Por Félix Cortés Camarillo
Doctor,
Mañana no me saca usted la muela,
Aunque me muera de dolor…
Otilio Portal Monterrey, Me lo dijo Adela
El presidente López es definitivamente un caso de estudio clínico sobre trastornos de la conducta, que en su caso se rige por tres constantes prácticamente inviolables: su certeza de la infalibilidad de sus juicios; la intolerancia a aceptar un no como respuesta y reconocer su yerro, y su propensión a tomar generalidades vagas como estadísticas certeras.
En la primera línea de conducta está en primerísimo lugar la convicción de que todos los males de este mundo se deben a los gobernantes que le antecedieron, aunque todos sean iguales pero también existan diferencias; de esta suerte, no hay una sola acción de las administraciones precedentes digna de evitar la hoguera del desprecio histórico. Esto conduce inevitablemente que todo debe ser diferente por el solo hecho de que es producto de alguien que tuvo el poder anteriormente. Así se dicta el vade retro a todas las decisiones del pasado, aunque pudiesen ser sometidas a rudas pruebas de un análisis honesto. El abandono costosísimo del proyecto del aeropuerto de Texcoco para la Ciudad de México, el berrinche que conduce a casar el futuro de la nación a los combustibles sólidos, contaminantes, imposibles de renovar y superados todos los días por los proyectos de energías alternas, y la adopción de una medida de calidad que coloca en primer lugar a la lealtad y en último a la preparación específica en la materia sobre la que se debe ejercer autoridad.
La intolerancia “con todo respeto” a cualquier disidencia o modo alterno de pensamiento ha comenzado a terminar gradualmente con todas las posibles alternativas al poder absoluto. Lentamente, como la humedad, el Ejecutivo se ha hecho del poder en el Congreso de la Unión, ha roto el frágil equilibrio del Poder Legislativo y ha destrozado la esencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. En la mira del presidente López se encuentran a corto y mediano plazo los entes del derecho a la información, el muy bien acreditado INEGI y finalmente uno de los magros frutos de la democracia en México, el Instituto Nacional Electoral. Aniquilar la democracia, pues.
Como herramienta para ello, el presidente López acude con frecuencia casi cotidiana a afirmaciones ligeramente equivocadas, frecuentemente inexactas o brutalmente falsas. Esto deja al presidente López en una dura encrucijada: o está mal informado por subalternos incapaces o mal intencionados, o él dice intencionalmente mentiras porque tiene “otros datos”.
Las consecuencias de esta óptica fallida, aún si estuviese siempre bien intencionada, pueden llegar a ser criminales. El caso más reciente y dramático lo estamos viviendo todos los días. La cancelación del Seguro Popular –que según el presidente López no era seguro ni era popular- dejó en el desamparo a millones de mexicanos que no tienen acceso a la seguridad social ni a atención médica que no paguen. Si el Seguro Popular era deficiente, el Instituto de Beneficiencia Social que debe sustituir sus funciones desde hace diez días es inexistente. El mismo presidente López reconoció que el 80 por ciento de los mexicanos no tiene hoy acceso a un médico, un remedio, una curación o un intervención quirúrgica cuando lo necesita. Lo tendrá un día al nivel de la atención médica de Escandinavia, según la falacia repetida.
Mientras, morirán muchos mexicanos del dolor de la frustración.
PILÓN.- El otro obcecado gobernante de este lado del mundo, Donald Trump, nos ha sorprendido a todos ante los ataques de la venganza de Irán. No cantaría yo victoria. La venganza es un platillo que se come frío.