Por Eloy Garza González
Asumo que el lector compartirá una opinión mía sedimentada durante varias décadas: Pedro de Isla es uno de los autores emblemáticos del norte de México. Ha fijado su impronta en la novela mexicana subvirtiendo géneros y diluyendo fronteras entre la realidad y la ficción. En su corpus narrativo, sólido y poderoso, resaltan propuestas arriesgadas que no tropiezan porque las sustenta un talento innato para contar: sabe dosificar la información, se guarda datos clave, administra el suspenso, expande con astucia la sombra de la intriga. Estas habilidades que solo cuajan con la experiencia del oficio, se asoman particularmente en la novela Los andamiajes del miedo, obra que responde a los elementos constitutivos tanto de la novela policiaca como de la no-ficción, pero que va más allá del canon.
El lector se dará cuenta que Pedro de Isla juega con la metanarrativa: la narración que se narra a sí misma. Uno de sus hilos conductores es la venta de una novela, que Edgar, mediocre subempleado, encuentra en los avisos de ocasión. Otra vertiente es el asesinato en 1977, de una de dos hermanas, Elda y Laura Millet, oriundas de Yucatán, estudiantes universitarias, víctimas de Edgar Contreras, profesionista treintañero, de San Pedro Garza García (uno de los municipios más lujosos de América Latina), padre de familia, que las conoció una noche de copas en la discoteca Sargent Paper´s y después las secuestró.
Quizá el lector suponga que ciertos crímenes marcan las edades respectivas de una generación. Un asesinato pudo ser el punto de quiebre entre la niñez y la adolescencia de los habitantes de Nuevo León, en la segunda mitad del siglo XX. Otra muerte violenta fijaría el paso de nuestra juventud a la madurez. Elegir qué crimen encajaría en cada una de estas etapas puede ser un ejercicio caprichoso, pero también funge como cabeza de playa para entender la realidad de cada época, los miedos y fobias sociales, los traumas colectivos que se filtra como la humedad, sin que la gente (usted, yo, cualquiera) se percate en primera instancia de ellos.
Dudo que Los andamiajes del miedo sostenga la tesis de que los crímenes fijan ciclos generacionales. Su autor más bien nos pone frente a los ojos una lupa para resaltar los traumas que nos marcaron. ¿Cuáles eran los rasgos más falaces de los nuevoleoneses de los años 70? Entre otros, la desconfianza por el foráneo, el recelo por el extraño, el miedo a la otredad. Prensa, radio y televisión de aquel entonces, cargaron el peso moral del crimen en la supuesta frivolidad de dos pobres muchachitas. ¿Cómo podían andar solas, en la calle, a deshoras? ¿Cómo pudieron subirse al carro de un desconocido? ¿Cómo podían embriagarse públicamente siendo mujeres? ¿Cómo venían desde Yucatán a seducir a jóvenes de bien? El criminal, en cambio, fue absuelto por buena parte de la opinión pública. ¿Por qué? El lector que ya merodeaba por el mundo en esos años, y que vivió el Monterrey setentero, tendrá que formularse al respecto una o varias respuestas. O enmudecer de puro desconcierto como sucedió conmigo.
Este rechazo casi instintivo no tanto por el foráneo sino por aquellos que vienen de comunidades más pobres, o de culturas exóticas, es un prejuicio que parece volver por sus viejos fueros. ¿Cómo nace el racismo? ¿Cómo se incuba la intolerancia contra aquellos que no son como nosotros? Pedro de Isla lo muestra inteligentemente en esta novela cuya temática (violencia de género, racismo, confabulación tácita de una comunidad) es más vigente que nunca. Y nos toca a cada uno de nosotros, lo aceptemos o no.
Curzio Malaparte (autor ahora impresentable) definió así a los alemanes de los años cuarenta: “tienen miedo de todo lo que está vivo y es diferente a ellos; sufren un mal misterioso, tienen miedo sobre todo de los seres débiles, de los indefensos. Su miedo siempre ha suscitado en mí una profunda piedad”. Pedro de Isla, por su parte, entrevé así la psique regiomontana: “aunque nunca se puede desaparecer el pasado, encontraron la forma de esconderlo lo mejor posible”.
Doy fe de los argumentos que plantea uno de los personajes de Los andamiajes del miedo: los criminales paranoicos no se arrepienten de sus actos, pero viven en terror constante, en el miedo de pararse frente al espejo y recordar quienes son. Atrévase el lector a pisar por los andamios inciertos de esta novela magistral. Le auguro un desasosiego de la primera a la última página y acaso también la sospecha de que sus certezas pueden venirse abajo en cualquier momento. No se resista: lea, avance y recuerde. Al fin y al cabo será bajo su responsabilidad.