Por Francisco Tijerina Elguezabal
“Se creen muy listos y terminan demostrando que son muy tontos.” // Yomero
Vieja frase de los comerciantes de antaño: “Aquí el cliente es primero”.
La recuerdo colocada en la carnicería “La Gloria” de don Gilberto Martínez en la calle de Urdiales en Mitras Centro, escrita en letras azules y rojas sobre fondo blanco en un pequeño cartel; ese lugar con los años se convertiría en un exitoso restaurante con el mismo nombre manejado por su hijo mayor.
Y la frase no era para aquellos comerciantes una falsa postura o un slogan, sino una verdadera religión; ellos cuidaban a sus clientes.
En la actualidad pareciera que desde los grandes consorcios, pasando por los bancos o cualquier establecimiento y también las plazas comerciales, tienen la escala de valores al revés y para ellos el cliente es el último.
Lo digo porque hace una semana acudí a realizar un trámite en un banco del centro comercial Pueblo Serena en el sur de Monterrey que a pesar de que cuenta con estacionamientos cerrados, ahora se les puso cobrar por acceder al complejo.
Pues hace dos semanas las plumas de acceso se levantaban automáticamente como en los lugares en los que su accionar sirve para tomar una foto o video del vehículo que ingresa y del chofer y al salir ocurría lo mismo, pero sin decir “agua va” esta semana empezaron a cobrar y con ello los problemas.
Para empezar se consiguieron una tecnología obsoleta que les dará, a ellos pero principalmente a los clientes, muchos dolores de cabeza al imprimir tickets en papel térmico que sale de rollos que por su tamaño durarán muy poco y tendrá que ir un elemento a cambiarlo a cada rato.
Después nadie avisa que ya están cobrando y el boleto no dice nada; lo menos que uno pudiese esperar es un letrero en la entrada que informe el precio y condiciones del estacionamiento por cada hora, pero eso no existe.
Lo mejor viene cuando te enteras que no puedes salir porque había que pagar antes y entonces la fila de la salida se bloquea porque hay que echar reversa o de plano ir corriendo a buscar uno de los cajeros automáticos para pagar, mismos que ubicaron estratégicamente en los lugares más escondidos e impensados de toda la plaza sin un solo anuncio o señal que te indique en dónde están.
Ya se imaginarán, las mentadas de madre estaban a peso y el inútil encargado que tenían en una de las salidas simplemente decía: “A mí me vale madres, tiene que ir a pagar, busque el cajero, están distribuidos en toda la plaza, hay uno afuera de Caramela”… pero no es cierto, el cajero está en el edificio de enfrente al fondo de un pasillo, donde nadie lo puede ver.
Así son, aquí y ahora “el cliente es el último”.