Por Eloy Garza González
Me cita mi amigo en su casa. Está desahuciado. Metástasis de su cáncer de hígado. Sentado en la cama, con unos almohadones como respaldo, me mira casi retador. En contraste, sus pupilas se hunden en unas cuencas moradas y sus encías se asoman como rocas.
“Voy a vencer esta guerra, Eloy”, susurra como un Patton sobre la proa de un acorazado. “Volveré”, me dice con la determinación de un MacArthur que se ha tragado su pipa. Y yo me callo. Escucho incrédulo sus proclamas militares.
Al cabo de unos minutos lo interrumpo. “No estás en una guerra, Enrique. El cáncer no es una guerra. No estás en mitad de una batalla. Tu cama no es Nombardía”. Mirada bélica: “¿Entonces qué es?”
“El cáncer es una enfermedad. Un accidente de la vida. Pero no sientas que estás en medio de una contienda, porque vivirás en el estrés constante. Y eso no nos beneficia a nadie, ni a ti, ni a quienes te queremos”.
Le recuerdo a mi amigo que no hay guerrero pacifico. No existe calma en un enfrentamiento armado. Mi amigo busca mejorar su salud, y sabe que yo intentaré ayudarle por todos los medios posibles. Tratamientos, quimioterapias, medicinas alternativas. Y junto con ello, recursos para estar serenos. Ya sé que es casi imposible, pero hagamos el intento.
De esto que platico pasó más de un año. Mi amigo murió luchando como un guerrero. No pude convencerlo de otra cosa. Pero a quién me lee, si le pido que medite en lo que digo. El cáncer no es una guerra. Es una enfermedad. Hagamos lo posible por curarnos, o por paliar sus daños, o contener sus avances. Pero con la serenidad de saber que de eso se trata el mundo, que por muchos o pocos años la vida nos da salud y cierto día, nos la quita.