Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
¿Qué tanto pesan los estadios? Depende de su arquitectura, de su ingeniería. Para los locales, a veces pesan menos de lo que su ingeniería social desea. Los hinchas cuentan y cantan, pero no juegan. Ayer, en la final del futbol mexicano, la afición americanista pesó sólo en una decisión arbitral de tarjeta amarilla y el Estadio Azteca gravitó en la tanda de penales… en contra de sus jugadores que, al sentir la presión, perdieron.
Como todo centro ceremonial mesoamericano, al Azteca lo pretenden simbólico: ahí se ofician los altares de sangre deportiva obtenidos en las guerras floridas del futbol. Piedra verde de los sacrificios, al Azteca le suman dos factores que disminuyen al rival, es decir, la altura y la contaminación. En la ceremonia del futbol, el Azteca, y sus altos sacerdotes-futbolistas, devoran a los rivales.
Más acá del simbolismo y sus cuentos asusta-enanos, el Azteca sólo asusta a los mediocres. Volumen (el ombligo futbolístico de México), presión (el desafío del coro) y peso no gravitan como antes. ¿Qué le pudo pesar a Rayados de Monterrey el Azteca? Poco, muy poco. ¿La altura de la Ciudad de México? Nada, sobre todo después de ir y venir –en verdaderas alturas– a Qatar. ¿La contaminación? No es factor, sobre todo cuando los regios viven, incluyendo a sus futbolistas, en la ciudad más contaminada de Latinoamérica.
La década que finaliza, como las huestes de Pancho Villa, significó la preponderancia de La División del Norte del futbol mexicano. En jerarquía: Tigres, Rayados, Santos y Xolos. La División del Norte apabulló a los representantes de las décadas del siglo XX, como lo fueron Chivas, Cruz Azul, América y Necaxa, también al Toluca que dominó el inicio del siglo XXI.
Domiciliar la jerarquía no siempre significa ventaja. Tampoco el mito de la embravecida remontada. Para un equipo de futbol que ha jugado en Qatar contra el mejor equipo del mundo, Liverpool, y demostrado el buen nivel del futbol mexicano de clubes, pensar que le pesaría la Ciudad de México y el Azteca significó un absurdo.
A los jugadores del América les faltó temperamento y, a su técnico, temple. Los americanistas fallaron a la mística de carácter del equipo y su director técnico careció de imponer esa dualidad festiva que da dureza, pero también elasticidad. En el altar verde de los sacrificios, los futbolistas del América se autoinmolaron en la serie de penales: les pesó el Azteca.