Armando Vega Gil se subió a una silla de plástico azul, en el patio de su casa de la colonia Narvarte, para colgarse de un árbol. Lo hizo durante la madrugada. El suicidio no es una cobardía, ni delata falta de valor personal: es el último recurso para una persona en crisis emocional, acorralado por la depresión, el miedo o el sentimiento de culpa.
Es imposible saber, a ciencia cierta, los motivos por los que Armando tomó esta decisión. Generalmente, la carta de despedida de un suicida refleja sus sentimientos, no las causas reales de su acto final. Estas son más profundas y complejas. En el caso concreto de Armando, los motivos publicados parecen a mi juicio, poco sólidos. Por un lado, el testimonio anónimo en su contra, en #MeToo México, no era una denuncia rotunda, sino apenas un inicio, que bien podría quedarse ahí, o continuar su exhibición por otras redes sociales, más allá de Twitter o tomar forma en el ministerio público. Los argumentos de Armando también eran inciertos: escribe él que le vulneraron su credibilidad, lo dejarían sin trabajo, su vida “estaba detenida”, “en redes no tengo la manera de abogar por mi”, entre otras suposiciones sin fundamento específico.
Al margen de que los tuits y los hashtags son por naturaleza efímeros (lo que tristemente opera en contra de las innumerables víctimas de violación o acoso sexual), Armando era una figura publica, telegénica, y sabía que la opinión pública es un ente volátil, errático, a diferencia de la muerte, que esa sí es definitiva. Esto lo sabía un hombre hasta entonces comprometido con causas sociales, quien como ente creativo se mantuvo en una legítima línea de activismo antisistema.
Además, y esto es lo peor, la decisión extrema de suicidarse no exonera a un presunto culpable (como acaso intentaba Armando). Como tampoco demuestra su flagrante culpabilidad (como pretenden algunos fundamentalistas). Nadie podrá acusar a Armando de cobarde, pero tampoco podrá entenderse su evasión a enfrentar los cargos, valederos o no. ¿Mancha o reivindica a #MeToo México, la muerte de Armando? Ni lo uno ni lo otro. En realidad, este suicidio sólo ha puesto el nombre de Armando como trending topic por unos días. Hasta ahí. Nadie salió ganado (nadie gana con la muerte del prójimo), se añade un muerto más a las estadísticas de suicidios en México y todavía hay millones de mujeres, menores de edad, personas LGTB, víctimas de violencia de género, maltrato, abuso, racismo, hostigamiento y crímenes impunes, que esperan salir a la luz pública y sobre todo, ser castigados por la autoridad competente, fiscalías, tribunales, etcétera, hoy sumidas en la corrupción y la ineficacia gubernamental.