Por Félix Cortés Camarillo
Fue mi muy admirado Don Daniel Cosío Villegas el que acuñó el término de “el estilo personal de gobernar”. Lo usó para tratar de ubicar en ese difuso espacio que separa los delirios personales de la práctica política, las particulares obsesiones de Luis Echeverría, a la sazón presidente del país. Yo, que tengo algo de gitano, apuesto diez a uno a que no hay persona en nuestro país que tenga alguna duda de que el estilo personal de gobernar de Lopitos es el mayestático egocentrismo bajo el concepto bíblico –dicen- de que no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad del Señor.
El instinto no es nuevo; quienes son integrantes de su cercanía saben bien que el presidente López no entiende razones ni acepta consejos. Muchos menos discrepancias. Él mismo ha sido específico al definir las cualidades que él pondera para la elección de sus colaboradores a puestos de responsabilidad y mando: noventa por ciento de lealtad, diez por ciento de capacidad. Yo no estoy inventando.
El asunto adquirió desde el inicio del sexenio características del culto a la personalidad de Stalin o Hitler. En sus postrimerías entra en una suerte de paroxismo.
Los estados que integran nuestra federación y sus gobernadores son, en el papel, libres y soberanos; ciertamente son parte de la rama del poder ejecutivo pero, en teoría, su relación con el presidente de la república debe ser de mutuo respeto y colaboración, independientemente de las filias partidarias de unos y otro. Protocolariamente, cuando cada uno de los gobernadores estatales toma posesión de su cargo, el presidente envía en su representación a algún capitoste de su gabinete, siguiendo la máxima popular de que según el sapo es la pedrada, y de paso enviando un mensaje sobre el lado que la iguana usa para mascar.
La nueva gobernadora del Estado de México, doña profesora Delfina Gómez, ha de tomar posesión de su cargo hoy, 15 de septiembre, ante el presidente del país y no ante el Congreso de su Estado que es lo que la ley marca. La ley marca que Alfredo del Mazo deja de ser gobernador de ese prolijo estado en el primer minuto del 16 de septiembre.
Tradicionalmente, el gobernador saliente del estado de México daba en Toluca el grito casi a medianoche del 15 y entregaba entonces la bandera del país al sucesor. Como hasta ahora todos fueron del mismo partido de Atlacomulco –que con esto pasa a la historia- no había pez. Hoy, a petición del público y como fenómeno nunca dado en el estado, habrá al mismo tiempo por unas horas dos gobernadores del estado de México.
Yo no sé a ustedes, pero a mí me enseñaron, como a todos los escolapios previo al reinado de Marx Arriaga I, que el cura Hidalgo dio su famoso grito libertario al amanecer del 16 de septiembre de 1810; que el campanero hizo su labor llamando a la primera misa del día, la de las seis, y que ante la gente ahí reunida el cura convocó a la rebelión con el estandarte de la virgen de Guadalupe por delante.
Lo que sigue ya son cosas que narra mejor Jorge Ibargüengoitia que yo pueda imaginar.
De lo que no cabe ninguna duda es que Porfirio Díaz, nacido el 15 de septiembre de 1830, ordenó -¿suena familiar?- que el grito de la Independencia se diese la noche del día de su cumpleaños. Y desde entonces, los capitalinos van, ya no sé, al Zócalo la noche del quince para embriagarse a todo dar, quebrar huevos llenos de confeti en la cabeza de quien se deje y a tratar de captar los nuevos héroes que nos dieron patria que el presidente diga en su grito con los representantes todos de las fuerzas vivas del país en los balcones de Palacio..
Pues no.
A la manera porfiriana, el presidente López decidió que la fiesta del quince en la noche es toda suya. No habrá representantes del poder legislativo ni, desde luego, del poder judicial: es del dominio público, dijo el presidente López, que no nos llevamos bien.
Volviendo a mi primaria pre Marxiana, me recuerdo que el discurso de Hidalgo decía, entre otras cosas, ¡Viva México!¡Muera el mal Gobierno!
Como decía Garcés: ¡Arrrrozzzz!
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