Por Eloy Garza González
Les cuento la trama de una novela que se publicó en 2003. Se ubica en el lejanísimo año 2020. Se ambienta en México. De buenas a primeras, se interrumpe la energía eléctrica; cesa de funcionar el internet, los semáforos, los teléfonos.
El país queda desconectado. Los mexicanos no pueden comunicarse más que por carta, a la vieja usanza. El comercio, la industria, el ánimo social yacen paralizados. Sólo los políticos siguen elucubrando intrigas. La grilla (al igual que nuestro Señor), es eterna; nunca muere.
Bien o mal, el título de esta novela fue citado por muchos aspirantes a lectores. Porque en México no tenemos lectores; tenemos aspirantes a lectores. Uno de ellos fue Enrique Peña Nieto (que tampoco la leyó pero al menos presumió que sí): “La silla del águila” de Carlos Fuentes.
Fuentes murió en 2012, a causa de una úlcera reventada. Se desangró en el suelo de su casa, porque no quiso molestar a altas horas de la noche a su médico de cabecera. México también se desangra; vivimos una versión extendida de “La silla del águila”, y Fuentes se volvió profeta (ya lo había sido a su pesar en una novela previa, “Cristóbal Nonato”, de 1987, donde profetizó la alternancia electoral y el Apocalipsis con ribetes aztecas).
Dice un personaje femenino de la novela de Fuentes: “La fortuna política es un largo orgasmo. El éxito tienen que ser mediato y lento en llegar parar ser duradero. Un largo orgasmo”. Cierto. Los políticos en Nuevo León y en México tejen su tenebra lentamente, con paciencia de viuda negra. Al final de su orgasmo, matan a su amante, cuando ya no les sirve.
En la novela de Fuentes, los políticos son lúcidos, muy tenebrosos, pero no eficaces: ninguno formula remedios a la degradación sin límites. No se resuelven a sacar al país del negro laberinto, tan metidos en la sucesión del mando. Es lo único importante para ellos: la sucesión del mando. Y ver cómo se acomodan en la próxima administración. Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de primores y de prianes.