Por Félix Cortés Camarillo
Previsiblemente, al filo de la medianoche de hoy miércoles comenzará el fin de semana crítico, al menos para los mexicanos, de la más terrible plaga que haya azotado a nuestro país en toda su historia y una de las más insolubles que la Humanidad haya conocido en todo su tiempo registrado. Los europeos de la Edad Media, que entonces era El Mundo conocido y por avasallar, ya habían pasado por varias pestes mortíferas, que para su fortuna y casualmente limitaron una muy probable explosión de crecimiento demográfico e gente que no iban a poder alimentar, si no se les atraviesa en el camino a la India de Cristóbal Colón una cosa que iba a llamarse América, en honor de un tal Amerigo Vespucci.
Los antiguos mexicanos probablemente conocieron de infecciones fatales en los tiempos prehispánicos pero no dejaron testimonio confiable de ellas; no tanto la lejanía como la incomunicación entre sus diversos pueblos, que paradójicamente comenzaron a integrarse como pueblo nación con la Conquista, mantuvo infecciones como presumiblemente fuesen la malaria o la improbable disentería –improbable por la sana dieta cuasi vegana de nuestros ancestros– en el ámbito local o regional. La viruela y la sífilis, las dos aportaciones a la cultura de la salud continental que trajeron los españoles, ya comenzaron a extenderse con las noticias de la caída de los aztecas.
Si los indicadores de sanidad que andan viajando por el mundo entero igual que el coronavirus son válidos, de aquí a la primera semana de mayo llegaremos a la cúspide de los contagios para iniciar luego el comienzo del descenso de esta pesadilla. Anoche, las estadísticas oficiales del gobierno, en las que cada vez creemos menos –lo diga o no lo diga Javier Alatorre– afirmaban que había cerca de 17 mil infectados del Covid 19 y llegando a mil seiscientos muertos. Que se lo digan a las funerarias que están haciendo su agosto en abril.
Haiga sido como haiga sido, a partir del lunes debe llegar la salvación. Vamos a dejar como credo esa canción que dice contigo a la distancia, para cantar gozoso el acércate más.
Recomenzará –claro, el miedo dice que gradualmente– el regreso a las tradiciones culturales de mi tierra. Saludar de abrazo a los amigos con los rotundos manotazos que nos daba mi papá, besar a nuestras mujeres, cuando nos dé la gana y no entender a los clientes japoneses que inclinan la cabeza como saludo. Tal vez por eso se murieron menos en esto del coronavirus.
Si todos estos supositorios no se dan, entonces hay que acudir a una frase de mi hermano Ricardo, que entre otros defectos es charro, y que suele decir en estas situaciones: “ahora llueve en Zacatecas o nos lleva la chingada”.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA, porque no puedo entrar sin tapabocas.- Señor Presidente, con todo respeto: En abono a la salud de los acarreados, enviados y solícitos aspirantes a infectados, ¿por qué no hace sus mañaneras un show de televisión más, sin público, como va a ser próximamente el futbol? Eso es lo que usted quiere, verse en el vidrito, y no tener desde la madrugada a sus monigotes ahí aplastados dos horas. Y cada vez menos pendejos escuchando su evangelio.
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