Por Félix Cortés Camarillo.
…quiero decirte algo
que quizá no esperes
doloroso tal vez
Pedro Junco Jr. Nosotros.
En diversas instancias, especialmente las benditas redes sociales, circuló brevemente el acertijo de por qué el primer informe del presidente López era llamado tercero por su gente; hubo quien se acercó a preguntarme. Intento una interpretación:
No hay enigma alguno; por el contrario, es un claro mensaje político que se parece mucho a aquella frase de la vieja campaña de Andrés Manuel, de “al diablo con las instituciones”.
Al diablo con las instituciones. El presidente López estaba legalmente obligado a entregar un informe por escrito, su primero, al Congreso de la Unión. En ningún lado se establece que tenga que ir a leerlo ante los diputados y los senadores en esa fecha anual. En los países democráticos, por una herencia del parlamentarismo inglés que es el de mayor prosapia, los documentos del jefe del gobierno rindiendo cuentas suelen discutirse, en presencia del autor, por las diferentes fracciones que componen esos cuerpos parlamentarios. Me ha tocado presenciar alguna de estas divertidas sesiones. En los Estados Unidos, el informe presidencial se rinde en enero –aniversario de la toma de posesión– y es contestado por un representante del partido opuesto al presidente.
Todo este simulacro de democracia atravesó en México por diversas mascaradas, desde la inexistencia total de la rendición de cuentas, a la cabeza de puerco en el pleno, o la toma de la tribuna del Congreso de los últimos años, pasando por el inevitable día del Presidente, en el que el trayecto al recinto legislativo en auto convertible, la interminable lectura de cifras incomprensibles, las ovaciones de pie, el besamanos y toda la parafernalia cortesana sin rey, estaban en el libreto.
Andrés Manuel López Obrador, iconoclasta él, rompió con todos esos disfraces para imponer el suyo. Se trata, con el mismo fundamento y ocasión, de dos actos diferentes.
El presidente López cumplió con la ley y mandó a la secretaria de la Gobernación a entregar a –es un delirio estar con Porfirio– Muñoz Ledo un documento que nadie, nadie, va a leer. De su propio coleto, ante sus propios invitados, en el patio central de su casa –jardín particular– dirigió su tercer mensaje a su pueblo de su México.
Puede parecer formalmente absurdo, pero para el presidente López son dos cosas distintas y que quede claro: el Congreso es una cosa, y el pueblo es otra. Él le rinde cuentas al pueblo, cuando le da la gana. Preferentemente, cada mañana. Y para hablarle a su pueblo no necesita intermediarios. Yo no sé si el presidente López sea católico practicante, pero estoy seguro de que si lo fuera no necesitaría al Papa para hablar con Dios. Él tendría línea directa.
Ese es el mensaje, que aparentemente nadie quiere entender: no quiero intermediarios. Ni para distribuir las medicinas, las becas, los apoyos, los abrazos o los pambazos. En una nueva tropicalización de aquello del diablo y las instituciones podría decírsele al Congreso mexicano, con Pedro Junco Jr. “no es falta de cariño, te quiero con el alma, te juro que te adoro, y en nombre de este amor y por tu bien, te digo adiós”.
Si alguien quiere recordar que alguna vez en la secundaria le explicaron lo que significaba la frase L´Était, c´est moi, tal vez se está extralimitando.
O tal vez no.