Por Félix Cortés Camarillo
Las lecciones gratuitas que el presidente López proporciona diariamente a los mexicanos, tanto de civismo como de historia patria, ética, teoría política, moral o iconoclastia, cansan por su metodología tautológica, que se basa en la teoría –tantas veces mencionada en esos sermones– de que cualquier mentira, si se repite el número necesario de veces, se convierte en una verdad aceptada y asimilada en el subconsciente colectivo.
Entre esas afirmaciones se encuentra la de que la política es oficio, el más noble de todos, al que deben acceder dignamente todos los ciudadanos.
Desde luego eso no es cierto, el planteamiento nace de la confusión involuntaria entre las funciones sociales del político frente a las del servidor público. Ellas coinciden en el terreno del poder, pero difieren en lo esencial desde que la teoría social se dividió a partir de Nicolás Maquiavelo y sus definiciones.
El político no es otra cosa que un ser humano que empeña todos sus afanes en conseguir el poder, una vez que lo obtiene, el objeto de su vida es simplemente conservarlo y, eventualmente, ampliar su esfera, nunca perderlo. El servidor público, aunque actúa en el mismo terreno que el político, tiene como único propósito el bien común de los ciudadanos; así se autonombra el frecuentemente mencionado Morelos en los Sentimientos de la Nación: un siervo de la comunidad nacional.
No parece haber dificultad para entender esa diferencia.
En la fauna que el gobierno del presidente López se ha empeñado en hacer crecer, destaca con su velocidad meteórica el doctor Hugo López-Gatell Martínez; su cargo oficial es el de subsecretario de Salud, aunque de hecho sea el titular de la dependencia, y encargado de comunicar el avance de la administración frente a la pandemia del coronavirus que tiene al mundo patas arriba. Sus comedidos, amplios y documentados informes cotidianos –dos al día– suenan convincentes. Nadie puede estar en contra de que nos lavemos las manos con la mayor frecuencia, haya virus 19 o no, que no estornudemos por doquier y que nos metamos a la cama si tenemos fiebre o dolores en las articulaciones; es de sentido común. Mucho menos nos oponemos a darle la mano, abrazar o mucho menos besar a los seres cercanos porque ellos pueden estar infectados y contagiarnos o nosotros estarlo sin saberlo y esparcir el mal.
Cualquier pendejo lo entiende.
Cualquiera, menos el presidente López, que a regañadientes y después de la reacción de los mexicanos por su conducta pública en Guerrero, ha aceptado a reducir la masa de su entorno y las cercanía besucona de sus cercanos. Es que soy muy terco, diría el presidente López. Mejor conocido como la Oveja Negra,
Pero el que no tiene madre es el doctor López-Gatell, primer experto en el mundo en el Covid 19, quien se puso a defender la actitud del presidente López de seguir en el besuqueo y el estrechamanismo. Tiene poderes divinos, llegó a decir, o algo por el estilo.
El doctor no es tonto. Es simplemente abyecto. Prefiere ser político a servidor público. Empeñado en ascender en la fácil escalera del poder en torno a López Obrador, ya probó las miles de la presencia mediática, de las que solamente libaba Marcelo Ebrard, ya se ve en el primer lugar de las listas de la supuesta sucesión presidencial de la cuarta simulación, que según Andrés Manuel llegó para quedarse. El mismo presidente López aclaró que su conducta de previsión sanitaria solamente sería modificada por el todopoderoso experto Hugo, a cargo de nuestras vidas.
Hay que carecer de mucha madre.
PARA LA MAÑANERA.- Señor Presidente, con todo respeto: ¿Es cierto eso de que si me da el coronavirus tengo que meterme dos semanas a la cama con una cuarentona?