Por Félix Cortés Camarillo
Uno no sabe nunca nada…
Con una discreción francamente poco usual entre los hombres del dinero en México, el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios –hoy Consejo Mexicano de Negocios– ha sido desde su surgimiento en el sexenio del presidente Adolfo López Mateos uno de los más eficientes brazos políticos de la iniciativa privada de nuestro país, no solamente en lo que atañe a las decisiones del Ejecutivo en materia económica y hacendaria, sino muy probablemente en las esferas de la alta política. Dícese que los presidentes de México consultaban con el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios asuntos como la sucesión presidencial o el nombramiento del gobernador del Banco de México, hoy una entidad autónoma, separada del presidente en turno.
El Consejo Mexicano de Negocios es uno de los siete organismos con voz y voto agrupados bajo la férula del Consejo Coordinador Empresarial; su objetivo confesado es el de promover políticas públicas, esto es del gobierno, que impulsen la inversión y la creación de empleos. Una resumida lista de algunos de los hombres de negocios ahora o tradicionalmente aquí adheridos puede dar una idea de su fuerza: Claudio X. González Laporte de Kimberly Clark, Emilio Azcárraga Jean de Televisa, Alberto Bailleres de Peñoles y Palacio de Hierro, José Antonio Fernández Carvajal que es FEMSA, Carlos Slim Helú del Grupo Carso, Roberto Hernández Banamex, Juan Sánchez Navarro Peón Cervecería Modelo, o Roberto Bimbo Servitje. ¿Es necesario que le siga?
Ni por un momento pasa por mi mente la posibilidad de que mi paisano don Carlos Salazar Lomelín, con un curriculum ligado a FEMSA, y quien el pasado febrero fue reelecto como presidente del Consejo Coordinador Empresarial por un año más, fuese ajeno a la decisión conjunta del Consejo Mexicano de Negocios y el Banco Interamericano de Desarrollo que nos sorprendió en los periódicos de ayer. Los empresarios y el BID alistan 290 mil millones de pesos para las medianas empresas de México. La cifra es variable si se mide en dólares o si se toma en fondo revolvente, es decir que durante el año se puede pedir prestado, pagar y luego pedir más. Pero esos son tecnicismos.
Como un tecnicismo, me explicaron que ese dinero es fundamentalmente para echar a andar a las empresas que son proveedoras de diversas cadenas de producción industrial en los Estados Unidos que están atoradas. La mecánica se llama creo, factoraje. Un ejemplo: si yo hago en México bombas de gasolina para la Ford y tengo un contrato por equis número de piezas pero no tengo lana para fabricarlas y entregarlas por el famoso Covid 19, un banco me toma ese contrato como garantía, me presta lo que necesite y empezamos a trabajar. Cuando yo cobre, yo pago. Así de fácil.
Pues no.
Quien haya presenciado la perorata matutina de ayer del presidente López cuando se refirió a este asunto tiene que coincidir conmigo de que estaba ligeramente –puede que más– encabronado: nadie lo tomó en cuenta para esta decisión, que ayudará sin duda a la reincorporación de la economía mexicana y a la conservación de empleos que se los estaba llevando la chingada. Dijo algo así como que él no estaba pintado. Ni de florero.
“No me gustó el modito”, dijo como suegra de rancho, y agregó que el gobierno de México no avalará el programa crediticio. Nadie de sus asesores le dijo que el gobierno de México no tiene que sacar un peso de su flaca bolsa y que con ello se invalida su advertencia premonitoria: “las reservas de México no le pertenecen al Banco de México, le pertenecen a la Nación”.
Probablemente, en todos los sexenios que hemos vivido todos, los factores emocionales, del coraje, de la ira, del amor o del odio han jugado un papel protagónico. A como estoy viendo esta relación entre los factores del poder en mi país, ya no tengo ni puta idea. Como decía en su canción el enorme Alvaaro Carrillo: sabrá Dios.
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