Por Eloy Garza González
La primera novela de mi amigo Pedro Arturo Aguirre es un prodigioso artefacto narrativo, con una salvedad: aún no se publica. Y ya se sabe que mientras se mantenga inédita, una novela no existe. Sin embargo, este texto largo y adictivo, es uno de los más atrayentes entre los leídos por mi este año, tanto por su savia histórica, como por su originalidad, sin mencionar la fluida prosa de Pedro, que es marca de la casa.
Por razones comprensibles, no aludiré al núcleo narrativo y solo arrojaré algunas pistas. La novela entrará pronto a concurso y no seré yo quien con mi indiscreción fastidie sus inmensas posibilidades de ser ganadora. Comenzaré pues por roer el hueso. Pedro aborda una cuestión histórica poco estudiada y menos aún narrada: el movimiento anarquista que recorrió la Europa finisecular del siglo XIX y comienzos del XX, con un periplo que termina en EUA, naciente potencia mundial.
Recuerdo que antes de Pedro, se expandió sobre esos mismos “annus horribilis” Gore Vidal, con su novela “Imperio” de 1987 (modelo de investigación en los anales de la historia norteamericana) y Umberto Eco, con su bostezante “El cementerio de Praga”, de 2010. Pero Pedro da en el blanco, ambientando el fanatismo antisemita y antimasón de aquella etapa, aunado al ascenso de líderes populistas, oportunistas políticos, tiburones del Gran Capital, magnates de la prensa amarilla, y gobernantes de toda laya, quienes con un apretón de manos cómplice, intentaron asociar los asesinatos de monarcas y mandatarios de esa época bajo una pretendida Conspiración Mundial, fuente de jugosos negocios para aquellos, que no hizo más que enredar las cosas y poner patas arriba al planeta entero. La clave de tamaña mascarada está en los apócrifos “Protocolos de los Sabios de Sión”, con los que se intentó incriminar a la Alianza Israelita Internacional.
Como en efecto dominó, narra Pedro, fueron asesinados con balas, puñales o explosivos, Cánovas del Castillo, en España, Sadi Carnot, en Francia, la Emperatriz Sissi, de Baviera, el rey Humberto I, de Italia, el Presidente William McKinley, en EUA (por esos años también mataron al Presidente de Uruguay, Juan Idiarte Borda, y el incidente lo usó Borges en un cuento anodino, pero supongo que Pedro no lo incluyó porque el móvil del criminal no fue con fines anarquistas). ¿Cómo pudo Pedro Aguirre unir todos esos puntos en una misma trama apasionante, amena y erudita? Ahí está la buena mano de mi amigo, a quien yo siempre he reconocido como politólogo (uno de los mas lúcidos de nuestro país), pero de quien desconocía hasta ahora su don para contarnos historias y su fecunda imaginación.
Por supuesto, no podría omitir algunas observaciones al margen del texto. Por ejemplo, valdría la pena que los personajes recurrieran al telégrafo, invento ideal en aquel entonces para hacer viajar las noticias, junto con el correo postal. Tampoco estaría de más que en ese telar cosmopolita del que hace gala mi amigo, y que despliega lo mismo en Europa, que en América, Rusia y Etiopía (sacando a escena a ese genio de la estrategia bélica que fue Menelik II), incluyera en algún capítulo a México.
Aquí, un pobre borrachín, de nombre Arnulfo Arroyo, atentó contra el Presidente Porfirio Díaz. La cosa no hubiera pasado a mayores (el agresor ni siquiera cargaba un arma y sólo quiso dañar a Díaz con una piedra), de no ser porque un día antes, “The New York Times” había revelado que el peligroso anarquista español Joseph Ventra entraba por Veracruz a nuestro país, dispuesto a cometer un magnicidio, como propaganda “por la vía de los hechos”. Para no meterse en complicaciones (como era usual, entonces como ahora), el régimen de Díaz mató en caliente al pobre de Arroyo. Y Ventra fue expulsado del país sin tocar baranda.
Por otra parte, Ricardo Flores Magón, uno de mis héroes preferidos del panteón nacional, estuvo involucrado en la trama anarquista del vecino país del Norte, influenciado por las lecturas del príncipe Kropotkin, y es sabida su relación estrecha con anarquistas de la talla de Emma Goldman, uno de los contados personajes históricos de la rocambolesca novela de Pedro que salen bien parados (quizá el único). Sin embargo, los hermanos Flores Magón se exiliaron en San Antonio, Texas y pasaron luego a San Luis Misuri, tres años después (en 1904) de finalizado el periodo que cubre la obra de mi amigo, así que no había motivos para involucrarlos.
No sigo formulando mis opiniones sobre este primer borrador de Pedro Aguirre que remata con un asombroso “tour de force” incitador de preguntas antes que respuestas y que inquiere por qué el mundo de la política deja en suspenso la fe en la sabiduría convencional para ayudar a los bellacos y volver sinvergüenzas a la gente decente. Ya habrá ocasión de hacerlo, cuando esta novela en ciernes gane por unanimidad el concurso en el que participe, o cuando un sello editorial visionario (quedan muy pocos, no visionarios sino editores) se decida a publicar la que indudablemente será una de las más inteligentes fábulas histórico-políticas que puedan leer los lectores actuales.