Por José Jaime Ruiz
“Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”, escribieron Engels, Marx y Jenny von Westphalen en su Manifiesto. La solidez del neoliberalismo se desvanece en la Cuarta Transformación que, sin dejar de ser capitalista, asume la transición de una izquierda verdaderamente contemporánea insertada en la globalización.
El “fenómeno” Xóchitl Gálvez lo es… peyorativamente. Su puesta en escena es una farsa mal armada, un personaje en busca de autor. El neoliberalismo fue profanado por la 4T y entonces los herederos de una “cristiada” posmoderna muestran su agravio, la guerra cristera se volvió digital. Desrealizada, la Derecha carece de soporte social y político –la Presidencia y las gubernaturas pertenecen a Morena.
En el escenario fársico, como en la canción de Charly García, “Cuando el mundo tira para abajo/ es mejor no estar atado a nada/ imaginen a los dinosaurios en la cama”. La política botarga se engaña a sí misma. Los representantes del Frente Amplio son impresentables y la dueña de la cargada y del dedazo corporativo, Xóchitl Gálvez, representa íntegramente el modelo de la farsa.
Cuando la Derecha se obsesiona en rebasar por la Izquierda, regularmente sufre un accidente, no sólo histórico (para dejar sin discurso a la salinista Beatriz Paredes), también histriónico: la “botarguez” como recurso político. O sea Xóchitl. La señora se asume trotskista, y lo suyo no es la “revolución permanente”, ni siquiera la transformación permanente, es la involución permanente, es decir, regresar al Estado neoliberal del despojo y la privatización con una guerra permanente al estilo de Felipe Calderón y Genaro García Luna.
Lo aclaró bien Luis Villoro: “Dejamos entonces de ver al indígena desde los no indígenas, de verlo como un objeto, que con generosidad el indigenismo trataba de ayudar, pero que otras veces trataba de controlar, de manipular e inclusive de explotar”. Xóchitl se asume indígena, no lo es, y su activismo desde Las Lomas la delata: no pedalea, electrifica sus movimientos.
Esclarece el documental de Netflix, “La vocera”: “María de Jesús Patricio, también conocida como Marichuy, es la primera mujer indígena en postularse para la presidencia de México, con una campaña modesta pero radical”. Xóchitl, desde Las Lomas, nunca será Marichuy. La farsa indígena se le desmorona a Gálvez.
El gelatinoso ascenso de Xóchitl al poder político y la lana se apareja con su labor empresarial en bienes raíces, no con la venta de gelatinas. El discurso de la cultura del esfuerzo en México lo impuso un ex a-Tec (Tecnológico de Monterrey), Luis Donaldo Colosio Murrieta. La cultura del esfuerzo es la farsa mexicana sólo comparable al “sueño americano”. Xóchitl no es una empresaria exitosa por esfuerzo sino por corrupta. Cada evidencia pasada, presente y futura la destruye.
El neoliberalismo es despojo o no es. La enfermedad infantil del izquierdismo de Gálvez la delata. Su narrativa de indigenismo es un escupitajo a los pueblos originarios. Su ascenso social puede convertir, pago mediante, a su hija en socialité, pero no la convierte en elite.
Todo lo Xóchildo se desvanece en el aire. Si la mentira no se edifica con verdades, se derrumba más fácil que cualquier narrativa. En realidad, en el 2024 no se juega la Presidencia, la Derecha ya perdió. Se apuesta por el Plan C, esto es, que Morena tenga mayoría calificada en las cámaras. El aire, lo sólido. Enrarecer o respirar, neoliberales o transformadores.