Por Félix Cortés Camarillo
«Mucho que reparar; mucho que restaurar», fueron de las primera frases del discurso de la ceremonia de toma de posesión ayer al mediodía en el balcón central del Capitolio, dicho por Joe Biden, el presidente número 46 de los Estados Unidos de América, aunque las frases no aparecen en la transcripción, que se hizo seguramente a partir del texto preparado para su lectura. El discurso fue conceptualmente excelente y en su entrega el fantasma de la lejana tartamudez de Biden niño, que le provocó lo que ahora se llama bullying, apareció solamente dos o tres veces.
Pudo haber hablado -y lo hizo casi en lágrima- de los cuatrocientos mil muertos que en su país ha provocado la pandemia; pudo haber hablado, y lo hizo, recordando a su padre viendo la techo mientras pensaba cómo pagar la renta, como muchos de sus paisanos están hoy. Pudo haber hablado, y lo hizo, de la violencia que planteó un reto a la democracia en su casa, el Capitolio, violencia convocada por el presidente saliente Trump.
Hablando de todo eso y de otras cosas, Joe Biden hizo un discurso de reparación, de restauración, de un país que recibe envuelto en las crisis económica, de salud, y de acrimonia racial y social. La palabra en torno a la cual giró todo el texto fue la unidad. No el America First que propuso Trump, sino hacer de su país realmente United States of America.
Reconociendo la cantidad de norteamericanos que no concuerdan con él, los invitó a que vieran su actuar y si aún después de ello seguían rechazándolo, estableció que eso es un pilar de la democracia y que él será un presidente para todos los norteamericanos.
Sin hacerlo explícito, el mensaje de Biden es de una revisión y rechazo a muchas de las políticas de su antecesor, presencialmente ausente en la ceremonia de ayer. En el escritorio del presidente Biden están esperándolo textos numerosos de órdenes ejecutivas que van a darle retroceso a decisiones políticas de fondo de Donald Trump. El muro va pa´tras. La política migratoria va a cambiar, la intolerancia como política de Estado desapareció ayer.
«Debemos terminar esta guerra incivil que ha lanzado a lo rojo contra lo azul, lo rural contra lo urbano, al conservador contra el liberal», dijo.
El supremacismo blanco ya había recibido una bofetada en la elección de Kamala Harris, la primera mujer, hija de inmigrantes, negra y asiática en ocupar la vicepresidencia, y dentro de cuatro años quién sabe qué más.
Hay un sutil mensaje que los mexicanos debemos entender en el cambio allá de políticas a 180 grados.
El presidente López cada vez que puede subraya su empeño de cambiar todas las leyes, preceptos y decisiones tomadas a fin de consolidar su llamada transformación, apoyado en un Congreso hoy dócil y ciego, para que, si llegara a suceder, accediera al poder una corriente política opuesta a su populismo primitivo, ella ya no pudiera echar reversa.
La historia nos enseña, desde la Revolución Francesa hasta la llegada al poder de Biden, que en política nada es para siempre.
Ojalá que la reconciliación sí lo sea.
PREGUNTA para la mañanera, porque no me dejan entrar sin tapabocas: ¿me puede decir en qué sesión de la ONU México propuso que cediéramos las vacunas que nos sobran a los países más pobres que el nuestro? Ya Pfizer sacó el peine: fue la adaptación de sus instalaciones de producción.
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