Por Carlos Chavarría
Para todos nosotros es más que evidente que los planes que se había propuesto realizar el gobierno de López Obrador van a tener que esperar un mejor momento económico.
Bueno, casi todos, porque el presidente persiste en su idea de imaginar que la realidad no ha cambiado y puede seguir gastando en lo que ya no tendrá sentido por largo tiempo.
El Premio Nobel de Economía e historiador, Paul Krugman, en alguno de sus diarios editoriales escribió:
“Los orígenes de nuestro sufrimiento son relativamente triviales en el orden del universo, y se podrían arreglar con relativa rapidez y facilidad si en los puestos de poder hubiera suficientes personas que comprendieran la realidad. Además, para la gran mayoría de gente, el proceso de arreglar la economía no tendría que ser doloroso ni implicar sacrificios; al contrario, terminar con esta depresión sería una experiencia que haría sentirse bien a casi todo el mundo, con la sola excepción de los que están sumidos, política, emocional y profesionalmente, en doctrinas económicas obcecadas.”
Todo líder, bueno o malo, y el presidente López Obrador lo es, sabe que en los momentos de crisis es cuando se da la oportunidad de cambiar sin dolor nuestra forma de ver y adaptarnos a la realidad. No existe otra ocasión tan propicia como las crisis para aceptar cambios. Por eso las crisis vienen “como anillo al dedo” para el poder.
Carlos Salinas no habría podido realizar su plan reformador si Echeverría y López Portillo no se hubieran equivocado tanto y tan feo llevando a México al desastre económico. Zedillo no hubiera tenido oportunidad para profundizar la reforma política si acaso no hubiese sido asesinado Colosio. Calderón no tendría motivo para sacar al ejército a las calles si los líderes de los cárteles hubieran sido más inteligentes y menos belicosos.
Pero por desgracia tenemos en el poder, tanto público como privado, personas que no están dispuestas a cambiar ni un ápice en sus formas de pensar y trabajar.
Krugman no hace referencia en su editorial a izquierdas o derechas, o sector público y privado, sino a la terquedad de los líderes para continuar por caminos que no solo no resolverán una crisis sino que la convertirán en algo mas doloroso para la gente y para ellos mismos.
Tanto los líderes empresarios como el propio presidente López Obrador están dejando ir una gran oportunidad para refundar la nación sobre nuevas bases de colaboración que no estén entrelazadas ni por los intereses de la corrupción, como tampoco por el regreso al pasado que plantea el partido en el poder público.
La historia nos ha enseñado, y los que tenemos memoria no lo olvidamos, que el poder ejercido desde el presidencialismo mexicano sin cortapisas, si no concede, arrebata, y si todo se dejara al arbitrio de los empresarios solo cuidarían sus intereses económicos.
Nadie está llamando primero que nada a la unidad ante la crisis, para después hacer un planteamiento trascendental para concluir las reformas estructurales políticas y económicas que están pendientes y que de forma cierta nos hacen frágiles ante crisis como la que enfrentamos.
Muy al contrario de lo que se requiere, nada más escuchamos propuestas que dividen y debilitan más al país, como romper el pacto fiscal, agresiones mutuas y a toda la sociedad, una gran especulaciones y falsedades pesimistas que degradan el ánimo de colaboración tan importante siempre, y acciones tan inoportunas como la salida del ejército a las calles que no hace sino presagiar la radicalización del poder presidencial.