Por Félix Cortés Camarillo
Ayer se dio la coincidencia de tres fenómenos, dos históricos y uno dudosamente accidental, que tienen como denominador común Ucrania, cuyo nombre proviene del viejo eslavo ruso y quiere decir tierra lejana.
Pues ayer sucedió que se cumplieron 18 meses de la invasión rusa de Ucrania, que Putin soñó iba a ser un día de campo para un fin de semana de su poderío militar; llegó también el aniversario 32 del día en que un intento de golpe de estado marcó el desmoronamiento de la poderosa Unión Soviética, y que los ucranios soñaron era el comienzo de su gradual integración al mundo Occidental y proclamaron su independencia. El mismo día, ayer, se desplomó un avión en el que supuestamente viajaba Yevgueni Pirozhin, un viejo y célebre mercenario ruso que salía de Moscú a Bielorrusia y ahí se le acabaron sus sueños.
Después de un año y medio de ofensiva, el supuestamente segundo ejército más poderoso de mundo no ha podido doblegar a un pueblo indómito. Los soldados ucranianos ya se asomaron hasta la península de Crimea que era una zona autónoma de Ucrania y fue invadida por Rusia hace 9 años. Los drones provistos por Occidente han llegado hasta Moscú para que los rusos sientan lo que es canela fina. Putin, en un encuentro con líderes africanos, ha tenido que admitir que podría sentarse a dialogar en búsqueda de paz si Ucrania deja de luchar. Ergo, está luchando bien.
Irónicamente, la independencia de Ucrania nunca fue real; tal vez hoy es lo más cercano a esa utopía celebrada en todo el mundo demócrata menos en el gobierno mexicano. Su territorio alberga a la mayor extensión de la tierra más fértil para la agricultura: de ahí se desprende que ha sido el granero del mundo y que por culpa de la invasión estemos todos con los precios de los alimentos de arriba para abajo. Pero a los ucranios les han dominado entre otros los eslavos, rutenos, lituanos, polacos, cosacos, moscovitas, el imperio Austro-Húngaro y los bolcheviques. Putin es aspirante a sumarse a la lista.
Poco se ha dicho que cuando Vladimir Putin lanzó la ofensiva para finamente anexar de nuevo a Rusia la tierra de Ucrania, contrató los servicios de una legión de mercenarios que se llama Unidad Wagner, que en su apogeo llegó a mandar sobre 24,000 soldados.
El dueño de esta unidad era nombrado “el chef del Kremlin” porque su cercana relación con Vladimir Putin le había ganado el papel de proveedor de los alimentos del nuevo zar. Su confianza, obviamente, era total.
El nombre del Chef es Yevgueni Pirozhin.
En junio de este año, ante probables dificultades en el pago de la soldada, la unidad Wagner dio media vuelta y en lugar de seguir avanzando sobre Kyiv marchó rumbo a Moscú y tomó la estratégica plaza de Rostov sobre el río Don. El 10 de julio Putin y su amigo y cocinero principal se reunieron y Pirozhin paró sus tropas y se fue con su música y sus soldados a Bielorrusia: aliada de Putin y limítrofe con Polonia y Ucrania.
Hasta ahí es lo que se sabe. Lo que sigue es que un avión que llevaba aparentemente a Pirozhin y cinco personas más –entre ellas su mano derecha Dmitry Urkin- y tres tripulantes, se desploma luego de despegar de Moscú.
Un acertijo más, como lo son todas las muertes ligadas al Kremlin. Mientras tanto, sigue muriendo gente.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Se dice que hace aproximadamente un millón de años el homínido se convirtió en humano al descubrir el fuego; con ello, la luz el calor, la cocción de alimentos y otras ventajas. También nos contaron que fue Prometeo quien, rebeldón que era, decidió entregar al hombre la antorcha de ese gran conocimiento. Se robó el fuego de la fragua de Hefesto y cambió la historia del mundo. Lo que es indudable es que estamos entrando, como humanidad, en la época del Piroceno, la era del fuego. Si logramos conquistar el fuego, el cambio climático está enviando a los incendios incontrolables en todos los bosques del mundo, en venganza.
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