Por Félix Cortés Camarillo.
Mirror, mirror on the wall, you said you have the answers to it all
You never tolld me I´d take the fall, mirror mirror on the wall…
Espejo, espejo, en la pared, Diana Ross.
Ha tenido que llegar el INEGI, tan metiche él, a meter un poco de orden en la danza de los números sobre el crecimiento económico de nuestro país, que de repente ha comenzado a interesarnos cuando nos damos cuenta de que el país va en una pendiente de bajada a velocidad de miedo: el producto interno bruto de nuestro país, en el segundo trimestre de este año creció 0.1 por ciento con respecto al trimestre anterior. Decir 0.1 por ciento equivale en matemáticas uno al millar. Si esta tasa de crecimiento es satisfactoria para la administración de la cuarta república, que el presidente López siga afirmando que para finales de este año el crecimiento de nuestra economía será de dos puntos porcentuales. Sigue diciendo, como cualquier croupier de feria, hagan sus apuestas señores, confiado en que la repartición de dinero será generadora de riqueza, en una singular interpretación de las leyes del mercado y de la economía a la que ya nos tenemos que acostumbrar.
El asunto importante no es sin embargo en el juego de la numeralia, como lo hago yo al interpretar el punto decimal y su posición; el tema es la interpretación de las mediciones y sobre todo quién hace las mediciones.
En este terreno el caso más resonado fue el despido, despido, de Gonzalo Hernández Licona, quien estuvo trece años al frente de la CONEVAL, prácticamente desde su nacimiento.
Nos han querido decir que la CONEVAL es, si todavía hoy jueves sigue existiendo, un instrumento de señoritos fifís en oficinas lujosas encargados de medir una pobreza que desconocen porque nunca han ido a comer tortilla con sal en los barrios y pueblos más jodidos de nuestro país.
Aunque la medición de la pobreza está, o estaba, dentro de sus funciones, la CONEVAL, como sus siglas deben indicarlo, la evaluación de los programas de gobierno. Un espejo de la reina malvada del cuento para que a su pregunta “espejito, espejito, quién es la más bonita del reino”, le conteste sin dudarlo un momento, “Blanca Nieves, señora”.
No es un chiste. Hay una ofensiva enconada de la administración actual en contra de los órganos diseñados para detectar y dar a conocer las deficiencias y errores de los órganos del poder público. A la CONEVAL se lo puede cargar el chamuco porque el señor Hernández Licona se le ocurrió expresar su opinión contraria al recorte de recursos para evaluar al gobierno. Ahora resulta que fue corrido porque era un señorito del ITAM, que tenía una formación ideológica diferente a la que se rifa en este sexenio: el populismo demagógico.
El destino que se perfila para la CONEVAL es el mismo por el que transitó el Instituto Nacional de la Evaluación Educativa: de un plumazo se lo cargó la fruta. Al CRE, comisión reguladora de los benditos energéticos se le bajó drásticamente su presupuesto por haber osado emitir una opinión crítica de la CFE. A la Comisión Nacional de los Derechos Humanos no se le perdona la crítica a la desaparición atrabiliaria de las estancias infantiles, mientras que los de la INAI, instituto para que podamos acceder a la información los que la necesitamos y al INE, que vigila la limpieza y el orden de las elecciones se les considera onerosas cuevas de simuladores.
El panorama solamente refleja la actitud de la transformación de cuarta hacia toda actitud crítica. “Con todo respeto”, una mañana sí y la otra también, los medios de comunicación que no aplauden como focas las decisiones presidenciales o de su administración son automáticamente llevadas a la picota del agravio, la descalificación y a veces el insulto. Con todo respeto. El sustento de esta política es el derecho que el presidente tiene de emitir libremente su propia opinión. Con las ventajas que todo croupier tiene.
Toda democracia implica la existencia de organismos de control, que le advierta de los errores de sus gobernantes. Si son organismos autónomos, mantenidos por el erario, sea. Si son medios y periodistas que están para señalar las llagas y exprimir en su caso la pus, mejor.
En el cuento infantil yo no recuerdo el final del espejo insolente que nunca le aceptó a la reina-bruja-maruja que ella era la más bella de la comarca. Pero de que cumplió con su misión, lo hizo.