Héctor Lavoe es para mi el mejor cantante de salsa de todos los tiempos. Nadie se le compara en tesitura, destreza vocal e improvisación de pregones. Era inigualable. Su éxito Aléjate de mi, una explosiva sinfonía tropical, es mi himno de guerra en los embates del amor. De manera que, cuando una noche me presentaron en el Mama Rumba a quienes fueron músicos de la orquesta de Lavoe, casi se me sale el corazón del pecho. Más cuando me invitaron a su mesa, la principal en la pista de baile, justo abajo del escenario.
Todo marchaba de perlas: la botella de ron Havana 7, la plática, la ansiedad del aficionado que quiere lucir sus conocimientos sobre su ídolo. Que si Héctor Lavoe esto, que si Héctor Lavoe lo otro. Abrazos y apapachos en el lomo. Amigos por siempre, mi cuate, mi pana, mi parcero. Hasta que me preguntaron mi opinión sobre la despenalización de algunas drogas: “¡A favor!” proclamé. Se pararon en seco las risas. Punto y final. Me cantaron con desprecio la canción de Lavoe: Aléjate de mi, no quiero verte.
¿Por qué? Según ellos, porque de no ser por los arponazos de heroína diarios, su jefe seguiría cantando sus pregones hasta la fecha. Cosa que no dudo, pero no me dieron chance de explicarme bien. Vamos a ver: yo no estoy a favor de usar drogas; menos de su abuso. No me gustaría que un hijo mío fuera adicto a la heroína o al crack. Es meterse veneno en el cuerpo.
Pero sí estoy a favor de la legalización de algunas drogas. Más cuando la usan adultos conscientes: cada quién sabe qué hacer con su cuerpo. Peor es consentir a un gobierno terapeuta, que se comporte como si fuera tu papá y te ordene qué hacer o no hacer contigo mismo, restringiendo tu libertad personal. Se trata de un delito sin víctima porque yo sería mi propia víctima.
Por otro lado, en las actuales condiciones, la guerra del Estado contra los cárteles no acabará nunca. Las drogas son un negocio lucrativo. Supongamos que el gobierno confisca un fuerte cargamento de droga y lo quema en un campo militar. De inmediato crecerá la curva de la oferta de esa droga: subirá el precio de los beneficios. Por cada batalla que pierden, los carteles se fortalecen más.
También está el asunto de la droga adulterada: más adictos mueren por la adulteración del LSD que por su consumo. Héctor Lavoe no murió directamente por ser adicto a la heroína, sino porque se inyectó con jeringas recicladas, el virus de VIH. Luego desatendió su enfermedad y rechazó cualquier tratamiento médico. Los músicos de Lavoe estaban en su derecho de negarme su amistad. A la fuerza ni el ron Havana entra. Pero no acabarán con las drogas levantando barreras contra el debate abierto de estos temas. No será bajo el conjuro de Aléjate de mi como evitarán que el mal ejemplo de Lavoe (según ellos) cunda en estos tiempos. Además, dudo que Héctor les pidiera su opinión. Eligió libremente su forma de morir y cantó hasta días antes de su deceso, con el cuerpo quebrado y el alma libre.