificio de un cordero pascual ante el altar de los mexicanos indignados: cesar –no solicitarle la renuncia, cesar- al director del Instituto Nacional de Migración, hubiese aminorado la sed de venganza que los aztecas ejercemos gozosos ante los excesos del poder y la autoridad.
El cese del secretario de Gobernación Adán Augusto López hubiese tenido un impacto más favorable para la supuesta aprobación que el presidente López presume en las encuestas; lo mismo hubiese sido el cuestionamiento al canciller Ebrard, a quien sus subalternos debieron haber informado que el dueño de la empresa privada de “seguridad” cuyos empleados participaron también en el asesinato es al parecer propiedad del cónsul honorario de la dictadura fascista nicaragüense de Daniel Ortega y señora en Ciudad Juárez.
Todo un reverendo mugrero: una montaña de mierda escondida bajo la frase favorita de los regímenes mexicanos: caiga quien cayere, aquí no se tolerará la impunidad.
Desde luego se prepara ya el castigo al delegado del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez: ya se divulgó subrepticiamente que fue él precisamente el que ordenó a los guardias, privados y de la Secretaría de Gobernación de no abrir las puertas para que los asesinados pudieran salvar sus vidas. Tal vez hasta su libertad. Ahí terminará toda la faramalla de que “no somos los de antes: aquí no hay impunidad”.
El senador Germán Martínez ha sido acertado al definir esta situación: la matanza de Ciudad Juárez es el Ayotzinapa de López Obrador. Hasta el número de víctimas es semejante. Con el papel de Murillo Karam perfectamente interpretado por el secretario de Gobernación Adán Augusto López.
Sólo le faltó afirmar que él tiene la verdad histórica.
Para eso tiene la protección de su amigo-hermano-rayo de luz-hijo del progreso, presidente López.
La impunidad está triunfando una vez más. Si los mexicanos vamos a permitir que eso suceda, no tenemos vergüenza, ni honor, ni cara con la cual ver a nuestros hijos.
PARA LA MAÑANERA, (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Una vez más, el caso de Ciudad Juárez es aprovechado por el presidente López para disfrazarse de víctima: los quemados se quemaron ellos mismos al incendiar sus colchones y los medios están presentando la historia, con su amarillismo de siempre, para culpar al pobre presidente López.
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