La economía es, en su origen, por simple relación causal, necesariamente economía política. Es inevitable que la historia oscile entre la distribución de los costos y beneficios sociales, y la distribución los costos y beneficios de la producción y del capital.
Para estas todavía pequeñas alturas de la nueva administración, AMLO ya dejó en claro que el gobierno que encabeza va por un estado distribuidor, lo que él pretende reinventar como el otrora “estado de bienestar” de Franklin D. Roosevelt, usado para salvar a los EEUU de la Gran Depresión.
También está bastante a la vista que la estrategia financiera que piensa seguir consiste en reordenar el gasto público, ahorrar todo lo que pueda cancelando que lo que a su juicio es cancelable, y todos los sobrantes usarlos para repartirlos entre los que él asume como pobres y que forman la base de su estrategia política para intentar convertir a MORENA en el viejo PRI, con sus sectores y todo, por supuesto que “nuevos” sectores, con diferente nombre y apellidos, pero que incluya a todos los que él considera como pueblo o gente buena y excluya a los conservadores o fifís, como les llama, dejándolos fuera de la jugada o usarlos como los enemigos a modo de explicar lo que no le salga bien.
Lo que para nada está a la vista es la razón que AMLO tiene en su mente para confrontarse con todos los que él considera una amenaza para “su” proyecto. Aunque habla de que acepta la libertad de expresión y la crítica, en cuanto surge un incidente cambia el tono y se va con todo en contra de lo que asume como foco de posibles opositores.
Bueno pues, hasta a sus allegados los trae confundidos. Se fue en contra de las calificadoras y sus gentes se fueron con la finta proponiendo una ley para, según su interpretación de los que dijo el patrón, acabar con ellas y su influencia nefasta; y acto seguido el propio AMLO les corrige la plana y de un plumazo les acaba su servil entusiasmo legislativo.
Queriendo exhibir los afanes conspirativos del régimen que lo antecede, decide abrir los archivos del CISEN, pero cuando sale a relucir su pasado juvenil de rábano de los 70´s y agitador, se apresura a recordarle a las personas que él sólo fue un luchador social.
En cuanto el Dr. Narro anuncia su intención de contender por la dirigencia del PRI, cual saeta envenenada trata de crearle cargos de corrupción con la demasiado evidente intención de desacreditarlo.
Así puede continuarse la crónica cotidiana del actuar de López Obrador, como una obsesiva contención activa y personal de la crítica, además de lo que asume y considera como amenazas, vengan de donde vengan, lo primero que causará será la parálisis de sus allegados y la segunda; cuando se acumulen los fracasos derivados de sus personalísimas erróneas decisiones y proyectos, una enorme crisis política.
Aquellos que han aspirado a lo largo de la historia a ejercer el poder aun en contra de sus correligionarios, a lo que se exponen, en el menor de los casos, es al aislacionismo y la simulación de sus organizaciones ante la futilidad de sus propósitos de grandiosidad personal. De hecho, su discurso siempre se ha nutrido de los ejemplos que abomina, como Salinas, Fox, el neoliberalismo, los conservadores, los fifís, y toda la retahíla de caracterizaciones a modo que ha construido, sin darse cuenta que su “me canso ganso” poco a poco se va convirtiendo en el patrón futuro para juzgar la falta de resultados que, por obvio de su mandato, ya no podrá cargarles a los de atrás.
A López Obrador parece que le urge la aparición de alguna crisis política que le justifique volver al micrófono ante manifestaciones multitudinarias al estilo del peronismo, para lograr lo que tanto anhela: su democracia por aclamación popular, su movimiento de masas, que en su mente todo lo conseguirá con él al frente, aunque sólo él y nadie más que él sepa hacia dónde quiere llevar al país.