Por Joaquín Hurtado
Gracias a mi padre que desde muy joven me instruyó en el pensamiento marxista-leninista-ateo-materialista-maoísta-anarquista-escéptico-guadalupano (jeje) dándome a leer Los Agachados, Supermachos y otras lecturas del adorado caricaturista Rius, he desarrollado un olfato anti-sistema muy saludable.
Ahora mi viejo, con 82 años a cuestas, es un anciano autónomo, muy sano, vivaz y feliz, pero depende de nuestra orientación para tomar algunas decisiones respecto a su salud. Al despuntar los primeros cuernos maléficos de este virus él andaba como si nada con sus pasitos cortos por las calles del barrio humilde donde ha vivido toda la vida.
Desde antes del primer caso conocido en nuestro país yo le expliqué cuales serían las medidas a seguir, que debíamos respetar si no queríamos acabar en la soledad de un hospital, ahogados, agonizando intubados. No porque lo dijera yo, algún vecino, el gobernador ni el alcalde o el presidente. Sino porque el resto de nuestra familia dispersa en el extranjero nos tenía advertidos, actualizados sobre el tsunami que se venía. Mi viejo, rebelde con causa, obedeció sin chistar. Se confinó desde principios de marzo. Ahí sigue mi jefito, en su voluntario encierro. Muy difícil para él porque ama ir a tomar café al centro. Atiende sus asuntos a dos metros de distancia de nosotros y de sus vecinos que pasan a saludar. Ahora que vemos el desgarriate en las cifras, la curva empinadísima de nuevos contagios, las rispideces sociales que se trae el Estado, los alcaldes, los comerciantes, los empresarios y los ciudadanos urgidos en romper prematuramente la cuarentena por sus pistolas, nosotros seguimos únicamente las indicaciones de López-Gatell.
El científico ha mostrado suficiencia teórica en el manejo de Covid. La soberbia del Bronco y el caos informativo generado por los demás políticos nos pasan de largo. Nuestro regreso a la nueva normalidad será una decisión basada en evidencia epidemiológica, nunca en el terrorismo, ni en presiones o caprichos de índole política o económica. Mi padre y los más vulnerables de nosotros no se merecen otra guía más que la del rigor de quien ha demostrado con elementos probatorios que la curva de contagios sigue en ascenso, no hay garantías para retornar a la calle mas que a lo más esencial.
Me encanta contar esta anécdota familiar porque demuestra que si uno siembra el pensamiento crítico-científico desde la infancia, este cultivo retorna como bumerang que fructifica para bien de los más frágiles en tiempos confusos. Mi viejito, que se llama igual que yo, no repela, no insiste, ni pregunta cuándo podrá salir al chisme como burro sin mecate. Cada vez que le pregunto al general de mil batallas cómo está, qué le falta, si no se aburre, su boca responde: ¡estoy a toda madre, hijo! Dichoso de sobre-vivir a un mar embravecido.