Por Efrén Vázquez Esquivel
La nueva normalidad, determinada por el Consejo de Salubridad General con fundamento en el artículo 73, fracción XVI de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, es transitoria; su vigencia será hasta que de manera definitiva quede resuelta la crisis de salubridad que ha puesto en cuarentena a todo el mundo. Es decir, hasta que aparezca la vacuna contra el coronavirus. Se estima que ésta puede tardar por lo menos entre un año y medio y cinco años.
Así que, vencido el hoy letal Covid-19, se tendrá que pensar en crear otra nueva normalidad, una nueva forma de vida, una nueva forma de sentir y de pensar que posibilite establecer un sano equilibrio entre el hombre y la naturaleza; pero no ya establecida por decreto, vinculada a la reactivación económica y con fines meramente profilácticos –como la que para enfrentar los efectos de la pandemia se impone en todos los países y, en México, regirá a partir del primero de junio–, sino más bien construida socialmente, por medio de una educación formativa para enfrentar los grandes retos de la historia: entre otros, el cambio climático, el desequilibrio ecológico, la migración, la extrema pobreza y la hambruna.
Por supuesto, esta nueva normalidad, que sólo podría ser construida por un nuevo hombre, tendría fines eminentemente salvíficos. No hay de otra, o construimos socialmente una nueva normalidad para poner a salvo la casa de todos: la tierra, nuestro mundo, o simple y sencillamente de manera irresponsable aceleraremos la marcha hacia el precipicio. Es decir, hacia el fin de toda forma de vida en el planeta tierra, pronosticado desde hace ya tiempo por prominentes filósofos y científicos para quienes, el hombre de la modernidad, construido socialmente con fundamento en la nueva idea de ciencia surgida en el siglo XVII, ha llegado a su fin.
En la moderna idea de ciencia, cuyo objetivo es el dominio de la naturaleza, no la comprensión de todo ente que rodea al ser humano, se erige al hombre como amo y señor de todo cuanto hay en el mundo orgánico e inorgánico. Este nuevo hombre resulta ser el hombre burgués, precisándose que “burgués” no es sólo la persona que acumula bienes y riquezas, sino la persona que por carecer de conciencia de clase es poseedora de la ideología burguesa.
Es precisamente el hombre burgués el que, a finales del siglo XVIII y durante el XIX, echando mano del saber dominante de la ciencia nueva: a) fundamenta y estimula el desarrollo del modo de producción capitalista; y b) hace que emerja la Revolución Industrial. Ahora bien, para la implementación de estas empresas, en nombre de la prosperidad y el progreso, ideas surgidas de su egocentrismo, por medio de la ciencia nueva se inicia la destrucción de fuentes de recursos naturales.
¡He ahí el origen del inicio de la pérdida de la biodiversidad! Factura que hoy día muy caro estamos pagando. Pero no sólo es esta factura la que debemos a la naturaleza, ya que, con el uso de gases de efecto invernadero, indispensables para la Revolución Industrial que en esa misma época se inicia, se pone en marcha el proceso de calentamiento global que origina el cambio climático.
Resulta incomprensible cómo hasta la primera mitad de la década del 70 del siglo XX, es decir, después de dos siglos de despiadadas agresiones a la naturaleza, se comienza a adquirir conciencia del problema ecológico, lo que se demuestra con la Conferencia Científica de las Naciones Unidas efectuada en Estocolmo, Suecia, del 5 al 16 de junio de 1972, conocida también como Cumbre de la Tierra, en la que se trataron problemas del medio ambiente y su desarrollo sustentable.
Tuvieron que pasar 16 años más para que, con la creación del “Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés), evento que tuvo lugar el año de 1988, se comenzara a adquirir conciencia, por lo menos entre los expertos, de los gases de efecto invernadero y el cambio climático.
Refiriéndose al proceso formativo del mundo moderno, a su consolidación y efectos devastadores que, como consecuencia del olvido del pensar reflexivo ha originado que la técnica se salga del control del hombre, Martin Heidegger (1889-1976), para mí el primer ecologista y ambientalista, advierte en un ensayo de 1955, que toda forma de vida sobre la tierra se encuentra el peligro de extinción, pues hoy día, dice, “el mundo aparece como un objeto al que el pensamiento calculador dirige sus ataques y a los que ya nada debe poder resistir. La naturaleza se convierte así en una única estación gigantesca de gasolina, en fuente de energía para la técnica y la industria modernas”.
Y siendo que el pensamiento reflexivo (o meditativo) es para el hombre lo que para el árbol es su raíz, sin la cual éste no puede estar uncido a la tierra, perdiendo con ello su arraigo; en el caso del hombre, al igual que el árbol, por haber huido de él el pensar reflexivo, también pierde su arraigo. Sobre el olvido del pensar reflexivo, dice Heidegger:
“No nos hagamos ilusiones. Todos nosotros, incluso aquellos que, por así decirlo, son profesionales del pensar, todos somos, con mucha frecuencia, pobres de pensamiento (gedanken-arm); estamos todos con demasiada facilidad faltos de pensamiento (gedanken-los). La falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes. Porque hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez”.
La huida del pensar meditativo del hombre, como consecuencia del mundo tecnificado que se ha salido del control humano, hace de éste un desarraigado. Heidegger se pregunta si “habrá todavía tierra natal de fecundas raíces sobre cuyo suelo pueda el hombre asentarse y tener así arraigo”. Responde que tal cosa sí es posible; pero que un nuevo arraigo del hombre, tendría que fundarse “en una serenidad para con las cosas y una apertura al misterio”; de no actuarse en este sentido, dice quien, desde su curso de Friburgo (en 1935) el peligro de extinción de toda forma de vida lo hizo vivir con su alma en vilo, que “sólo un dios podrá salvar a la humanidad”.
En este mismo sentido, Hans-Georg Gadamer (1900-2002), sostuvo, en una entrevista que le hizo Bruno Ventavoli para el periódico italiano “La Stampa” con motivo de su aniversario número 95, que, sin ser profeta, él cree que “el futuro de la humanidad está en riesgo si se prosigue con la idea de la adoración del progreso económico”. Sostiene, además, “que la tecnología continuará siendo una amenaza grande para la humanidad, hasta que la religión y la filosofía no la pongan en el lugar que le corresponde”.
Asimismo, dice el que fue el discípulo más cercano de Heidegger y es considerado el fundador de la nueva hermenéutica (o hermenéutica filosófica), lo que otros hombres de ciencia han dicho con posterioridad –Steven Hawking (1944-2018), Noam Chomsky (1928), Boaventura de Sousa Santos (1940), Jeremy Rifkin (1945), entre otros–: que “el hombre está todavía muy lejano de haber tomado conciencia que está en juego el destino mismo de nuestro planeta”.
A lo que Gadamer añade: “Quizás la humanidad no ha aprendido todavía a observar el pasado para evitar errores trágicos. Si es así, nos espera un futuro lleno de crisis”. Remata diciendo que “si la filosofía no es suficiente, se necesita una grande catástrofe natural, una epidemia gigantesca para garantizar la salvación de nuestro planeta. Bajo el estímulo de la necesidad, podrá renacer la solidaridad, la humildad, la piedad, la autodisciplina».
Por último, sin agotar las coincidencias de preclaros pensadores sobre el grande peligro que nos amenaza, para el profesor de la Universidad de Coimbra, Boaventura de Sousa Santos, la pandemia del coronavirus sólo ha venido a empeorar las crisis cíclicas a la que ha sido sometida la población mundial por la globalización económica neoliberal, la última versión del capitalismo salvaje que, “durante 40 años, ha incapacitado a los estados para responder a emergencias sanitarias”.
A decir del autor citado, la vida humana representa sólo el 0.01% de la vida en la tierra; y para que el hombre siga existiendo, es necesaria la defensa de la vida de todas las especies. No obstante, todas estas voces que se pierden en la inmensidad de un desierto que cada día aterradoramente crece, la pandemia que estrangula las economías y ha cobrado al día de hoy, 25 de mayo, 350 mil 015 lamentables decesos, de los cuales a México le corresponden 7 mil 633, sólo ha estimulado el pensar calculador –dicho coloquialmente, el pensar que no sabe dar “un paso sin huarache”–. No el pensar reflexivo, o meditativo, que, como dice Heidegger, busca el sentido de todo cuanto es.
La peste negra del siglo XXI ha tenido, por un lado, varias interpretaciones incorrectas y, por el otro, ha generado diverso tipo de expectativas económicas y políticas. Abundan en las redes sociales interpretaciones sesgadas de todo tipo en las que se niega la existencia del coronavirus. Se trata, dicen unos, de una estrategia más de los gobiernos para controlar a los ciudadanos; otros creen que lo que se busca con “el fantasma de la pandemia” es acabar con los viejos y los pobres por significar, los primeros, altos costos en jubilaciones y, los segundos, en programas sociales; para otros más se trata sólo de una batalla más de la guerra comercial entre EEUU y China.
Una imagen patética de la incredulidad en el Covid-19 es la siguiente:
“Para la gente que estamos aquí con nuestros fallecidos que nos entreguen a nuestros cuerpos completos, porque sabemos que no existe el COVID. Aquí a mi hijo me lo inyectaron, yo creo que para matarme a mi hijo. […] ¡Los están matando! ¡Los están matando! ¡Aquí en las Américas los están matando a todos! ¡Eso no es justo!” Estos fueron los gritos de una madre angustiada, cuya imagen y voz dieron vuelta al mundo por medio de la tv y las redes sociales.
En cuanto a las expectativas generadas para algunos por la pandemia, éstas son de diversa índole. Su clasificación podría ser de utilidad para la investigación científica. Para el presidente de los EEUU, por ejemplo, el hecho de que el coronavirus se haya originado en China significa una formidable oportunidad para intentar ganar una de tantas batallas de la guerra comercial que mantiene contra dicho país; para otros, dedicados a la industria o al comercio, el Covid-19 sólo significa una oportunidad más para acrecentar sus riquezas.
Sólo por señalar una más de tantas áreas de oportunidad que proporciona la crisis de salubridad, en México, para los zopilotes de la política el coronavirus vino a reforzar la lucha que mantienen contra el primer gobierno de izquierda elegido democráticamente.
Pero, aunque son mucho más los que sí creen en el Covid-19, pocos, muy pocos son los que esta pandemia, igual de terrorífica que la de 1918, les da en qué pensar reflexivamente.
La advertencia está hecha, corresponde a todos nosotros, sin importar nacionalidades, culturas, creencias religiosas, posiciones sociales, si se es pobre o rico, si se es de las derechas o de las izquierdas, si se es blanco, moreno, negro, etc., pensar meditativamente en lo que se debe pensar, y hacer lo que sea necesario hacer para dejar la casa bien ordenada y limpia a las generaciones que vienen detrás de nosotros; o construimos socialmente una nueva normalidad, lo que precisa de la construcción de un nuevo hombre, o, más tarde o temprano los caballos del apocalipsis cabalgarán sobre lo que más queremos, nuestros descendientes.