Por: Obed Campos
Por fuerza sanitaria, más que por decisión editorial, la mayor parte de este corto tiempo de guardar a fuerza, (a fuerza de amenaza de epidemia) la he pasado de sorpresa en sorpresa.
Entre que ver los brazos cruzados (y los cables también) de nuestros políticos, y las propuestas de soluciones mágicas con estampitas religiosas, lo que más me asombró ayer, fue ver las calles desiertas de San Pedro Garza García.
Cabe aclarar, para los que no conocen Monterrey, que San Pedro es apenas un rincón del área metropolitana, pero es, por mucho, uno de los sitios con mayor tráfico vehicular y de gente en condiciones normales.
Muchísima gente tiene su centro de trabajo en San Pedro, por eso acude a ese municipio, gobernado por un supuesto alcalde que se dice independiente de partidos, Miguel Treviño de Hoyos.
Y bueno, entre los que trabajan allá (estas líneas las escribo desde Monterrey) y los que a diario cruzan la Loma Larga para ir a los centros comerciales, negocios, y restaurantes, se triplica o cuadriplica la mancha humana todos los días en San Pedro…
Todos los días menos estos en que la Covid-19 ha hecho que nos recojamos temprano y a casita.
Ayer visité una parte de San Pedro para corroborar lo que ya me habían dicho: que de la ola de gente y del tráfico de carros, en esa ciudad no quedaba nada.
Nos paseamos por las amplias calzadas, calles y avenidas.
Rematamos en un centro comercial, que acá le llaman “mall”, como en McAllen, solo para ver lo mismo, o más bien, para no ver nada ni a nadie.
Levantamos la sospecha de un celoso policía municipal quien nos detuvo para preguntarnos que qué andábamos haciendo.
Cuando le explicamos lo de la pandemia, y todas las etcéteras, le brotó el perdonavidas que todo cuico lleva dentro.
“Bueno, pero no se tarden mucho y le llegan”, nos despidió.
Como si tuviéramos muchas ganas de quedarnos a vivir en un ambiente que antes era fifí y ahora parece más émulo de alguna película de terror presupuesto barato.
